sábado, 26 de diciembre de 2015

Punto y aparte

A Maria del Mar, por ser mi bote salvavidas.

  Es un punto y aparte. Tras dos semanas en estado de coma virtual he sido capaz (no sin ayuda) de replantearme problemas y dilemas. He dedicado mis horas muertas a mirarme dentro con los ojos cerrados y los brazos inertes, pasando frío y tumbado en un espacio perdido entre lo imaginario y lo real. Con el viento congelándome las mejillas me he pasado todo el tiempo que merecía y he conseguido llegar a sitios inexplorados de mi yo más humano Al final todo empieza en mi, un punto insignificante en una galaxia infinita, un pequeño ser con miedo a sentirse solo estando rodeado de tanta gente como está. Una alma que huye a contracorriente de toda la multitud que intenta arrastrar a todo aquel que se cruza con ella a una rutina muerta. Es el desenlace de una época que parecía inmarchitable pero que ha terminado por apagarse lentamente y que ha dejado tras de si un rastro de luminiscencia detrás de si. Nadie hablará de ella, efímera como fue pero intensa, tan intensa que las mentiras se suicidaron lanzándose desde tus cuerdas vocales y las verdades cobardes se escondieron bajo sábanas translúcidas para dejarnos a solas mientras espiaban nuestras conversaciones. Ajeno al reloj de arena que me mantiene atrapado aprendí a hacer sonreír y olvidé a como sonreír sin necesidad de perderme en tu mirada. 

  Es un punto y aparte. Todo lo extraordinario dejó de serlo, nos abandonamos y nos liberamos de la prisión de nuestro abrazo. Fue breve, muy breve pero vivido con excesiva devoción. Cada sílaba que pronunciabas era un sonido melifluo que cortaba mi aliento y me enamoraba ciegamente, cada gesto era poesía en el aire y producía una epifanía mental que me aislaba de la cruda verdad que asolaba mi mente. Un sentimiento inefable se apoderaba de mi alma en cuanto te miraba directamente a los ojos, unos ojos que hacían sentir a mi ego como alguien muy especial. Esa mirada donde mis rarezas brillaban con más fuerza que nunca. Que ridículo todo ahora, lo que fue y lo que es, lo que no fue y lo que no es, lo que pudo ser y lo que nunca será. Veo en que te he transformado y no encuentro palabras precisas que puedan describir con exactitud  lo que pienso, mucho menos lo que siento. Nunca confíes en un escritor moribundo que escribe más que habla. Nunca te fíes de una persona triste que habla más que mira. 

  Es un punto y aparte. Nunca quise hacerme daño. No entendí nada hasta pasados los días, las semanas y los meses. Tú y yo nunca fuimos iguales, nunca fuimos nosotros, que tú ya eras feliz mucho antes de conocerme y antes de quererme. No quise entenderte. Eludí mirarte a los ojos porque quería seguir creyendo en una mentira maloliente que terminó por explotar como una pompa de jabón y me envió de bruces contra el suelo. Y aún no me he levantado. He necesitado ayuda para quitarle las pilas al reloj y romper sus manecillas y seguir viviendo tachando los días del calendario. Me convertí en un asesino en serie mientras cuestionaba mi realidad. Miraba mis manos como si todo lo que tocasen fuese una mera ilusión creada por algún Dios con ganas de jugar con mis miedos. El miedo a sentirme en absoluta soledad aún cuando la muchedumbre corre por mi lado y me esquiva evitando todo contacto conmigo. Todos aquellos días muertos por un rotulador rojo fueron días donde ansiaba encontrarte en cualquier rincón de la ciudad que empequeñece las dudas, verte a través de un cristal tomando un café o a que aparecieras por arte de magia en el andén que te lleva de camino a regreso a tu casa. Tantos escenarios sin micrófonos ni actores, tantas sendas que nunca fueron pateadas y quedaron abandonadas. Es horrible pero lo es menos cuando pienso en todas esas sonrisas que me dibujaste sin quererlo y en como cambiaste todo mi mundo haciendo tan poco.

  Es un punto y aparte porque no habrá una segunda vez ni una segunda oportunidad por mucho que ahora la desee. Lo es porque he conseguido entender porque te esperé durante tanto tiempo, ahora sé que existes, que eres palpable y no eres ningún sueño. Algunas personas existen para que los demás podamos refugiarnos de la gente que nos hace sentir en soledad. Esa eres tú, con el cálido abrazo de una madre y las caricias de una hermana, la de los besos de pareja derretidos y la de actos espontáneos que te definen mejor que nada. Ahora sé que eres una soñadora que avanza a un ritmo frenético y que yo no podría igualarte bajo ningún concepto. Te esperé tanto tiempo y terminaste adelantándome. Debí haber avanzado a mi propio ritmo y esperar a que me atrapases. He necesitado horas intrínsecas de soledad absoluta y de silencioso sufrimiento para poder ver a través de los oscuros pasillos de mi ser. Yo con toda esta vana dialéctica sé que escribo para mi, que en mis textos es donde se refugia mi ser y donde dejo de esconder cosas. Entre líneas y palabras se halla la sinceridad que le falta a mi boca y mi mirada. Yo sé que temo por mi y pienso para evitar ese temor. Telarañas de frases que jamás podrán atraparte.

Pero todo esto ya no importa. 

Era un punto y aparte. 


