sábado, 31 de diciembre de 2016

Presente

A Esther y a Núria, por sonreír.

  Estoy corriendo. Es 31 de diciembre y hace frío pero yo estoy corriendo con mis mallas y mi jersey verde chillón. Corro con los cascos puestos mientras mi cabeza va de un lado a otro, desde la automotivación hasta el arrepentimiento. Me pregunto qué demonios estoy haciendo corriendo por las calles donde niños pasean con sus juguetes recientemente adquiridos y grupos de personas se sientan en la terraza de un bar en compañía charlando de forma animada. Mi vecino me despide en la puerta del portal con una sonrisa y deseándome un buen año. Le he respondido de forma cordial aunque tenía prisa. Tengo que correr mientras suena Solanin.

  Es la una de la mañana. Ayer me fui a dormir temprano y esta mañana me he levantado resfriado. El invierno llega aunque a través de los auriculares suenen melodías en manga corta. He salido a tomar algo y a leer un libro de Ishiguro. Antes de volver he comprado pañuelos para parar un tren. Van a ser dos días largos sin que los supermercados abran y hay que aprovisionarse como es debido. Sigo corriendo, cruzando carreteras y esquivando peatones que exhalan humo blanco mientras pasean a sus perros.

  No sé muy bien qué estoy haciendo ni donde lo estoy haciendo. ¿Por qué corres? me pregunta mi yo interior. Quizás para huir de algo o de alguien, quizás para alcanzar a esa persona o atrapar ese momento. Me veo a mí mismo corriendo delante mío a un ritmo mucho más elevado que el que llevo ahora mismo. Intento acelerar pero es imposible. Mi fantasma se disipa en el horizonte sin  que pueda hacer nada. Pero yo sigo corriendo. ¿Por qué corres? No puedes huir de tu pasado y tampoco quieres llegar a tu futuro porque sabes como va a ser, la experiencia se va repitiendo, las ilusiones se van quebrando y las esperanzas se rasgan en un universo finito. ¿Por qué corres? Tus dudas y tus complejos te sujetan de las piernas, y tus brazos no son lo suficientemente largos como para agarrar a tus sueños, sabes que un chasqueó los transformará en una pesadilla. ¿Por qué corres? Sería más fácil lanzarse al vacío del abismo o dispararse un tiro en la sien. Sería hasta poético, aunque no eres más que un mediocre morirías con veintisiete años como tantos artistas famosos. ¿Por qué corres? ¿Acaso es dolor el que te hace ir a buscar más sufrimiento?Sí, no quieres que te alcance pero ya vive dentro de ti. Sabes que por mucho que corras nunca llegarás, tu límite es el suelo, no el cielo. ¿Por qué corres? Date por vencido. Lo único que te va a rodear es la soledad. No sabes hacer amigos, no sabes mantener personas y las culpas de todos y cada uno de tus fracasos. ¿Por qué corres, amigo mío? ¿Por qué?

  La rodilla me está matando. No tengo ningún motivo para correr, debería parar y dejar de forzar. Estoy lejos de casa, casi en el pueblo de al lado pero la rodilla... Los pinchazos me dicen que basta ya de correr, coge el camino a casa y ves caminando. Cojo y enfermo, sudando y perdiendo. Vamos a casa. Pero no quiero dejar de correr pero no sé porque no quiero dejar de hacerlo. ¿Eres feliz? Sí. ¿De verdad? De verdad. Entonces... ¿Por qué corres? No lo sé. No lo sé. No lo sé. Arranco con más fuerza, quiero gritar, quiero llorar, quiero seguir adelante para que todo se quede quieto, que no cambie ni un ápice. Me sonríe una señora con el carro de la compra, un coche aguarda en la esquina y a duras penas consigo esquivarlo. 

  ¿Tienes miedo a morir? ¿Qué es la muerte? Un chas, un abajo el telón, cinco segundos, quizás menos y se acabó todo. ¿Temes morir? No tengo miedo. No lo tengo. Sigo corriendo en este caos interno mirando al frente y sudando. El sol de diciembre pega de forma intensa pero no quema, el paisaje que se abre se hace eterno. ¿Era tan grande la playa? No lo recuerdo. Recuerdo que pensé algo parecido cuando murió mi madre... ¿Tan grande era esta casa? ¿Qué hago metido en cuerpo vacío de sentimientos y lleno de miedos? ¿Qué hago con una mente despierta que solamente piensa en los y si condicionales que están por llegar? ¿Qué hago con la vida?

  ¿Dónde está mi fantasma? No lo sé. ¿Has pensado en las despedidas? No, solamente pienso en correr. ¿No te gustan las despedidas? No, nunca me acostumbraré a ellas. ¿No es la muerte una despedida? Más o menos pero... Joder, hay que seguir corriendo aunque la rodilla me esté matando. Espera... Quizás no sea la rodilla, parece un ligamento que ata la rodilla derecha con el tobillo derecho. Está tensado como una cuerda de guitarra que está a punto de ser tocada. Quizás se rompa. ¿Te despides? No tengo esa intención, no todavía. ¿Por qué corres? Es verdad que no lo sé pero algo me dice que corra. ¿A qué le temes? Piensa, piensa, a qué le puedes temer. No te olvides de seguir corriendo. Sabes que el futuro te aguarda pero sigues corriendo. Sigo corriendo. Abandona

  Sigo respirando, sigo corriendo. El pasado siempre termina atrapando al futuro por pura rutina. Despedidas... Ya, no quiero despedirme. ¿Miedo? Sí, tengo miedo. ¿A las despedidas? No... Tengo miedo a no volver a verla, a no ser capaz de sentarme con ella y tomar café, a que su sonrisa se disipe en unos recuerdos amontonados en un trastero abandonado por mi yo interior. Tengo miedo a dejar de vivir, a abandonar y a no poder volver atrás y cambiar mi pasado. Tengo miedo a perder. 

¿Por qué corres?

Porque si no corro ahora... ¿Cuándo lo voy a hacer?
Dibujo de Inio Asano del manga Solanin.

martes, 20 de diciembre de 2016

Rojo sobre rojo no es granate: resaca

A Rojo, por ser.

