sábado, 30 de mayo de 2015

Confesiones de biblioteca (VII)

No todo el que escribe es escritor pero el escritor debe escribir para considerarse como tal.


Cuadro de Albert Anker

miércoles, 13 de mayo de 2015

El chico que creció de golpe

El chico que creció de golpe nunca sintió la soledad como algo suyo, ni siquiera la veía como algo real y posible. Andaba siempre entre distintas personas, nunca había sentido el dolor y viajaba con el corazón desnudo, con la sonrisa pura de un niño. Pese a que se hacía mayor el mantenía sus ilusiones y sus sueños intactos. No tenía miedo a nada, no se asustaba y seguía teniendo esa dulce ingenuidad de quien se sabe feliz. Una tarde de otoño, cuando caían las primeras hojas y se sacaban las bufandas, el chico que creció de golpe descubrió que era el dolor. De camino a su casa un par de jóvenes le atracó a plena luz del día. Apenas tenía un par de monedas y una bolsa de comida pero fue suficiente para experimentar algo de miedo. Cuando llegó a casa se miró al espejo y se dijo que iba a ser más precavido a partir de ahora. Con el corazón envuelto en paja, el chico que creció de golpe siguió paseando por su pueblo, más precavido pero con la misma sonrisa. Andaba cauto pero seguía conociendo personas y sitios, seguía enamorándose de paisajes y libros mientras miraba a derecha e izquierda. Una noche de invierno el chico que creció de golpe se encontró con sus padres llorando desconsolados en el salón. Desconcertado se preguntó a que venían tantos lloros. Apenas pudieron responder cuando su mundo se empezó a venir abajo poco a poco. Y él quieto, atado por unas enormes cadenas de hierro que le impedían salvar todo lo que quería. El destino sopló y voló la paja que recubría su corazón sincero. El chico que creció de golpe no pudo nunca despedirse de su hermano, ni en las numerosas pesadillas en las que él perseguía a aquella silueta que tantas veces le había defendido y tanto le había dado. Tardó en recomponerse. Ahora conocía al dolor, le había mirado a la cara y le había saludado. Incluso llegaron a tener roces de madrugadas. Sentía el miedo y aquella gente que le rodeaba en gran número fue disminuyendo. Se había vuelto más rudo, más triste, más agresivo. Había días en los que quería desaparecer de la faz de la tierra y no volver a sonreír jamás. Su corazón quedó cubierto por tablas de roble recién talado y entraba aquel que obtenía el permiso del chico que creció de golpe. Volvió la primavera, volvieron las flores, los brotes de las hojas, las golondrinas y el sol que cegaba. Llegó la alegría a las calles, las terrazas se llenaban de chicas con vestidos estampados y chicos que las devoraban con la mirada desde el bar de enfrente. Se veía a gente leyendo en los parques y el renacer del pueblo con sus fiestas. Era normal patear las calles estrechas para llegar a la feria, comprar manzanas caramelizadas y algodón de azúcar. En el ambiente de extrema felicidad que se vivía el chico que creció de golpe se sentía más arropado pese a que también notaba el peso de la soledad desde que su hermano partió. La relación con sus padres se había vuelto más fría y apenas podía contar con nadie. Se sentaba cerca de algún árbol mientras miraba la multitud de transeúntes disfrutar de la vida. Una mañana de esa primavera triste, el chico que creció de golpe supo que era estar completamente solo. Aquella mañana sus padres quemaron la casa con ellos en el interior. Miraba la escena estupefaciente, casi como si fuese mentira. Iban las llamas avanzando y el retrocediendo poco a poco hasta que le dio la espalda a su hogar y conseguir arrancar una carrera que iba a ser el largo camino de la huida que nunca debería haber sido como tal. Los vecinos lo miraban, sus antiguas compañías le señalaban con el dedo, no podía oírles pero sabía bien que se compadecían de él, de todas las desgracias seguidas que le tocó vivir, de como la alegría partió en barco y naufragó, de como la felicidad voló con alas de Ícaro y terminó estrellándose contra el suelo. Los pasos del pasado ya no pisaban tan fuerte, no iba a comerse el mundo, no miraba la la luna buscando su sonrisa. El destino volvió a soplar con fuerza y derrumbó esa casa de madera donde su corazón se había refugiado. Largo tiempo pasó de la última visita que recibió o  así lo sentía él. Construyó una casa de cemento para que su corazón pudiese llorar solo, sufrir y aprender a estar solo. Numerosas personas tocaron a su puerta pero nunca volvieron a saber de él. Y el chico que creció de golpe no dio símbolos de vida, sentado en su mansión esperando a la esperanza que nunca vino porque realmente nunca se fue. Lo que pasaba es que nunca antes la necesitó.