Foto de Anabel RC. 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Cambios de humor (y de amor)

  Noche oscura, caen gotas de forma dispersa. Melodía de truenos y relámpagos, un chico caminando calle arriba huyendo de sus miedos, doblando esquinas esperando encontrar a la esperanza. Pisa un charco, cruza la carretera y afloja el ritmo. Mira el cielo nublado, no hay luna que le guiñe un ojo, no hay estrellas que unir para dibujar sus sueños. Se pregunta cuánto tiempo tarda una gota de lluvia en caer al suelo, cuánto tiempo de vida tiene desde que nace en la nube negra. Sonríe tímidamente, reanuda el paso rápido mientras se pierde en sus pensamientos. La oscuridad de un callejón mal iluminado engulle su existencia. Un perro ladra a lo lejos, un gato en celo clava la mirada en la silueta que desaparece. Mira el fondo del cuadro imaginando en un mundo diferente donde nada es distinto. La locura espera sentada en un banco sabiendo que tarde o temprano el chico aparecerá y a ella se entregará. No sé que edad debe tener el muchacho que olvidó a odiar y que aprendió a contar amigos con los dedos de una mano que ahora le parece tan irreal. Trata de mirarse a si mismo, se abraza a la nostalgia y se sienta en garitos malolientes. Un amor suicida salta de la ventana de un cuarto, un grito ahogado llama al futuro en un deseo de volver al pasado. La eternidad huye del paso del tiempo y todo cambia a cada segundo para poder seguir igual.

  En una calle sin salida aparente la nieve empieza a acumularse. Un chico pasmado mirando a través del cristal ve como un escritor roto por dentro trata de plasmar su frustración en una pantalla. Si se gira un poco verá una chica escribiendo su felicidad en hojas de papel que serán aviones y volarán hasta el más allá. La nieve cuaja bajo sus botas. Mira al cielo, el sol asoma tristemente por las rendijas que dejan las nubes. Fijamente mira el copo que cae delante de sus narices. Nota como otro copo cae encima de su mejilla izquierda. Piensa en cuánto tiempo tarda en caer el copo, durante que breve período de tiempo existe ese copo. Una madre arrastra a un niño mientras le explica como ser mayor. El chico se coloca uno de los cascos y mira la pared que cierra la calle. El escritor frustrado resulta ser poeta, la escritora feliz resulta ser admiradora Matute. Quizás suene una balada curte y quizás sueñe con un amor cursi, quizás se funda la nieve y al día siguiente será como si nunca hubiese existido. Mira el reloj de pulsera. Son las doce y sabe que ha llegado la hora de sonreír aunque sea obligado. Siente el metro bajo sus pies y se coloca el otro auricular. Sigue vivo. Sigue solo. 

  Las hojas empiezas a crecer en los árboles. Camiones equipados con escaleras cuelgan retratos de políticos que buscan votos y venden humo. Las nueve de la mañana. Camina calle abajo con la capucha puesta y con ritmo alterado. Tiene que llegar a algún sitio a alguna hora para abrazar a alguna persona. No quiere hacer tarde. Los rayos del sol le tapan el camino que tiene delante suyo. Siente una presencia intensa. Un pájaro vuela a ras de suelo, Cenicienta corre tras una moto con zapatos de cristal mientras dos machos alfas pelean para conquistar su corazón. El chico mira al cielo divisando los rayos del sol que le ciegan. No lleva el reloj puesto. Mira como lentamente una nube se posa sobre el astro y le ayuda a ver el azul con claridad. El chico se pregunta cuánto tarda en moverse una nube, a qué velocidad viajan y hacia adónde van. Se queda quieto mientras un olor a verde impregna el ambiente. Un coche arranca con el freno de mano puesto y el conductor empieza a sudar nervioso. El chico sabe que va a llegar tarde. El chico sabe que nadie le va a esperar, nunca hubo un momento. Quizás hubiese existido el momento si hubiese salido antes de su casa o si no se hubiese encantado mirando a una pareja de moscas revoloteando delante de su mirada. Otra moto pasa detrás suyo. Un bolso se abre y una mujer saca un pintalabios y un pequeño espejo. Resignado el chico arranca a correr porque aunque le duela, el chico sabe que la esperanza nunca se pierde por muy estúpida que sea la situación. 

  Tumbado en el regazo de una chica desconocida hasta ahora. Su presencia se expande, su conciencia impregna el ambiente, la diversión se difumina en el vacío de su mente. El chico tiene los ojos cerrados mientras la mano de ella recorre su cara. Toca la barriga y se siente cómodo por fin. Se levanta y anda. Sigue sin rumbo, sube escaleras, baja rampas y ríe antes de las doce. El chico recorre cada punto de su figura. Su espalda estrecha se le hace eterna, sus manos delicadas le sujetan fuerte. El amor que se lanzó desde un cuarto llevaba paracaídas. Se sabe que amortiguará la caída los brazos de una desconocida. Se pierde en su olor. No es la película de su vida, es un simple cortometraje y el chico es solamente un extra. Un concierto improvisado, unas palmas, una guitarra y un micrófono. El fuego de la hoguera de San Juan se levanta delante de ambos fundidos en un abrazo. Sus dedos se entrelazan cada vez de una forma y el chico desea en ese preciso momento que se pare el tiempo. El chico piensa en cuando nace esa sensación de sumisión a otra persona, cuándo muere y por que no puede hacerse eterna. El chico vuelve a sonreír tímidamente. Las caricias le llenan de vida, se marca el reto de ser alguien sencillo y tararea sinfonías de Mahler. Valientes se escapan a contracorriente por miedo a sentir, cobardes se levantan y le ganan el pulso al miedo de mirar a los ojos. El chico se sincera con su mundo aceptando la ilusión de un amor que se estrelló hace tiempo. Y ella le agarra la cintura para mantenerlo atado y el chico se deshace del nudo y la observa. No sabe sentir y no sabe vivir. Pero sabe que puede aprender, y que puede hacerlo solo, como ha hecho durante toda su vida.