  No he vuelto a ver a Rojo desde aquel día. Por la mañana me levanté, me vestí y llamé a la grúa para volver a casa. No le di dos besos, no le di un abrazo ni tampoco me asomé en su habitación. No he vuelto a saber de Rojo. No he vuelto a hablar con ella ni de ella. 

  Echo de menos a Rojo.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Rojo sobre rojo no es granate: cena

A Rojo, por querer vivir.

  No tenía pensado quedarme hasta tarde pero dadas las circunstancias decidí aprovechar la tarde y quedarme con Rojo cerca. Tampoco nos veíamos con frecuencia así que agradecía su compañía aunque a ratos parecía que no estuviese. Aquella tarde corta donde la noche empezó pronto compartimos más silencios que palabras, más miradas que abrazos. Como si hubiese un muro entre los dos que nos impedía el relacionarnos de forma directa, casi con señales de humo indescifrables para el otro. No se equivoquen, ambos estábamos cómodos en dicha situación, disfrutábamos nuestros silencios, preferíamos no romperlo con estupideces y no forzar una conversación que no llevaba a ningún lado. 

  Cualquier otro hubiese querido irse y yo tampoco era menos. No por Rojo o por lo que estaba sucediendo en aquella tarde que empezó cálida e iba tomando tintes oscuros a medida que avanzaban las manecillas del reloj. Simplemente ya habíamos improvisado una comida y una tarde inesperada y no había motivo alguno para alargar la estancia. Tocaron las nueve y le dije que tenía que irme, tenía que conducir y luego hacerme la cena. No iba a invitarme a cenar, eso sería demasiado para ambos. Me acompañó hasta el coche y esperó a que arrancase para irme. Estuve cerca de veinte minutos tratando de encender el vehículo. Pero no hizo nada. Abrí el capó del coche y me quedé mirando dentro del motor un rato largo. O esa fue mi sensación, miraba dentro pero sin ver ni entender nada. Rojo lo sabía y soltó una risa: 

  -No saps ni que estàs buscant. 

  Correcto, tenía razón. Resoplé y cerré el capó. Me metí dentro para buscar los papeles y llamar a la grúa para que me llevase hasta casa. Mientras buscaba ella hizo lo que yo pensaba que no haría. Con el cigarro en su mano y ataviada con su gabardina roja, armada con la cámara que se había llenado con instantáneas de ese día y con un hilo de voz, como si le diese vergüenza se dirigió a mí:

  -Queda't a sopar i a dormir a casa. Hi ha espai de sobres.
  -Passo -le respondí.
  -No siguis burro.

  Y dicho esto me quitó las llaves y me sacó del coche, cerró y nos quedamos ahí, mirándonos con una mueca que nos decía "esto es lo que hay". No es lo que había pero ella quería y yo también. O más bien no me molestaba el hecho de compartir todo el día. 

  Llegué a su casa, grande y con un jardín enorme. Estaba vacía, sus padres estaban de vacaciones y no tenía ni hermanos ni hermanas. Tenía un perro enorme y molesto en mi opinión pero a ella le encantaba y estaba enamorada del animal. Cenamos sin prisa, comentábamos lo que podíamos hacer antes de irnos a dormir. Se encargaría de encender el calefactor para no pasar frío cosa que me preocupaba a la hora de dormir. Me prestó un pijama de su padre y me cedió un espacio en la habitación de invitados. Antes de ir al reino de Morfeo miramos una película de las suyas. Iba sobre un chico que se convertía en mariposa, algo parecida a la obra de Kafka pero en imágenes que se sucedían una tras otra y acompañadas por una melodía de música romántica triste. Fuera empezó a tronar y se empezaron a oír las primeras gotas de lluvia. Ella se acurrucó con la manta en un rincón del sofá mientras yo me deshacía de la sudadera y emprendía el camino a mi cama. Estaba todo bastante oscuro en la sala donde vimos la película y casi no la veía, ya pequeña de por sí. Me pareció oír un sollozo proveniente de donde ella se escondía de miradas indiscretas. Quizás fue mi imaginación o quizás había sido yo. No pude ver su rostro y tenía dudas de si quería hacerlo. Le desee buenas noches y ella no me respondió. Repetí mis palabras pero Rojo ni se inmutó. Tal vez estaba ya dormida, tal vez no podía articular palabra, tal vez no quería hacerlo. 

  Me desvelé. Fui al lavabo, que encontré tras dar dos rodeos tremendos y me dirigí a mi cama de nuevo. Fuera caía la lluvia, fuerte, intensa y con rabia, como si quisiera perforar los poros de los atrevidos que osaban desafiarla. Pasé por el salón y ahí estaba la manta con la que Rojo se había acurrucado pero sin Rojo. Fui a su habitación y tampoco estaba allí. No me alarmé puesto que la casa era grande y podía estar en cualquier sitio. Eché a andar y mis pasos me llevaron a la puerta principal, una puerta imponente de madera. Estaba cerrada o parecía estarlo. Sopló el viento y la entreabrió ligeramente y uno de tantos rayos que caían iluminaron la figura diminuta de una persona. Terminé de abrirla y allí estaba Rojo, con los ojos cerrados, descalza pero firme, y con la cara mirando al cielo, con una expresión de querer y desear ahogarse bajo aquella lluvia que dolía y agujereaba el ego y el alma de uno. Supe que ese sollozo fue real y era suyo. Supe que estaba llorando. Lo que no supe fue distinguir las lágrimas de las gotas. 

  Rojo me da la vida.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Rojo sobre rojo no es granate: comida.

A Rojo, por segunda vez.

  El sol de noviembre nos daba en la cara. Las cámaras reposaban en nuestros pechos y estábamos hablando de antiguos compañeros de clase. Estaba siendo un mediodía agradable, una temperatura ideal para decidir si llevar abrigo o no. Sentados en la terraza de un bar bebíamos sorbos cortos de café amargo y respirábamos una mezcla de humo de coche y de humo de tabaco. 

