domingo, 15 de febrero de 2015

Mi vida y mi muerte (y un violín ajeno a mi)

Hay veces que uno se ve atraído a una melodía, a una canción y lo hace de forma inconsciente hasta que se descubre escuchándola una vez tras otra. Quizás nos evoca recuerdos emotivos, quizás sentimientos reencontrados, quizás ambiciones o quizás la más absoluta nada. Cada vez estoy más seguro de que es imposible no llorar al son del violín mientras agudos y graves penetran en los oídos de las mentes más inquietas. Para ellas escribo, para ellas existo. Estaba mirando el techo anhelando ver el cielo a través de él, apagué la luz para contar estrellas pero ahí arriba no había nada. Ni una nube, ni la luna sonriente (o entristecida), ni una alma que consolar, ni una persona que debiera consolarme. A veces me planteo el hecho de ser yo. Yo contra mi yo, el ego me consume cada día mientras arrojo trozos de mi corazón dentro de una botella que lanzo al mar para ver si alguna musa soñada acude a la eterna llamada del poeta (o escritor, o lo que Dios quiera que sea) errante que solamente busca calmar su sed. Muero mientras las más famosas asesinas en serie de la historia siguen libres en este mundo. En este mundo, en el tuyo, en el mío y en el de todos. ¿Acaso no pertenecemos todos al mismo? ¿Acaso no todos los mundos creados por cada uno de los humanos que habitamos el planeta no terminan fluyendo hacia uno solo? Entonces, ¿para qué tanto ímpetu en ser diferentes? ¿Por qué buscamos la fama, el ansia de reconocimiento, el ser especiales, el ser mejores? Tal vez necesitemos ser el centro de atención, el ombligo de ese mundo tan grande. Pero solamente tal vez, los habrá que no deseen estar allí y prefieran pasar desapercibidos aunque nunca se sabrá si es esa su naturaleza real u otra manera de llamar la atención. Siempre se ha buscado ser el más importante de tus amigos y se debería buscar ser el más importante para ellos. 

No entiendo a que viene tanta pena y tanta lástima. Gente que se compadece por no tener, por no poseer. Gente sentada mirando a los ojos de aquellos que pasan por el camino pidiendo limosna. El tiempo pone cada uno en su lugar ciertamente, al final todos muertas, amarillentos, rígidos, ojos cerrados y enterrados. Y en mil años ni huesos, ni cenizas, burda existencia sobre este mundo. Sin rumbo, sin sueños. ¿Cómo iba a soñar en mi mundo? No existe la felicidad, no existe la libertad, no existes tú. Y aquí estoy, tratando de invertir los papeles de esta película, tratando de matar al tiempo mientras el tiempo me mata a mi. Los hay ahí afuera que van pidiendo oportunidades y se excusan en condicionales de y si que jamás existieron. Un puedo y no quiero constante define a estos perdedores que no quieren sonrisas si son sinceras, que prefieren los falsos abrazos a las puñaladas verdaderas. La falsedad entraña ilusión, mentira, la verdad es experiencia. Todos tenemos lo que nos merecemos. Y todos terminaremos muertos. Nuestras vidas terminan diluyéndose como azúcar en café. Quien teme a la muerte debe saber que no debería preocuparse tanto: es inevitable. Quien se asuste por la incertidumbre de no saber que hay detrás de ella (si es que hay algo) debe saber que no somos pocos los que compartimos ese temor. Ese temor que esconde horizontes a los cuales no queremos ni llegar. Una vez muerto caerás en el olvido eterno, nadie volverá a saber de ti. Tal vez aguantes una o dos generaciones y después se acabó, nadie te recordará, nadie te visitará y terminarán construyendo una calle, una plaza, un bloque de edificios o un taller de automóviles encima de tu deteriorada tumba. Lo peor de todo es que todo lo que hayas sido en vida no va a importar. Cuando mueras vas a perder tus recuerdos y tu identidad, vas a quedarte sin historia propia a la cual abrazar y pasarás a ser un don nadie a quien nadie quiere. 

La muerte no deja de ser algo deprimente. Ya en cuadros y en series te a dibujan y pintan como un ser triste, vestido con capucha negra y segando vidas a diestro y siniestro. Ineludible, cuando viene a buscarte mejor vete con ella sin rechistar que tu tiempo se ha terminado y sonríe porque llorar ya lloraste al nacer y tienes que equilibrar la balanza. En cambio a la vida nadie la dibuja. Tal vez cada uno tiene su propia idea de como es su vida. La mía me la imagino como una puta de carretera, follando con desconocidos por cuatro duros y una caja de cigarros. Sin futuro, sin sueños, sin sonrisa, sin sentimientos. Sabiendo que más temprano que tarde terminará abandonada en una cuneta y acabará muriendo de hambre o de frío sin que sus familiares más cercanos lo sepan. Nadie se debe acordar de ella. Ahora es una chica más o menos joven, más o menos guapa dependiendo del momento. Se pasa el día entrando y saliendo de coches ajenos mientras se la tiran en el asiento de detrás. Ella pone cara de aburrimiento y gime haciendo ver que siente placer. Pero hace tiempo que dejó de sentir. Ahí está mi vida, paseando por la Nacional II, siendo el fracaso en persona. Su mirada transmite decepción y sus gestos cansancios. No espera un cliente, espera a alguien que se la lleve lejos de allí. O espera a alguien que le arranque los ojos para no volver a ver ese mismo paisaje que lleva viendo los últimos quince años y que tanta mierda le trae a su cabeza.

 Y a todo esto, el maldito violín de inicios sigue sonando entre graves y agudos. Nadie se va a acordar de este texto de aquí unos años. En un siglo nadie se acordará de que yo existí. La muerte sigue esperando y será puntual a su cita. Espero que se trajee como mínimo y se ponga un buen perfume porque el camino se nos va a hacer muy largo. Y mientras caminemos, charlando sobre anécdotas que sentí en mis propias carnes, tanto que parecían reales, mi vida seguirá follando con desconocidos hasta que las tetas se le caigan y nadie quiera pagar a esa vieja amargada por tener sexo. Y así, con una caja de cigarros vacía y una de condones sin estrenar termina huyendo a un paraje mejor, cambiando de paisaje porque el viaje de la vida no es una carrera contrarreloj si no un paseo con el reloj. Procuren disfrutar de su vida y de si mismos tanto como yo lo estoy haciendo (aunque pueda parecer que no).