Foto propia.

martes, 13 de octubre de 2015

(In)estable

  A ella.

  Maremotos de palabras se agolpan en la mente del escritor demente cuyo bolígrafo arde en deseos de hacer correr ríos de tinta. Tantos tontos que desean el calor de los focos, pavonearse frente a princesas con vestidos de seda y engañarlas para llevarlas en brazos hasta el altar. No creo que puedan soportar la presión de las miradas que yo esquivo a diestro y siniestro, prefiero no ser nadie a ser maestro y pasar desapercibido entre el rebaño, consciente de que mis ojos muestran todas las debilidades que me hacen ser incapaz de superarme y los defectos que impiden amarme. No busco trofeos pues no hay mejor premio que dormir en tu regazo ni mejor sensación que la del abrazo de un hermano. En mi libreta solamente busco sentirme libre mientras libro una eterna lucha contra los temores que me acechan en todas las esquinas de mi barrio, donde borrachos trabajan a destajo para bajar la luna y conquistar a su dama, poetas buscan como atrapar polvo de estrellas en tarros para poder crear su propia epopeya, perros vagabundos de hedor nauseabundo miran como la vida se resume en siete días y otras tantas noches a la vez que camellos armados con un aerosol componen mejores reflexiones que el gilipollas de Paulo Coelho. La calle alberga más sabiduría que el pupitre de una clase y los baños tienen mejores filosofías de vida que lo que aparece en tus libros de textos. Den por hecho que el trayecto recto no siempre es perfecto y tampoco es siempre el correcto, agárrense cuando vengan curvas y cuervos a sacarles los ojos pero sin dejar de mirar de reojo a sus acompañantes en el viaje pues sin compañía de alguien o algo el sendero suele hacerse más largo.

  Prendo fuego en secreto y te robo la sonrisa, aquella que se cruza conmigo en sueños y mientras tanto, un punto entre otros tantos surcando por el filo de la almohada, y cada vez que alguien me dice que se me escapa la vida y que ya no tengo cabida, yo le respondo: con mi misión cumplida. Necesito poco para sentirme persona y en lo personal prefiero perecer como hombre que vivir en peceras llenas de lágrimas. Intento mirar al futuro pero si no es contigo no quiero, prefiero sentarme en un sillón y disfrutar del momento mientras lo creamos en un espacio temporal perfecto para ambos. Tengo de fondo al flautista de Hamelín tocando el Für Elise y leo las Aventuras de Huckleyberry Finn. Me sobra la prisa y me falta el tiempo, me sobran hermanos y me faltan amigos, me sobran sonrisas por compromiso y me faltan lloros de alegría. Mira tú que si hoy soy yo, mañana igual me voy y me abandono en la cuneta o me lanzo a las vías del tren si no te alcanzo. Te sigo y te persigo a lo largo del laberinto hasta que el camino se alumbre con la esperanza o tu cariño me deslumbre, quizás sean las hojas del otoño o quizás sea las primeras gotas del rocío en otro amanecer tardío, mi mirada sigue recorriendo tu alma más que tu cuerpo y tus gestos antes que tus senos. Abrazados bajo un manto de luna y estrellas se para el tiempo y pido deseos vanos a meteoritos que se disfrazan de estrellas fugaces, con el alboroto de fondo y humo de tabaco entrando por mis fosas nasales, me siento especialmente único entre la muchedumbre que se pasea a nuestro alrededor sin dedicarnos ni un segundo, ese mismo intervalo de tiempo que junto a ti es efímero en presente pero eterno en pretérito. 

  No pretendo enseñarte nada si no entretenerte, asumo mi ignorancia y la nostalgia de no tenerte. Pese a mis intentos de subir al cielo sigo con los pies pegados al suelo, soy un ente insignificante con sueños de gigante, otro anónimo que no desea sentirse importante ni eclipsarte, el que se conforma con seguir adelante mirando al frente sin apoyarse en amores rancios que hablan más que demuestran, que se apoyan en más te quiero que no en un te respeto. Sigo caminando contra corriente, trato de ser diferente sin alejarme de mi mismo. Ya camino con algo más de prisa y nunca me paré a esperar al reloj porque él nunca se paró a esperarme, buscando el espacio ideal para crear el momento en que pueda deshacerme de las mantas que me sirven como escudo contra los monstruos que habitan bajo mi cama. Trato de manejar las manijas, ajustar las clavijas y envejecer con alegría. Convivo con mis complejos lejos de jaranas y espejos mientras mis complejas metáforas dejan perplejos a personajes encerrados en jaulas mientras genios corren por eternos parajes huyendo de un ejército que destroza el paisaje. En el ejercicio de hallar consuelo en uno mismo apago las luces y me descubro con rostro nuevo de semblante serio. La rutina de escribir es más placer que castigo pero la rutina del no poder crear me atormenta como la peor de mis pesadillas en una noche de tormenta. Y en este juego de sobremesa traigan té de menta de estilo marroquí que me despeja y me desbloquea de los malos hábitos de tirarme a un pozo y tocar fondo. Jornadas de reflexión en esta canción del montón, pues no hay soneto que arrastrado por el monzón sea capaz de hablar con el corazón con la misma precisión.