  A Rojo la conocí en la universidad. El cuando y el como no lo sé exactamente. Creo que fue en segundo o tercero de carrera. Yo hacía historia y ella estaba matriculada en historia del arte. Tampoco sé con total seguridad en cuantas asignaturas habíamos coincidido antes de dirigirnos las primeras palabras. Lo único que puedo recordar es que mi grupo de amigos conocía a su grupo de amigas pero creo que ambos éramos más satélites de aquellos grupos que no soles. Así que supongo que compartimos alguna mesa de bar y alguna otra de biblioteca sin apenas conocernos y sin mirarnos ni hablarnos. Lo que si que puedo asegurar es que no me llamaba la atención y tampoco quería conocerla. Al menos yo no tenía intención de hacer ese esfuerzo. Pero terminamos hablando y sentándonos juntos en clase de historia de la música. En esa asignatura la única persona a la cual conocía con más sombras que luces era a ella. Y ella me correspondió invitándome a sentarme a su lado aunque la escena fue incómoda creo que para ambos. Cuando la saludé aquel día ella me dirigió una mirada y tres palabras. Luego me quedé sin saber muy bien que debía hacer así que estuve un par de minutos pensando y recorriendo el aula con la vista. No sé que pensó en ese preciso instante pero lo siguiente que me dijo fue:

  -Vols seure aquí?

  El tono no fue muy agradable. Sonó un poco como a "siéntate ya que me estás poniendo nerviosa". Su voz sonó tranquila y profunda a la vez que metía presión a la hora de decidir. En realidad no tuve tiempo a decidir ni a pensar. Ya estaba nervioso al tratar de ser educado y ella me asustó más si cabe. Respondí afirmativamente y pasados cinco minutos me estaba arrepintiendo de todo aquello. La historia es un poco más larga en realidad. En el bar, horas antes de coincidir en dicha aula ella le preguntó a mi grupo si alguien hacía alguna asignatura de arte y todos respondieron que no, que ese año se iban por otras ramas educativas. Yo no respondí, tengo la tendencia de pensar que mi vida no le importa a nadie. Ella me fulminó y repitió la pregunta señalándome indirectamente a mí y ahí también me puso nervioso y le di un no como respuesta sin recordar que estaba matriculado en historia de la música. La cara que puso cuando me vio horas más tardes y manteníamos esa especie de conversación fue de "vaya chaval". No sé si añadiría un tonto detrás del chaval o un despistado pero me impuso mucho. A partir de ese día empezamos a hablar de forma más frecuente, compartimos horas y horas de biblioteca, bar, Facebook y Twitter, nos contábamos algunas cosas y nos recomendábamos otras. Era divertido y era absoluta y pura rutina que deseaba que no se terminase nunca. Pero todo debe tener un final. 

  Mientras divagaba en los pensamientos ella me devolvió al mundo real con otra pregunta sobre un compañero de clase. No mantengo el contacto con nadie de la universidad excepto ella y otra amiga que aún me dura. Los demás se perdieron por el curso del tiempo o vagan por el espacio virtual de otra realidad que no es la mía. Al final ha resultado ser ella la que se ha ido quedando y los demás los que se han ido sin despedirse cuando siempre creí que iba a ser al revés. Y de esto no me arrepiento en absoluto. Tampoco sé muy bien como empezamos a vernos fuera de las horas de clase pero lo hicimos y fuese como fuese ahora poco importa. El caso es que ahora estamos frente a frente y aunque ella no lo sabe, he conseguido vencer al monstruo que se asomaba detrás de sus ojos cada vez que trataba de sostenerle la mirada. 

Rojo (no) me da miedo. 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Rojo sobre rojo no es granate: desayuno.

A Rojo, por dejarse admirar.  


  Las diez y media y yo volvía a llegar tarde. Había calculado mal la ruta que nos llevaba al punto de encuentro y volvía a hacerla esperar. Intento ser puntual pero siempre hay algo que no sale bien. Un día fue un camión, otro día un coche de la autoescuela y otro día la cola del banco. Claro que seguramente se hubiese solucionado si fuese lo suficientemente previsor para salir diez minutos antes. Por si acaso. 

  Ella estaba sentada en un banco de madera leyendo un libro. No me fijé en la portada ni en el título. Tampoco le pregunté, no me interesaba demasiado. Habían pasado meses que parecían años y que podrían haber sido siglos de haber vivido eternamente. Se levantó y me saludó, no sin antes soltarme una reprimenda por ser impuntual. Lo hacía con la mirada fija y con un asomo de sonrisa que me ayudaba a entender que aquello no iba en serio. Nos dimos los dos besos de protocolo. Y digo de protocolo porque tenía la impresión que a ella no le hacía especial ilusión dármelos y yo a ella tampoco. Ninguno de los dos tiene el don de transmitir sentimientos, más bien de escondernos bajo mantas y sábanas, de construir murallas que llegan hasta el más allá y de caparazones duros donde asomamos la cabeza cuando nos interesa pero nunca jamás dejamos entrar a nadie. Llevaba su abrigo rojo con el que la había conocido. A veces creo que cuando llegue el momento, la enterrarán con ese abrigo puesto. Tiene otro de azul oscuro pero ese no es suyo, no le pertenece. A ella le pertenece el rojo y punto. Lleva una mochila o bolsa, llamadlo como queráis donde seguramente lleva recogida su mimada cámara de fotografiar. Yo llevo mi mochila negra y amarilla y también llevo la cámara. No sé muy bien para que la llevo pero si no lo hago se enfada. Mientras andamos le explico un poco de mi vida, le hablo del horizonte que va más allá del hilo azul que se abre por la Costa Brava, de como sigo tirándome detrás de balones de baloncesto, de las veces que he llorado por esa chica de la que tan enamorado estoy sin ser correspondido. Aquí ella me corta y me dice:

  -Tens por que sigui l'última vegada que t'enamoris així.
  
  Pienso, busco una respuesta mientras encaramos la entrada de un bar. Mientras, ella inhala una calada de su cigarro y lo tira. Me mira aunque yo no la miro a ella. Me quedo un poco quieto y le doy mi respuesta:

  -Tinc por de que sigui l'única vegada que sento amor així. 

  Sonríe y me sujeta la puerta para que entre delante suyo.

  Ella elige acomodo, ella sabe cual es la mejor mesa y las mejores sillas y yo únicamente la tengo que seguir. Es un bar normal y corriente, con sillas de madera, con azulejos en paredes y suelo que le dan un toque veraniego. Tienen un par de cuadros colgados, un espejo, unas cuántas fotografías de distintas épocas y dos camareros jóvenes que se mueven con rapidez. Uno de ellos está detrás de la barra, sentado, absorto con su teléfono y tecleando la pantalla. Debe ser un móvil táctil de estos que todo el mundo tiene excepto yo. Ella vuelve a regañarme: 

  -Compra't un teléfon ja i posa't whatsapp que no sabem res de tu, coi. 

