miércoles, 8 de marzo de 2017

Remolinos

    Tenía el cuerpo atrapado en el sofá. Un remolino venido de otra dimensión le empujaba hacia los cojines y le impedía apenas moverse. Podía cambiar y estar boca arriba, boca abajo o en posición fetal pero por mucho que lo intentaba seguía sin poder levantarse. La fuerza de la gravedad parecía haberse multiplicado por cien. Hizo un esfuerzo sobrehumano, tenía que ir a llevar a las niñas a la escuela y luego a trabajar. Trató de alzar las manos y no pudo. Trató de rodar para caerse al suelo a ver si así el remolino dejaba de ejercer esa descomunal fuerza pero le era imposible. Más que un sofá parecía una caja de paredes invisibles acolchada. Inspiró hacia adentro y luego sacó toda la energía que le restaba en el cuerpo para abandonar su sitio. Pero falló de forma miserable. ¿Era esa su condena? Movió el cuello y trató de ver qué hora era. Borroso. Las agujas ocupaban todo el espacio, las horas se mezclaban, las rallas de los minutos y segundos se difuminaban. Unas lágrimas saltaron al sofá que había adquirido unos tonos realmente oscuros. Levantó la voz pero apenas emitió un gruñido indescifrable y que no llegó ni a sus propios oídos. 

  Iban a llegar tarde. Sus hijas seguían dormidas en sus camas. Su mujer le dejó durmiendo hacía ya años y solamente su ahínco en triunfar le había mantenido vivo. Sonó el teléfono y esbozó una media sonrisa. El ruido levantaría a una de las dos y entonces le podría ayudar a salir de tal situación. Casi de inmediato oyó unos pasos y la llama de la esperanza se encendió. Afinó el oído para escuchar de que iba exactamente la conversación, casi no podía aguantar la situación. Quería gritar, quería saltar, quería luchar. Quería vivir. Oyó que la hija que había agarrado el auricular blanco hablaba de él, sobre donde estaba. Venía a por él y lo sabía. 

  La hija entró al salón y le echó una ojeada. Allí no había nadie. El remolino ya se había tragado a su padre.