  No creo textos, no escribo palabras, no transmito lo que pienso ni plasmo lo que siento. Recojo tus ideas para ponerlas en un saco, ordenarlas y narrar lo que no me pertenece. La vida como película de tercera y que viene con spoilers del final, una máquina de hacer sufrir y de sonreír. Tantas veces me perdí en tu mente que ya no sé si he llegado nunca a existir sin ti y esto es lo que tengo ahora, un montón de pensamientos impropios de mi. No puedo mirarte a la cara sin sentir ese cosquilleo del que se enamora rápido (muy rápido) y del que olvida lento (muy lento). No necesito sentirme el mejor de nada, no quiero gobernar en un imperio donde el tuerto es el amo y señor de los ciegos, no quiero hacer el bien para ser un superhéroe. Paso de todas esas etiquetas que van poniendo los que tienden a amontonar riquezas bajo el brazo para ser el más rico del cementerio, paso de ser alguien convencional, paso de decirte que soy real porque tengo mil y una caras y ninguna de ellas es falsa. No te voy a esconder nada, no tengo secretos guardados bajo llave y ya veremos si alguna vez los tengo. Mi alma encerrada en un cofre mientras mi ego se esconde bajo una coraza de cobre y mi corazón se recubre con corteza de roble. Mi bolígrafo es un mandoble que hiere a quien más quiere. Que esto forma parte de mi pero no es mío. Esto es todo tuyo, yo solamente le he puesto un título convincente y lo he transformado para que tú puedas burlarte del escritor que se refugia en el arte, pues ni la máscara más cara podrá jamás tapar lo que hay debajo de la piel.




martes, 25 de agosto de 2015

Explosión de estrellas fugaces

  Por enésima vez me he preguntado quien soy. Sé que estoy en un punto de nuevo importante, noto que me rodea el aroma del cambio, del avance, de la puesta de sol que se una a la salida de una nueva luna. He perdido el interés en la muerte y ahora me abrazo a la vida, no quiero perderla bajo ningún concepto. No temo tanto a la muerte como a no sentirme ni estar vivo. Porque la vida encierra cosas maravillosas y cosas lamentables y triste, guarda recuerdos en cuero, paisajes y sentimientos amontonadas como paja en fardos. La vida pasa delante de mis narices y me doy cuenta de que no la estoy viviendo, la estoy mirando, paseando y acariciando a la belleza, esa que se pierde en cuanto roza mi piel. Estoy en el punto en que debo decidir si seguir como hasta ahora o dejar de sentir nostalgia por aquello que nunca ha ocurrido y que nunca sabré si ocurrirá. Y prefiero levantarme y atacar que acatar las normas de un mundo regido por putas y ratas ingratas que se aferran a mis erratas y miran como poco a poco me hundo. A todo esto le planto un no rotundo y tomo la primera salida de la rotonda directo a la autopista que me lleve a paisajes más agradables y a personas palpables. Paso de esperar a un Caronte carente de ambiciones, me deshago de las cadenas que me atan y me pierdo cada día en sonetos y sonatas mientras sigo mirando al lado que es donde caminan los míos. Y ríos de tinta se derraman cada vez que me muerdo la lengua, la luna mengua en cada paseo en la playa y que haya esperanza en el más allá que tan lejos se halla que yo me quedo con el andar en grupo o en pareja por parajes eternos que se abren en la inmensidad de los que prefieren calidad pero sin renunciar a la cantidad. 

A través de estos ojos veo lo que va pasando y arrojo globos rojos al cielo estrellado. Empiezo a entender a que la vida es mejor dejarla fluir que huir de ella, y por ella muero cada segundo. Y así guardamos un minuto de luto por las horas muertas desaprovechadas. Será por negación o por negligencia, por inocencia quizás que yo la felicidad la perdí en algún triste despiste mientras ilustres personas ilustran portadas de libros que alumbran mi camino. La calle me enseñó a ser más duro, las personas a ser más puro, en las clases únicamente el no ser nunca un cero y mi madre a ser sincero. No es demasiado tarde para disfrutar de lo que tengo mientras me mantengo en la misma postura, con las mismas ganas de aprender que ayer, con la sensación de volver a nacer bajo una nueva perspectiva. Quiero deshacerme de la ira y de la mentira que asolan este mundo y quiero ser honesto conmigo y con todos aunque sé que será complicado porque soy más de pensar que de hablar por los codos. Pero soy de los que prefiere currar a lamentar porque todo se puede solucionar y creo en el cambio personal. Quiero disfrutar de cada momento, de las canciones que inundan el mundo, de los libros que leo, de los cuadros que veo, quiero ser yo, el mismo chico que sigue jugando a la Game Boy y se declara seguidor de la casa Greyjoy mientras vengo y voy sin un rumbo fijo, buscando una mirada y una sonrisa que encontré en un atardecer casi de casualidad rodeado de piedras y de patos de cuello verde. 