  Sabe que no lo voy a hacer pero por intentarlo no pierde nada. Desayunamos. Un café con leche y un bocadillo pequeño. Tampoco se trata de la gran cosa, estamos más para charlar que para comer. Ella me habla un poco de cine y series, de su vida en Girona, la tesis que le amarga la existencia y de fotografía. Aquí me vuelve a regañar con gesto serio cuando le digo que hace un año mínimo que no toco la cámara. 

  -Doncs molt malament noi- me dice.

  La verdad es que me da un poco de vergüenza cuando me mete estas pequeñas broncas porque sé que tiene razón. En cierto modo me hace sentir culpable. Creo que debería invertir más tiempo en mirar series, mirar películas y hacer fotografías, así tendría más cosas que compartir con ella. Pero tampoco son mis pasiones, son las suyas así que utilizo el tiempo que puedo y muestro el interés que tengo. Miro mi cámara de fotografiar la cual ya ni recordaba el tacto que tenía. Trasteo con ella a la vez que ella está viendo sus últimas fotos. Me debato entre la admiración y la envidia, con la mirada clavada en ella y en el movimiento de sus manos. Va murmullando cosas y va pulsando botones, no sé si es el de borrar o el de ampliar y tampoco importa. Cada vez que levanta levemente la vista para ver que hago agacho la cabeza y hago ver que juego un rato con mi cámara. Rápidamente vuelve a su faena. Pasados unos minutos me empieza a enseñar fotos, me explica cosas del diafragma y de la obturación, me da consejos y me hace un recordatorio rápido de como funciona mi máquina. Le pregunto porque realmente me interesa. Me interesa la fotografía y me interesa que ella me siga hablando, que siga estando ahí. Me mira y me pregunta:

  -Ho has entés?

  Asiento con la cabeza aunque no sé si es del todo verdad. 

  Seguimos hablando sin fijarnos en el reloj. Paga ella puesto que yo he hecho (según ella) el esfuerzo de venir hasta aquí y ya me he dejado suficiente dinero en gasolina. Añade que lo importante es que he invertido mi tiempo en venir a verla. Le digo que es una inversión bastante fiable y segura, que no tiene mucho riesgo. Vale la pena. Damos un rodeo. Y dos. Y tres. Me obliga a tirarle fotos a todo lo que se mueve. Y a lo que no se mueve también. Obedezco y me pongo a tirar fotos como un poseso. Ella va mirando el resultado y hace indicaciones sobre errores o me da la enhorabuena por hacerlo bien. Va pasando el día sin que apenas nos demos cuenta. Cazamos momentos e inmortalizamos instantes a cada paso que damos. Es más bonito ver el mundo a través de un objetivo, te permite ver lo realmente importante y enmarcar aquello que quieres expresar sin tener que recurrir a las palabras. 

  Cuando me doy cuenta son las dos del mediodía y tengo un largo trecho hasta llegar a casa. Tengo que ir a buscar el coche aún y salir a la autopista lo que no sé cuanto me va a llevar. Soy bastante desorientado para estas cosas. Antes de darme tiempo ella me invita a quedarme a comer y a hacer una especie de excursión por la tarde. Acepto casi sin quererlo, como si llevara toda mi vida esperando a este momento. Se pone a andar y la sigo. Miro mi cámara de fotos y empiezo a reflexionar sobre su uso. Dudo de si quiero fotografiar o si simplemente me la compré para estar más cerca suya. Me pongo en posición de ataque, guiñando el ojo y con el dedo encima del disparador. Ella es el centro de atención de una foto que jamás existirá pero que guardo con recelo. Ando mirándola a través del objetivo. Me pregunto si estando así sería capaz de mirarla a los ojos. No lo sé pero sé una cosa:

  Rojo me da seguridad. 

jueves, 8 de septiembre de 2016

Soñamos

  Soñamos constantemente. Soñamos paisajes bonitos, momentos especiales, pesadillas inabarcables. Soñamos con plantar un árbol y escribir un libro, con vestir a la incertidumbre de valentía y llegar hasta los confines del miedo para vencerlo. Soñamos con lanzar la tristeza desde lo alto de un rascacielos y dejar la calle manchada de lágrimas que nunca abandonaron esos ojos que tanto nos han hecho sufrir. Soñamos con liberarnos de las cadenas que nos mantienen presos contra nuestra voluntad, ir en contra dirección, esquivar el tumulto y soñamos con ser el pastor de un rebaño que indeciso camina entre dudas sombrías y mentiras manchadas de realidad. Soñamos con agarrar la felicidad y guardarla bajo la piel, soñamos con noches intensas contigo gritando a mi lado. Soñamos con llegar al infinito y dar un paso al vacío mientras sonreímos. Soñamos con poder ser soñadores de sueños reales. Soñamos, y soñamos tanto que el sueño transforma nuestra realidad. Somos soñadores de lo real, de lo existente, de lo que fue, de lo que es y de lo que será. 

sábado, 23 de julio de 2016

Ríos de alegría

A Neretva, que no existe pero espero que exista.

  -Hijo de puta -me dijo sin venir a cuento.

  Mi hija levantó la mirada hacia donde estaba mi rostro y bajé los ojos para ver su reacción. Me encogí de hombros y ella volvió a su tarea. La música de su Nintendo DS se escuchaba levemente en el silencio que inundaba el comedor. Mi colega estaba comiendo galletas y bebía una taza de té. Él se encontraba en una silla y estaba encarado a mí y yo estaba en postura india sentado en el suelo con mi hija encima mía en la misma postura que yo. 

  -Eres un hijo de puta -me repitió. 

  No sé si lo soy pero como padre soy bastante desastre. Miré otra vez a mi hija pero ella no levantó la cabeza. No lo he dicho aún pero mi hija tiene un cabezón bastante grande. Creo que en el colegio lo pasa mal, imagino que los niños se meten con ella por el tamaño de su testa que a mí me sigue impresionando a día de hoy. Lo mejor es cuando se pone gorra porque le quedan fatal y le hacen la cabeza aún más grande. Yo le digo que mola como le quedan y ella sonríe y se la pone. Mi opinión se la suda bastante, se la pone porque ella quiere y le gusta ir con gorras, gorros o cualquier prenda que se ponga encima del pelo. 

