domingo, 27 de noviembre de 2016

Rojo sobre rojo no es granate: comida.

A Rojo, por segunda vez.

  El sol de noviembre nos daba en la cara. Las cámaras reposaban en nuestros pechos y estábamos hablando de antiguos compañeros de clase. Estaba siendo un mediodía agradable, una temperatura ideal para decidir si llevar abrigo o no. Sentados en la terraza de un bar bebíamos sorbos cortos de café amargo y respirábamos una mezcla de humo de coche y de humo de tabaco. 

  A Rojo la conocí en la universidad. El cuando y el como no lo sé exactamente. Creo que fue en segundo o tercero de carrera. Yo hacía historia y ella estaba matriculada en historia del arte. Tampoco sé con total seguridad en cuantas asignaturas habíamos coincidido antes de dirigirnos las primeras palabras. Lo único que puedo recordar es que mi grupo de amigos conocía a su grupo de amigas pero creo que ambos éramos más satélites de aquellos grupos que no soles. Así que supongo que compartimos alguna mesa de bar y alguna otra de biblioteca sin apenas conocernos y sin mirarnos ni hablarnos. Lo que si que puedo asegurar es que no me llamaba la atención y tampoco quería conocerla. Al menos yo no tenía intención de hacer ese esfuerzo. Pero terminamos hablando y sentándonos juntos en clase de historia de la música. En esa asignatura la única persona a la cual conocía con más sombras que luces era a ella. Y ella me correspondió invitándome a sentarme a su lado aunque la escena fue incómoda creo que para ambos. Cuando la saludé aquel día ella me dirigió una mirada y tres palabras. Luego me quedé sin saber muy bien que debía hacer así que estuve un par de minutos pensando y recorriendo el aula con la vista. No sé que pensó en ese preciso instante pero lo siguiente que me dijo fue:

  -Vols seure aquí?

  El tono no fue muy agradable. Sonó un poco como a "siéntate ya que me estás poniendo nerviosa". Su voz sonó tranquila y profunda a la vez que metía presión a la hora de decidir. En realidad no tuve tiempo a decidir ni a pensar. Ya estaba nervioso al tratar de ser educado y ella me asustó más si cabe. Respondí afirmativamente y pasados cinco minutos me estaba arrepintiendo de todo aquello. La historia es un poco más larga en realidad. En el bar, horas antes de coincidir en dicha aula ella le preguntó a mi grupo si alguien hacía alguna asignatura de arte y todos respondieron que no, que ese año se iban por otras ramas educativas. Yo no respondí, tengo la tendencia de pensar que mi vida no le importa a nadie. Ella me fulminó y repitió la pregunta señalándome indirectamente a mí y ahí también me puso nervioso y le di un no como respuesta sin recordar que estaba matriculado en historia de la música. La cara que puso cuando me vio horas más tardes y manteníamos esa especie de conversación fue de "vaya chaval". No sé si añadiría un tonto detrás del chaval o un despistado pero me impuso mucho. A partir de ese día empezamos a hablar de forma más frecuente, compartimos horas y horas de biblioteca, bar, Facebook y Twitter, nos contábamos algunas cosas y nos recomendábamos otras. Era divertido y era absoluta y pura rutina que deseaba que no se terminase nunca. Pero todo debe tener un final. 

  Mientras divagaba en los pensamientos ella me devolvió al mundo real con otra pregunta sobre un compañero de clase. No mantengo el contacto con nadie de la universidad excepto ella y otra amiga que aún me dura. Los demás se perdieron por el curso del tiempo o vagan por el espacio virtual de otra realidad que no es la mía. Al final ha resultado ser ella la que se ha ido quedando y los demás los que se han ido sin despedirse cuando siempre creí que iba a ser al revés. Y de esto no me arrepiento en absoluto. Tampoco sé muy bien como empezamos a vernos fuera de las horas de clase pero lo hicimos y fuese como fuese ahora poco importa. El caso es que ahora estamos frente a frente y aunque ella no lo sabe, he conseguido vencer al monstruo que se asomaba detrás de sus ojos cada vez que trataba de sostenerle la mirada. 

Rojo (no) me da miedo. 

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