  No voy a ser yo quien ande enamorado de este drama al que llaman mañana. La vida es un cúmulo de vivencias y no puedo esperar a vivir de nuevo, a volver a valorar cada gota del vaso y sin hacer ascos a las posibles malas experiencias que vengan, no habrá venganzas con saña ni más fuerza que maña. Simplemente el reaccionar cuando llegue. La vida enamora cuando te muestra el bonito tejido que trazan los hilos del destino que a veces no atinan en el blanco pero valen la pena igualmente. Mecenas de este mensaje, he pasado noches en vela y decenas de días sin cena pero con el ánimo intacto de seguir creciendo. Y tras tanto tiempo invertido perdido ahora entiendo que la vida son todas aquellas noches de verano, las calles que corrimos encapuchados, los abrazos que nos dimos bajo la lluvia, el intercambio de miradas que nunca fue más lejos, el amigo que se fue al otro lado del charco y el que se quedó por miedo a perder, el padre que se deja la espalda por su familia, el respeto que se gana, la imaginación adquirida de leer, la piel de gallina con un tiro en el último segundo, la última fila de una clase de historia y el último taburete de un local de jazz. El whisky con hielo que se derrama antes de llegar, el grafiti pintado en memoria de un compañero, el sentimiento de formar parte de algo muy importante, la sensación de que algo que no ha pasado y que debía pasar. La vida es una especie de barca que rescata náufragos a la deriva y los une a todos mientras se pierde por un océano de lágrimas de aquellos que fracasaron y llegaron al ocaso sin ser soñadores. Derrotados que te miran y te siguen diciendo que es imposible porque ellos nunca lo consiguieron, envidiosos que viven de lo que haces. Infelices.

  Y en este punto estoy yo, un ente latente que ha perdido la fe en volver a sentir la felicidad, que cree en ella pero que se halla en un limbo inalcanzable. Aún así, lo intentaremos porque de eso se trata el camino que trazamos. Y pegadle un tiro al mañana que yace en la cama que yo ya no creo en él. El hoy por encima de todo lo demás Y lo que tenga que llegar pues ya llegará, ya sea una explosión de alegría o una llaga de tristeza. Mientras tanto, cortaré el hilo rojo del destino que creía que me ataba y me precipitaré por el principio del precipicio de tu ser y me perderé en tu interior, deseando tener toda tu vida por delante. Seguiré buscando un final perfecto al texto y en eso consiste mi último reto, en contarte que nunca antes habías vivido tan intensamente como en mi imaginación. 

domingo, 2 de agosto de 2015

Querida Diana (IV de IV)

  Si os digo que hice durante mi día libre no os lo creeríais. O si porque llegados a este punto creo que era la única opción que me quedaba. De la noche al día Querida Diana se había convertido en mi tablón salvavidas, sin yo quererlo aunque una parte de mi era lo que buscaba. Deseaba que Querida Diana se alejase, se marchase, se muriese. Quería que desapareciese como si nunca hubiese existido. Borrada de la faz de la Tierra, de toda memoria y yo feliz con mi vida delante de la caja del supermercado, con mi chapa y mi uniforme. Pero eso era lo que anhelaba porque sabía que la parte irracional de mi mente deseaba abrazarla y amarla, besarle las manos y las mejillas, perderme entre sus senos y naufragar entre sus piernas. Todo ello conformaba un caos llamado Querida Diana. Ese día llamé a mi pareja y una hora después y litros de lágrimas vertidas sobre el suelo, me quedé a solas, con el teléfono en mi mano y sin respuesta en la otra línea. Sentía que debía hacerlo. Las doce del mediodía, la hora de comer para los turistas que se amontonan por las calles del pueblo, la hora de mayor densidad de personas en apenas unos metros cuadrados. Me lancé a la aventura, me puse la mochila y me armé con mis cascos y salí a buscar lo que tanto tiempo llevaba buscando. 

  Durante tres horas anduve sin rumbo alguno, perdiéndome entre la multitud, pasando por todas las aceras, pisando fuerte, repasando todos los rostros que se cruzaban conmigo tratando de encontrar esa mirada de hielo, esos ojos azules casi blancos que tantas veces habían penetrado mi alma. Tomé aliento en un banco. Un banco en la plazoleta donde se veía aquel edificio rancio y feo que enamoró a Querida Diana. Necesitaba pensar, crear un plan de acción para que mi búsqueda fuese más sencilla. No era tarea fácil, no tenía ni idea de donde podía alojarse ni donde podría ir a comer. Empecé a trazar una área teniendo en cuenta que venía a comprar al supermercado en bastantes ocasiones. Listé sitios en los cuales podría estar en esos momentos y las rutas por donde podría pasar. Viéndola se me ocurrió que le gustaba andar a solas y por lo tanto se escondería del gentío de las calles más transitadas. También sabía que era de andar lento así que supuse que yendo rápido me acabaría encontrando con ella, más temprano que tarde. 