  -Haz el favor de no repetirlo tantas veces, hombre -le dije.

  Me volvió a mirar mi hija casi regañándome. Era una mirada del palo "ya sé que significa esa expresión y no me molesta". La verdad es que debía saberlo de sobras, todos mis amigos eran unos malhablados. Lo habían sido de pequeños, lo fueron en su etapa adolescente, lo mejoraron en su juventud y ahora algunos casados, otros con hijos y unos cuantos solos seguían siendo unos malhablados. Yo el más de todos ellos pero trato de minimizar daños cuando está mi hija presente. 

  - Dime su nombre otra vez. 
  - Neretva -le respondí por enésima vez. 
  - ¿Por qué?
  - No lo sé, me gustaba como sonaba. De hecho, me sigue gustando. 

  Mi hija me lanzó otra mirada fugaz y emitió un ruido raro antes de volver a su consola. Reposé mi mano encima de su cabeza. No podía agarrarla con una mano, era más grande que un balón de baloncesto. Me volví a impresionar hacia mis adentros mientras le acariciaba su pelo corto. En realidad lo hacía porque me sentía un poco mal. Me gustaba meterme con su cabeza y vacilar a la niña un rato pero cuando me asombraba por su tamaño me sentía culpable. Instintivamente ella sacudió mi mano con la suya, casi como si supiese lo que estaba pasando por mi mente. 

  -¿Te gusta tu nombre, Neresta? -le preguntó mi amigo en tono infantil.

  Ella le miró y le respondió asintiendo con la cabeza.

  -¿¡Qué!? -me salió del alma. -¡Ni siquiera te llamas así! 

  Cerró la consola y me volvió a mirar con una sonrisa burlona. Me sacó la lengua, se levantó y se fue corriendo a la cocina. Ambos la seguimos con la mirada hasta que se perdió. Recogí la consola que había dejado tirada en el suelo mientras mi amigo seguía llenándose la boca de galletas. Iba a terminar con la fuente primaria de mi alimento matutino y ni ganas tenía ya de evitarlo. Se rascó la cabeza e hizo el ademán de decirme algo pero pasó. Luego volvió a intentarlo pero se lo pensó dos veces. A la tercera iba a ser la vencida, puso su mano en la barbilla y mirando el techo preguntó:

  -¿Cuál era su segundo nombre?
  -Jolis. Te lo he dicho mil millones de veces y me estoy quedando corto. Neretva Jolis. 
  -Es el nombre más feo que he oído en mi vida. 
  -Tu cara sí que es la cosa más fea que he visto en mi vida y nadie te culpa por ello. 
  -Ya -se lo tomó con tranquilidad. -Yo no he elegido tener esta cara pero tú si has elegido ese nombre para tu hija y eso es de hijo de puta. 

  Tenía razón. Yo había elegido ese nombre y si tenía un trauma en relación a ello yo tendría buena parte de la culpa. Hace años que estoy enamorado de ambos nombres y claro que sé porque se los puse a mi hija. No soy un buen padre pero tampoco soy el Magistrado Malvado, no nos pasemos. Tengo mis puntos que tienden más a ser puntitos que puntazos pero lo bueno viene con cuentagotas. Una vez pensé acerca de la importancia de tener un nombre y no uno otro. A veces te gusta, otras veces lo odias pero te acompaña allá donde vayas. Seguramente si en lugar de Neretva mi hija se llamase Marta o Diana tendría una infancia más placentera. Llamándose Neretva Jolis iba a ser el foco de atención en todas las revisiones de lista de los profesores. Lo único que hago es desear con todas mis fuerzas que nunca le pongan un diminutivo. Los diminutivos son horrendos en su gran mayoría.

  Mi colega se fue al cabo de un rato. Mi hija rompió un plato y preparó la comida. Cuando digo que preparó quiero decir que la hice yo mientras ella miraba bobalicona como pelaba el pepino y el tomate. Con su enorme cabeza, iba tambaleándose de un lado a otro, inclinando la silla y haciendo ruidos con su boca. A veces se ponía a correr haciendo el avión e imitaba a mi hermano haciendo dubs. Preparé la mesa con celeridad y, cuando iba a sentarme me dí cuenta de que Neretva Jolis me estaba mirando de forma muy fija. Pinchó un trozo de patata  y me dijo:

  - Yo ya sé porque me llamo Neretva Jolis. Y me gusta. -Sonrió y se metió la patata toda de una en la boca.

jueves, 7 de julio de 2016

La tres del seis de julio


  Me he despertado a media noche. Bueno, eran las tres de la madrugada. Me había costado horrores conciliar el sueño por culpa de la alta temperatura y la humedad que cargaba el ambiente. Era un seis de julio y acababa de tener un sueño absurdo. Muy absurdo. Estaba en mi casa viendo las noticias por la televisión mientras me comía una caja de fresas frías. No llevaban ningún condimento, me gusta saborear lo ácido de la fruta, es como la disfruto más. Iban sucediéndose las imágenes, no prestaba demasiada atención a la caja tonta, estaba puesta como de fondo de una escena donde lo que importaba era la figura de un joven que no paraba de devorar fresas. No sé que canal estaba puesto pero recuerdo que de golpe el aparato se volvió el centro de interés del cuadro que se estaba pintando. Se empezó hablando de una serie de catástrofes naturales que se habían ido sucediendo en Zaragoza y en Estados Unidos. Era un sueño así que no hace falta buscarle la lógica. En dichos sucesos meteorológicos abundaban los casos de inundaciones extremas con muertes incluidas aunque esas muertes eran ajenas al agua. Bueno, ajenas no pero si que no eran por su culpa. Por lo visto, en numerosos casos se había acumulado tanta agua que se empezaron a formar olas. Olas que en el sueño eran totalmente transparentes y que tampoco eran demasiado grandes. Adaptadas al terreno donde crecían esas olas impactaban suavemente contra paredes y personas. Nada peligroso aparentemente, un acto natural e inofensivo, tanto que la gente salía a grabar con sus iPhone mientras veía como una cascada de agua caía en jardines y tejados. Se podía oír palabras de asombro y se podían ver caras de gente impresionada por dicho espectáculo acuático. Casi se veía que el agua iba haciendo formas distintas, se mantenía en el aire escasos segundos antes de caer en suelo firme. Todo esto estaba muy bien, pero por lo visto había un pequeño problema: al cabo de unas olas aparecía un animal salvaje y mataba a los asistentes que estaban de pie admirando el espectáculo. Así, sin ton ni son, aparecía justo detrás de una ola con cara de estar muy enfadado y se comía a la familia que estaba reunida ahí. Vi a un gorila, un tigre y un animal que no sé que era exactamente, quizás un híbrido creado por mi imaginación. Lo mejor de todo es que el iPhone seguía grabando pese a que era básicamente imposible que lo hiciese, pues la víctima yacía en el suelo mientras el animal enfurecido se comía su cara, así pues entendía que el vídeo se grababa mientras el teléfono se mantenía en el aire sin motivo aparente. Yo seguía comiendo fresas hasta que me desperté. No había sido una pesadilla pero quizás lo hubiese acabado siendo si la calor no me hubiese despertado.
  Miré el reloj y apenas pasaban las tres. Me tumbé y traté de volver a dormirme. Hacía una calor tremenda, de esas noches en que deseas que pase muy rápido y sean las ocho de la mañana para empezar a caminar. Me costó de nuevo. Un mosquito rondaba la habitación y oír el zumbido cerca de mi oreja es algo que me molesta y me pone muy nervioso. Con inquietud no hay quien duerma. 

