miércoles, 25 de noviembre de 2015

Cambios de humor (y de amor)

  Noche oscura, caen gotas de forma dispersa. Melodía de truenos y relámpagos, un chico caminando calle arriba huyendo de sus miedos, doblando esquinas esperando encontrar a la esperanza. Pisa un charco, cruza la carretera y afloja el ritmo. Mira el cielo nublado, no hay luna que le guiñe un ojo, no hay estrellas que unir para dibujar sus sueños. Se pregunta cuánto tiempo tarda una gota de lluvia en caer al suelo, cuánto tiempo de vida tiene desde que nace en la nube negra. Sonríe tímidamente, reanuda el paso rápido mientras se pierde en sus pensamientos. La oscuridad de un callejón mal iluminado engulle su existencia. Un perro ladra a lo lejos, un gato en celo clava la mirada en la silueta que desaparece. Mira el fondo del cuadro imaginando en un mundo diferente donde nada es distinto. La locura espera sentada en un banco sabiendo que tarde o temprano el chico aparecerá y a ella se entregará. No sé que edad debe tener el muchacho que olvidó a odiar y que aprendió a contar amigos con los dedos de una mano que ahora le parece tan irreal. Trata de mirarse a si mismo, se abraza a la nostalgia y se sienta en garitos malolientes. Un amor suicida salta de la ventana de un cuarto, un grito ahogado llama al futuro en un deseo de volver al pasado. La eternidad huye del paso del tiempo y todo cambia a cada segundo para poder seguir igual.

  En una calle sin salida aparente la nieve empieza a acumularse. Un chico pasmado mirando a través del cristal ve como un escritor roto por dentro trata de plasmar su frustración en una pantalla. Si se gira un poco verá una chica escribiendo su felicidad en hojas de papel que serán aviones y volarán hasta el más allá. La nieve cuaja bajo sus botas. Mira al cielo, el sol asoma tristemente por las rendijas que dejan las nubes. Fijamente mira el copo que cae delante de sus narices. Nota como otro copo cae encima de su mejilla izquierda. Piensa en cuánto tiempo tarda en caer el copo, durante que breve período de tiempo existe ese copo. Una madre arrastra a un niño mientras le explica como ser mayor. El chico se coloca uno de los cascos y mira la pared que cierra la calle. El escritor frustrado resulta ser poeta, la escritora feliz resulta ser admiradora Matute. Quizás suene una balada curte y quizás sueñe con un amor cursi, quizás se funda la nieve y al día siguiente será como si nunca hubiese existido. Mira el reloj de pulsera. Son las doce y sabe que ha llegado la hora de sonreír aunque sea obligado. Siente el metro bajo sus pies y se coloca el otro auricular. Sigue vivo. Sigue solo. 

  Las hojas empiezas a crecer en los árboles. Camiones equipados con escaleras cuelgan retratos de políticos que buscan votos y venden humo. Las nueve de la mañana. Camina calle abajo con la capucha puesta y con ritmo alterado. Tiene que llegar a algún sitio a alguna hora para abrazar a alguna persona. No quiere hacer tarde. Los rayos del sol le tapan el camino que tiene delante suyo. Siente una presencia intensa. Un pájaro vuela a ras de suelo, Cenicienta corre tras una moto con zapatos de cristal mientras dos machos alfas pelean para conquistar su corazón. El chico mira al cielo divisando los rayos del sol que le ciegan. No lleva el reloj puesto. Mira como lentamente una nube se posa sobre el astro y le ayuda a ver el azul con claridad. El chico se pregunta cuánto tarda en moverse una nube, a qué velocidad viajan y hacia adónde van. Se queda quieto mientras un olor a verde impregna el ambiente. Un coche arranca con el freno de mano puesto y el conductor empieza a sudar nervioso. El chico sabe que va a llegar tarde. El chico sabe que nadie le va a esperar, nunca hubo un momento. Quizás hubiese existido el momento si hubiese salido antes de su casa o si no se hubiese encantado mirando a una pareja de moscas revoloteando delante de su mirada. Otra moto pasa detrás suyo. Un bolso se abre y una mujer saca un pintalabios y un pequeño espejo. Resignado el chico arranca a correr porque aunque le duela, el chico sabe que la esperanza nunca se pierde por muy estúpida que sea la situación. 

  Tumbado en el regazo de una chica desconocida hasta ahora. Su presencia se expande, su conciencia impregna el ambiente, la diversión se difumina en el vacío de su mente. El chico tiene los ojos cerrados mientras la mano de ella recorre su cara. Toca la barriga y se siente cómodo por fin. Se levanta y anda. Sigue sin rumbo, sube escaleras, baja rampas y ríe antes de las doce. El chico recorre cada punto de su figura. Su espalda estrecha se le hace eterna, sus manos delicadas le sujetan fuerte. El amor que se lanzó desde un cuarto llevaba paracaídas. Se sabe que amortiguará la caída los brazos de una desconocida. Se pierde en su olor. No es la película de su vida, es un simple cortometraje y el chico es solamente un extra. Un concierto improvisado, unas palmas, una guitarra y un micrófono. El fuego de la hoguera de San Juan se levanta delante de ambos fundidos en un abrazo. Sus dedos se entrelazan cada vez de una forma y el chico desea en ese preciso momento que se pare el tiempo. El chico piensa en cuando nace esa sensación de sumisión a otra persona, cuándo muere y por que no puede hacerse eterna. El chico vuelve a sonreír tímidamente. Las caricias le llenan de vida, se marca el reto de ser alguien sencillo y tararea sinfonías de Mahler. Valientes se escapan a contracorriente por miedo a sentir, cobardes se levantan y le ganan el pulso al miedo de mirar a los ojos. El chico se sincera con su mundo aceptando la ilusión de un amor que se estrelló hace tiempo. Y ella le agarra la cintura para mantenerlo atado y el chico se deshace del nudo y la observa. No sabe sentir y no sabe vivir. Pero sabe que puede aprender, y que puede hacerlo solo, como ha hecho durante toda su vida.

Foto propia.