  Empecé a recorrer calles poco a poco, sin prisa pero sin pausa. A medida que las horas avanzaban sentía que la frustración invadía mis venas y el nerviosismo empezaba a circular a toda pastilla por mis arterias. Sudaba porque no sabía muy bien que hacer ni a donde ir. El maldito plan no resultaba y el lento devenir del tiempo lo hacía insufrible. Quería gritar, arrancarme los ojos y lanzarlos muy lejos, atravesar mi cráneo con los dedos y dejar que el sol fundiese mi cerebro. Respiré hondo y y miré a mi alrededor. Nada que fuese interesante, una calle vacía... Justo el paisaje que atraía a Querida Diana. Era buscar una aguja en un pajar, una misión imposible. Me senté en el borde de la acera y me pregunté si todo lo que hacía era en vano. No quería admitir la derrota pero ésta era inapelable. Ni siquiera había considerado la posibilidad de que hubiera partido ya a su casa de nuevo. Una parte de mi quería irse a casa pero otra se negaba a que Querida Diana hubiese desaparecido como humo y que lo hiciese sin mi. No me cabía en la cabeza. Arrastré los pies una, dos, tres calles. Arriba y abajo, fui perdiendo la cuenta de cuantas veces repasé una y otra vez las calles, cuantas veces limpié los locales cercanos buscando esos ojos azules casi blancos. 

  Me volví a casa. Me cansé de buscar, mis ánimos estaban bajo cero. Siempre tenía la esperanza de que me iba a sorprender en una esquina, en una plaza. Incuso cuando abrí la puerta de mi casa esperaba que ella me recibiese con esa sonrisa burlona que me había enamorado. No estaba ahí y no iba a estar nunca. Estaría dando saltitos por la calle o metida en el avión rumbo a su casa. No tenía ni idea. Se me escapó una lágrima, la decepción se notaba en el ambiente. Durante una hora me encerré en mi habitación, no me apetecía comer o hablar. Quería estar con ella pero era tarde. El rechazo del principio pesó demasiado. Mi perfecta obsesión de no querer amar o más bien de querer elegir a quien querer hizo que me estampase de bruces contra un muro una y otra vez. Jamás rompí el muro y ella se marchó para siempre. Salí de la habitación y miré a mi madre. Recogí la ropa y encaminé mi cuerpo marchito a la ducha. Tal cual entré en la ducha oí que mi madre me llamaba:

- Helena, la cena está lista. 

  Yo no quería pero le respondí afirmativamente.

martes, 23 de junio de 2015

Querida Diana (III de IV)

  Los días posteriores se fueron sucediendo sin ningún hecho interesante. La rutina había tomado el control de toda mi vida y marcaba el ritmo de todas las acciones. Seguía yendo a trabajar, me encontraba con mi pareja a la hora de comer cuatro veces a la semana y por las noches trataba de deshacerme de toda aquella mierda bebiendo cerveza con mi grupo de amigos. Así se habían sucedido los días desde que empecé el trabajo y así siguieron avanzando. Lo único es que aquellos ojos azules casi blancos seguían estando presentes allá donde fuesen mis pasos. Sentía el escalofrío de la mirada penetrante y de aquellos infantiles gestos de emoción o decepción dependiendo del momento y de la compañía. 

  Hacía ya tres días que no veía a Querida Diana. No la echaba de menos pero me descubría siempre pensando en ella y en lo que estaría haciendo. Cuando hablaba con mi pareja siempre terminaba hablando de ella, de su postura, de la sensación de que ella flotaba más allá como si nada de este mundo pudiese hacerle daño, ajena a todo mal y a todo dolor que recorre el planeta en cada palmo. Mi pareja siempre se lo tomaba con filosofía y me siempre terminaba repitiendo lo mismo:

  - Es una turista. En dos días la dejarás de ver y te olvidarás de ella. 

  Y tenía toda la razón. Pero eso no iba a aplacar mi ira con mi ego que se esforzaba al máximo para permanecer atado a las expresiones burlescas de Querida Diana. 

  Esto sucedió en el tercer día. Me obligué a salir con mis colegas cuando apenas tenía ganas pero tampoco quería hundirme en la almohada a pensar en ella. Iba con la idea de no pensar en Querida Diana así que me esforcé al máximo para tratar de seguir cada conversación, opinar sobre todos los temas posibles, hacer burlas o bailar en la pista. Y el resultado fue exitoso. Durante buena parte de la velada no pensé en absolutamente nada que no tuviese que ver con el presente más próximo, con ese momento y esas personas con las que compartía el espacio y el tiempo. Me noté más alegre, sonreía, sacudía la cabeza y sentí que la energía circulaba a todo trapo por mi cuerpo. No sé si fue el hecho de bailar o si fue que había bebido más de la cuenta cuando soy de lo más responsable, el caso es que iba a ir a casa y ya sabía de antemano que esa noche iba a ser para mi y no para Querida Diana. Tocaron la tres y decidimos en democracia que era hora de largarse de allí e ir a buscar acomodo en los brazos de Morfeo. Nos fuimos dividiendo por partes, primero dos grupos, luego dos más, luego dos más y así hasta quedarme con la soledad de avanzar por las calles del pueblo. 

Recuerdo poco de aquella noche, la verdad. Recuerdo que iba tarareando una canción de Sam Cooke (¿Jamaica Farewell?) e iba dando tumbos. Pensé en que diría mi pareja si me viese... Joder, con lo que odia el olor a cerveza y lo destilaba por cada uno de mis poros. Seguí avanzando. Veía algunas figuras cruzarse ante mi aunque las veía algo borrosas y no recuerdo nada de aquellos desconocidos. Pasé sin enterarme por delante del bloque de pisos enegrecido que había enamorado a Querida Diana mientras seguía cantando el estribillo en un loop eterno. Yo pensaba que iba a ser libre pero el destino siempre se supera y cuando crees que ya lo tienes... ¡PAM! Aparece. Y así apareció de nuevo Querida Diana, sonriendo me parece. Me agarraba del brazo y apartaba la cara de mi, seguramente por la peste a alcohol. Yo recuerdo que le decía cosas de las cuales la mitad no debieron ser buenos (o más). No iba bien y ella me estaba tocando, me estaba estirando y me estaba arrastrando a saber donde. ¿Qué coño quería de mi? No sabía ni donde estaba y no recuerdo que expresión llevaba en la cara pero yo la seguía maldiciendo porque por su culpa el verano estaba siendo peor de lo que jamás podría haber sido.