  Cuando conseguí dormir mi mente me llevó a otro escenario. Quizás por tenerlo presente o porque mi cerebro así lo dispuso el paisaje me era realmente familiar. Estaba en el colegio donde había ejercido de monitor, el mismo sitio donde conocí a Elaine aunque ella no iba a aparecer. Todo discurría con normalidad, llevaba la bata de cocinero que me habían dado mientras los demás tenían la bata de monitores. Todo bastante real y fiable. Andaba por el patio con normalidad, iba dando tumbos y mirando niños y niñas aunque ninguno de ellos tenían rostros, siempre los veía de espaldas y nunca les llamaba por el nombre y ellos nunca se giraban. Y así iban pasando las horas hasta que tocó la hora de irse. Sonó alguna canción o melodía, no recuerdo llevar a mi grupo a sus clases lo cual en la realidad me hubiese significado un toque de atención grave. Llegué al comedor y me quité la bata. Mientras la colgaba una compañera de trabajo me preguntó:

- ¿Todavía tienes el cuaderno dónde escribes?

  La susodicha resulta que no era compañera de trabajo realmente. En el sueño sí pero en la realidad no lo es, en el mundo real ella es una antigua compañera de clase que hace cinco años que no sé absolutamente nada de ella. Y que le vaya bien pero no voy a ser yo quien se preocupe por ella. El caso es que ella aparecía con su baja estatura, su pelo ondulado y sus ojos oscuros. Vamos, la chica que yo había conocido durante mi estancia universitaria. En un primer momento la ignoré así que insistió:

- ¿La tienes? -me dijo mientras ella colgaba su bata lejos de la mía.
- No la tengo. La quemé hace dos veranos -le respondía. 
- Ah... -suspiró decepcionada. 

  Al cabo de un rato llegaba mi padre y el despertador sonaba quedándome con las ganas de más. Me parece curioso, cuando estuve en la universidad no utilizaba una libreta específica para escribir, tenía una libreta para todo, una agenda pequeña y la piel que recubre mis brazos para hacer todo tipo de anotaciones. Pero en el sueño ella sabía que yo tenía esa libreta y era como si yo le echase en cara que no lo supiese. Ella no ha tenido el interés en contactar conmigo en estos años y yo tampoco así que tampoco tenía excesivo sentido. 

  Me he vestido, desayunado y ahora ya me voy corriendo. Antes de escribir esto he anotado ideas en una hoja escrita. He apuntado tres detalles de cada sueño para no olvidarme de contarlo y que quede aquí. Es la primera vez que cuento un sueño aunque he estado tentado a hacerlo alguna que otra vez. Hoy me apetece escribir y no olvidarme de ambos sueños aunque seguro que tarde o temprano terminaré olvidando os detalles igual que he ido olvidando los textos que he ido escribiendo a lo largo de mi vida. Aunque sigan colgados.

Cuadro Venecia de Noche de Alejandra Carrillo.

miércoles, 6 de julio de 2016

Con E de Elaine (o La niña del comedor)



A Elaine

  Elaine es una niña de ocho años de ojos marrones y con una melena rubia que se mece sobre sus hombres y llega hasta el infinito. A veces lo lleva suelto y a veces recogido en un moño. Sonríe con facilidad y tiene gestos que expresan a la perfección lo que piensa o siente sin necesitar hablar. A veces se queda se te queda mirando fijamente, otras sus ojos van y vienen como si algo o alguien le impidiese mantener la concentración en lo que a ella realmente le importa. Para tener ocho años es alta y sumamente inteligente. Elaine ya entiende cosas que a los adultos nos cuesta años asimilar. Sabe que no puede juzgar a las personas, que merecen una oportunidad, que pueden cambiar y que nadie es malo por naturaleza. Diferencia entre nacionalidad y religión y es plenamente consciente que puede seguir siendo lista pese a que haya personas más listas que ella. 

  Elaine hace ballet a la salida del colegio. Por eso a veces va a clase con el moño atado. Si hablas con ella descubres que le gusta de veras y que disfruta cada segundo de sus actuaciones. No tiene aspiraciones altas, simplemente quiere pasarlo bien. No sé si se le da bien o se le da mal, si está en la media o sobresale pero por sus expresiones juraría que a ella no le importa en exceso. Por contra no le gusta estudiar pero ella sabe que es su obligación así que estudia. Y ha sacado nueve excelentes. Distingue entre lo útil y lo necesario. Ya he dicho que Elaine es una chica muy lista. Le gusta quedarse callada y pensar, escuchar y dialogar, trata de esquivar los problemas ajenos e incluso intenta mediar cuando dos compañeros de clase se pelean. A veces sale victoriosa de dichas tareas, a veces fracasa pero ella siempre aprende. Nunca la verás hablar mal, nunca oirás una mala palabra salida de su boca y nunca nadie ha tenido quejas de ella.