  En mi mente pasaron diez días, en mi mundo de fantasía fueron cinco horas y seguramente en el mundo real fueron treinta minutos nada más. Mi espalda chocaba contra algo, quizás fuese un banco o quizás no pero me estaba apoyando en algo. Querida Diana estaba a mi lado. Supuse que era ella porque divisé una silueta con algo de color oscuro en la cabeza. Las luces me daban dolor de cabeza así que cerré los ojos. Querida Diana parecía controlar la situación. No esta situación concreta si no todo lo que estaba ocurriendo. Ella llevaba el timón de su destino y al ver mi barco sin capitán ni tripulación pues se puso al mando de éste también. Me daba rabia que ella pudiese ver a través de las mareas de los tiempos mientras yo tenía que viajar a su deseo y antojo. Aparecía cuando quería y se marchaba cuando quería. La odiaba, la odiaba mucho. Había tomado el más absoluto control sobre mi vida. El alcohol hizo mella en mi, las luces me nublaban las ideas y el calor del 25 de julio tomó posesión de mi cuerpo. En un intento loco de volver a controlar la vida traté de ponerme a su nivel. La agarré del brazo y cuando se giró le planté un beso con sabor a Heineken que seguro que no olvidará jamás. Ella se retiró lentamente y me pareció que agachaba la cabeza. Había hecho mal, yo tenía pareja y a Querida Diana no iba a volverla a ver nunca jamás. 

  Aquella noche dormí en mi cama sin recordar como demonios llegué a ella.

jueves, 18 de junio de 2015

Querida Diana (parte II)

  El maldito trabajo de verano me tenía hasta las narices. Me estaba cansando de tratar con idiotas e imbéciles a partes iguales, de gente que no paraba de hacer comentarios sin gracia, grotescos y de persones que se creían los reyes del mundo. Me empezaba a joder todo, la música de los 40 que sonaba durante toda la jornada laboral. Lo peor sin discusión alguna era poner buena cara, usar palabras amables y tratar bien a clientes que eran unos auténticos capullos integrales. Eran las peores diez horas de la historia porque la tortura empezaba tan pronto salía por la puerta de la casa y no terminaba hasta que me quitaba el uniforme. Cada noche antes de acostarme pensaba que no podía ser peor pero el destino era caprichoso y me mostraba que no hay nada imposible. Al cabo de un par de semanas me acostumbré y terminé pensando en cuan malo iba a ser el día siguiente y en cuántos idiotas me iba a cruzar. Esos eran mis pensamientos que se agolpaban en mi cabeza en mis horas libres. La mayoría de veces la ducha se los llevaba con el sudor acumulado, otras se quedaban durmiendo en mi cama, acurrucados a mi y haciéndome pasar una calor terrible. 

  Tras conocer a esa chica mi rutina cambió ligeramente. Sus ojos azules casi blancos y su mirada me habían penetrado hasta lo más hondo de mi conciencia. Salí del trabajo con la cabeza gacha. El sol empezaba a esconderse y la calor iba dejando paso a la insoportable humedad de las cortas noches de verano. Justo al salir tenía la mente absolutamente en blanco aunque tras caminar unos metros me encontré indagando en mi memoria, tratando de recordar cada curva de la figura de esa chica, algo a parte de sus ojos azules casi blancos que me habían cautivado. La vi con esa sonrisa de disculpa y con esa expresión alegre, con esos gestos que llamaban la atención, esa presencia que congelaba el espacio y obligaba a la gente a dejar cualquier cosa que estuviese haciendo para mirarla. Mi cabeza fue dando rodeos absurdos con preguntas que no iban a tener respuestas. Me acordé de sus tres acompañantes. Había un chico joven que no pude describir pero que imaginé era su pareja, su novio. Lo maldije en voz baja, susurrando, como si necesitase oírme para saber que pensaba eso de verdad. Cuando me di cuenta del tiempo que había invertido en estos pensamientos me vi enfrente del espejo con el pijama puesto y el cepillo de dientes en mi mano izquierda. Genial, había perdido toda la tarde por culpa de unos desconocidos. Los volví a maldecir mientras me metía en la cama y deseé no tener que volverlos a ver nunca más. 