  Elaine pasa desapercibida. Sus amigas llaman más la atención, vienen a hablar, lloran de vez en cuando, te enseñan sus dibujos o se ponen a bailar sin motivos aparentes. Ella juega al escondite entre la multitud, se aleja de los focos y deja hueco el trono que nunca pidió. No reclama la atención de nadie, come despacio y en silencio. Excepto las lentejas. Las lentejas no le gustan y no se las come. Casi suplica que no le pongas lo que le toca en el plato aunque una vez ahí, se lo termina. Se ríe mucho si le preguntas por sus virtudes y sus defectos. No sabe definirse, no sabe por donde empezar y tampoco tiene palabras para hacerlo. De las pocas cosas que Elaine no debe saber hacer. Y por no saber ni lo intenta. Además Elaine busca ser racional a la edad de ocho años. Todo lo que dice está pensado de mejor o peor manera, con argumentos más sólidos o menos pero ella cree lo que dice en ese momento. Y te lo va a debatir aunque no por ello no va a darte la razón. Repito que Elaine es una niña extremadamente lista. 

  Elaine es una niña de ocho años pese a todo lo que he dicho. Sigue corriendo con sus amigas, jugando al Pequeño Pony y tirándose al suelo. La verás con arena en el pelo o tirando piedras diminutas contra la pared mientras habla de la clase de castellano. Mira las pompas de jabón impresionada como si la monitora que las hace fuese una maga del agua. Hay cosas que todavía no entiende y mejor que no lo haga. No suele jugar con el balón pero de vez en cuando lo patea cuando se le acerca, igual que la verás tirando una peonza con un compañero que sigue castigado por pegar a otro. A la vez Elaine escenifica mis miedos al día en que me toque educar a un niño o una niña (si llega dicho día). 

  Elaine es una niña de ocho años y a veces uno desearía que siempre fuese así. 

domingo, 3 de julio de 2016

martes, 24 de mayo de 2016

El placer del no saber

  Ayer mi hermana me dijo que tenía buen porte. Estaba cepillándome los dientes cuando lo hizo. Yo me reí con la pasta de dientes transformada en espuma saliendo de mi boca y cayendo en la pica. No entendí muy bien a que vino ese comentario, le salió espontáneo y tampoco es que yo me hubiese currado una pose o una vestimenta. De hecho iba en chándal lo cual dice bastante de la situación. Tampoco sé que significa tener porte. No entiendo muy bien como se define el porte de una persona. No me he matado en tratar de descifrarlo porque básicamente, no me importa. Eso si, hizo que me mirase en el espejo una vez terminada la tarea que traía entre manos. Dos días antes una conocida o una amiga (tampoco sé como calificarla) me había dicho que era un chico guapo. No me lo suelen decir y si lo hacen yo no me entero. Ni ganas, ojo. Supongo que es una opinión entre tantas que me termina llegando por sinceridad o por compromiso. Ayer cuando me reflejé en el espejo no vi el rostro de alguien a quien yo cualificaría de guapo pero a ella le parezco guapo. La genética es algo fascinante, la verdad. Tengo cero mérito en ser o parecer guapo y me lo dice. De hecho, mis características físicas son las que más me recuerdan y lo hacen de forma continua, más ahora que trabajo con niños. Me miran y no salen de su asombro: "eres muy alto", "que feo eres", "tienes mucho pelo en la cara, quitatelo" o "no tienes pelos en los brazos, que suaves los tienes". En todo ello tengo cero mérito. Bueno no, podría afeitarme pero estoy en modo James Harden, me da miedo quitarme el poco vello que tengo y descubrir mi cara desnuda. Paso, tal y como estoy me asusto menos de mí mismo. 

  Mi hermana se fue entre sonrisas y yo seguía mirándome en el espejo. Siempre entro en el lavabo con mi MP3 para ir escuchando música (obvio, ¿no?). Normalmente escucho rap excepto por las mañanas que Ray Charles inunda mi consciencia. Antes me encontré con la vecina que es una de las niñas del comedor que insiste en que soy muy feo. Me pregunto que discusión tendrían ella y mi conocida/amiga para tratar de convencerse la una de la otra sobre quien tiene razón. Creo que es algo subjetivo. No lo creo, lo es pero a veces queda más cordial decir que lo crees que si no parece que tengas la verdad absoluta. No quiero decir que tengo la verdad absoluta pero hay cosas que son así y no puedes discutirlo. La opinión sobre el físico de una persona lo es. Bueno, básicamente casi cualquier opinión personal de esta índole (que ganas tenía de usar esta palabra) lo es. En fin, la discusión tendría poco futuro de hecho. La vecina tiene 12 años y mi conocida/amiga es de las que dan el brazo a torcer rápido, pasa de discusiones y malos rollos. O esa es mi impresión aunque la conozco virtualmente así que no puedo hablar demasiado por ella. No sé donde está mi hermana. Mi hermano anda desaparecido, dijo que iba a comprar pero me huelo que se ha ido con sus colegas a dar una vuelta o a correr un rato para mantenerse en forma. Mi padre hace rato que no vuelve pero mejor, seguro que estará bien acompañado, riendo e igual ha cenado de forma decente. Nosotros o mejor dicho yo, tengo una cena basada en pan y mantequilla o queso fresco. No me quejo. No sé cuando fue la última vez que cené de verdad en estas cuatro paredes. Seguro que algún día aleatorio entré en casa y descubrí que había una sopa para cenar, una ensalada ligera y un postre bueno. O igual no, yo ya no sé que es y que dejó de ser. Menos sé que fue lo que nunca fue. 

  Me sigo mirando al espejo a todo esto. Es magnífico lo que un espejo puede enseñarnos. Yo soy de las escuela de Nach, de los que prefiere mirar a través de ventanas antes que mirar el espejo pero en el baño no hay ventanas. Además, verse a uno mismo de vez en cuando te obliga a pensar en quien eres. Los chavales del comedor me odian bastante, esa es mi impresión. No es que me lleve mal con ellos, es simplemente que no me llevo. Ellos hacen y yo hago, ellos se portan bien dentro de unos límites y yo me porto bien y les voy dejando hacer. No me gusta gritar ni me gusta castigar demasiado, de niño no me gustaba que me gritasen ni que me castigasen. No significa que no lo haga pero trato de evitarlo. Creo que a algunos no les caigo mal del todo pero bueno, son una minoría. Me manejo mejor en el baloncesto, creo que los de la escuela me tienen algo de aprecio, algunos más que otros. Luego está Helena que es una maravilla y espero que siga siéndolo con los años. Con los mayores me lo paso bien, hablamos de baloncesto, discutimos sobre distintas cosas e intentamos pasar un buen rato. A todo esto, me he dado cuenta que hoy visto de color azul. Recuerdo una vez que una compañera de clase me dijo que le gustaba un jersey que llevaba pero su amiga le dijo rápido y veloz que era demasiado azul para su gusto. Era el típico jersey de rayas azules y negras, no entendí muy bien que significaba la expresión "demasiado azul" y ahora pese a que le doy vueltas, sigo sin comprenderla. El jersey que llevo es totalmente de color azul, en la misma tonalidad a ese otro que le acabé regalando a mi hermana porque me iba pequeño. El que llevo ahora era de mi hermano. Bueno, lo sigue siendo pero me lo pongo yo y como no se queja pues me lo apropio. Me pregunto que andarán haciendo esas dos amigas, hace mucho que les perdí el rastro. Claro que yo, sin whatsapp ni Facebook tampoco ayudo demasiado. 

  Bueno, he salido del baño. Me voy a cambiar y a la cama. Quizás me duche antes aunque es tarde y me va a estar prohibido poner música. Va a ser una putada. Mañana pinta a día duro. Por cierto, me encontré con una amiga que se ha cortado el pelo. La vi de lejos acompañada por sus padres pero no quise ir a saludarla. Tendremos oportunidades mejores si ella lo desea. Pero intuyo que no lo va a desear así que nos quedaremos con las ganas. Pero no sé, quizás un día se acuerde de mí y de que sigue teniendo mi pelota colgada en su tejado. Mientras me voy a perder entre sábanas y mantas, entre verdades a medias mientras me ahogo en vasos llenos de vacío. Y si alguien se pregunta alguna vez que estoy explicando aquí la respuesta es nada. A veces uno se dedica a escribir lo más desorganizadamente posible y lo hace por puro placer. Pues esto es por placer y por la afición de escribir. No lo he dicho, pero me salta el corrector un montón de veces. Tantas que paso de hacerle caso. Yo escribo pero no sé escribir. Y seguro que lo habéis notado. En fin, que buenas noches o buenos días dependiendo de la hora. Que yo ya no sé nada y por no saber me quedo con ganas de aprender.

lunes, 2 de mayo de 2016

Frenesí

  Esperar sentado mientras jóvenes absortos en sus teléfonos pasan de largo, aburrirse, mirar el horizonte, estirar el brazo para agarrarlo, levantarse, caminar a solas por senderos inundados de arena y pensamientos de viajeros errantes, marcar tu propio ritmo, avanzar al pasado, pasar del pesar, pisar con fuerza, andar en cursiva, correr en negrita y subrayado, cruzarse con indeseables, conocer personas nuevas, sentir el viento cabalgando un ciclomotor jubilado, encontrarte perdida entre la muchedumbre, quedar encandilado de tu sonrisa que sobrevive intacta al impacto del paso ligero del tiempo, ilusionarse sin motivo aparente, enamorarse del vacío, teñirse el pelo de rosa chicle, perseguir tu presenciar, columpiarse en tu inconsciente, apartarse para no estorbar, esforzarse en ser mejor, hacerse mayor a pasos menores, imaginar tus límites, llegar tarde por rutina, beberme tu sudor, acariciar lo más profundo de tu ser, bailar en la frontera de cuerpo, vivir en tus labios, ansiar que la primavera te desnude para pasear con los dedos por tu vientre plano, ponerle banda sonora oficial a mis ideas, caer en el tercer movimiento de una sonata para piano, tocar el contrabajo en tus cuerdas vocales, leer sentimientos escritos en una brisa de verano, reflejarse en ventanas que anhelan ser espejos, ser el destino, transformarle por avaricia, divertirse, reír y contagiar la risa, burlarse de tus enemigos con la lengua fuera, obedecer a tu instinto, tirar a canasta, anotar un gol por la escuadra, renunciar a la derrota, desaprender a perder, viajar al corazón por la aorta, apretujarse en la parte trasera de un coche, abrazar por inercia, vengarse rápido para estrellarnos a toda velocidad como amantes en una carrera contrarreloj, refugiarse en tus versos y en tus besos, ir al paraíso en el Apolo XIII, pintar la luna con los colores del arco iris, iluminar la cara de un felino ágil escondido entre bolsas de basura y residuos de esperanza, dormir en tu regazo, despertar un dos de enero, olvidar recordar que debes olvidar lo sucedido la última noche y recordar no olvidar tu punto de partida, mantenerse firme cual soldado formando fila, escapar de la cárcel de tus brazos, molestar a la soledad, incomodarla, adivinar la fecha de caducidad del nosotros, morir en el naufragio de tu melancólica mirada, derrumbarse como castillos con estructura de naipes y muros de arena engullidos por la hambrienta marea, llorar en vano, trazarte en tu elipsis, contarle al universo que te necesito, rozar el infinito y hacerlo más duradero y largo, mentir con sinceridad, deshacer los pasos que dimos una cálida mañana de septiembre, borrar tus huellas que quedaron en marcadas en mi piel, enterrar las excusas y las disculpas volátiles, quemar tu esencia de mi habitación, romper en mil trozos este escrito, creer en perder la fe, respirar el aire sucio de la gran ciudad, apreciar el paisaje que florece en marzo, echar de menos a la nostalgia, rememorar tiempos peores, valorar la nueva senda abierta, volar sin rumbo, explicar el motivo por el cual nunca se dan explicaciones, acechar a las sombras, asustar a los monstruos que habitan bajo la cama, soñar con pesadillas, admirar la salida del sol, despedirse del niño que fuiste, partir al lejano oeste, batirse en duelos dialécticos, inhalar el último de tus suspiros, quererse, regalar todo el odio que te queda al primero que se cruce contigo y liberarse de los miedos que te impidan vivir para ser.