  Mis deseos no fueron escuchados por nadie y me la encontré a primera hora. Llevaba unos tejanos cortos y una camiseta abierta desde la axila hasta la cintura. También lucía unas Converse azules y un pañuelo totalmente blanco. La escena era muy pintoresca. Estaba ella en mitad de una pequeña plaza en plena mañana sin que nadie pudiese molestarla. Tenía los ojos posados en un edificio, un bloque de pisos normal y corriente. Había como mil bloques de pisos como ese, quizás eran más altos, más bajos, de color amarillo o de color blanco pero esa chica miraba admirada y con expresión de incredulidad el edifico que se alzaba delante suyo. Con la piel de gallina, daba la sensación de que estaba observando algo que fuese a pasar a los anales de la historia, como si del David se tratase. Miré durante un rato aquello que había traído toda su atención y no encontré nada especial. O ella estaba estudiando arquitectura y había algo espectacular que escapaba a mi entendimiento o era una persona profundamente gilipollas que se había enamorado de un piso feo, ennegrecido por la lluvia y sin balcones. Tras un instante de vacilación, vi que aquello no iba conmigo y que no me importaba lo que esa chica estaba haciendo con su vida así que recogí mis pensamientos, los guardé y recuperé el camino al trabajo. No fui muy lejos sin que alguien me estirase del brazo. Me sobresalté y di un paso atrás con el fin de protegerme. En el brusco giro que hice casi tiro a la persona que me había agarrado. Cuando levanto la vista, esa chica me estaba sonriendo. Parecía especialmente contenta no sé si por verme o por haber descubierto el piso de antes. La miré de arriba abajo. Tendría no más de dieciocho años. Estaba rebosante de energía, iba dando saltitos mientras señalaba el edificio y me iba lanzando preguntas rápidas que no llegaba a comprender. Y haberlas entendido hubiese sido incapaz de responderlas en un lapso de tiempo tan corto. Con una sacudida me quité su mano de encima y me largué. Justo antes de girarme vi lo que era una cara triste, parecía una niña pequeña decepcionada por no tener lo que buscaba. 

  La verdad, no quería herirla pero tampoco quería estar con ella. Su presencia me abrumaba. Además la escena era bastante violenta y podía dar paso a malentendidos. ¿Qué hacia yo con esa chica agarrada del brazo en mitad de la calle? No, yo pasaba de esos rollos. Me fui alejando de ella sabiendo que me estaba siguiendo con la mirada, esperando a que me girase. Yo sabía que no iba a hacerlo. No tenía nada que decirle y tampoco quería tener algo de decirle. Pero ella no opinaba igual así que antes de que pudiese desaparecer del mapa, ella lanzó un mensaje al aire:

- ¡Diana!

  Me paré un segundo y seguí andando. Y así fue como Querida Diana terminó entrando en mi vida. 

jueves, 11 de junio de 2015

Querida Diana (parte I)

  Su figura destacaba entre la muchedumbre que iba pasillo arriba pasillo abajo de aquél pequeño supermercado. El establecimiento no era muy grande y tenía lo justo: una sección de alimentos, una de limpieza, una de higiene y poca cosa más. Me encontré dando la espalda a la caja de la cual me ocupaba mientras la miraba con una mezcla de devoción y envidia. Un cliente me sorprendió clavando sus ojos y murmurando algunas palabras de rabia. No sé cuanto llevaba ahí y no me importaba. Ni le miré, pasé sus productos y le solté el precio con cara de asco. Ella se había perdido por alguna esquina pero sabía que tarde o temprano la iba a enfrentar. Al cabo de unos siete minutos atendiendo la vi al final de la fila, hablando con sus acompañantes. Vestía un vestido blanco y verde claro, un pañuelo azul y calzaba unas sandalias que parecían salidas del vertedero más cercano. Era horrenda mezclando colores. Vaya si lo era. 

  Pasados tres clientes le llegó su turno. Fue sacando las cosas del carro poco a poco sin que los demás le prestasen demasiada atención. Quizás se habían acostumbrado a su presencia. Levanté la vista y vi que iba acompañada de un chico de unos veinte años, bastante alto, quizás cerca del metro noventa y ojos marrones claros. Fuera de su altura no tenía nada que llamase la atención. También iba con un señor que supuse que era el padre de algunos de los dos jóvenes (o de los dos). Era canoso y se movía con cierta lentitud, como si le pesase la cámara de fotos que llevaba. La mujer no paraba de mirar el teléfono y de girarse metiendo prisa a sus acompañantes. Iba con una pamela pasada de moda y una camiseta roja horrenda. Me dije que su gusto se parecía al de la chica que seguía atareada sacando la compra así que debían de ser familia por narices. 

  Pasé los productos por el cristal con desgana, esperando a que sonase el pitido que hace toda cinta de supermercado cuando lee el código de barras. Atendí que habían comprado multitud de comida para picar y productos de higiene personal. Y una caja de condones que me quedé mirando como si de un Picasso se tratase. Noté que ella me miraba pero no tenía ganas de cruzarme con nada ni nadie en esos momentos. No la conocía, no sabía quien era y no me gustaba un pelo. De fondo sonaba una canción pop de los 40 lo cual hizo que la escena no mejorase en absoluto. Les dije el precio final y los cuatro se quedaron mirándome fijamente con una sonrisa de amabilidad. Claro, no entendían el idioma supuse. Malditos turistas.Les giré la pantalla con el precio para que lo viesen e inmediatamente después sacaron sus monederos y carteras y empezaron a discutir supuse sobre quien demonios iba a pagar. No habían tenido tiempo antes para zanjar el asunto que lo tenían que hacer en mitad de la cola que se alargaba por momentos. Quise decirles algo pero aquella chica me sorprendió. Estaba quieta mirándome, con el grupo sin formar parte de él. Se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa cargada de disculpa, avergonzada por lo que estaba haciendo. Yo me quedé mirándola un buen rato, tenía unas facciones bastante marcadas, unos pendientes en forma de hoja de roble y unos ojos azules que por momentos se transformaban en blancos. Agachó la cabeza un rato después como si hubiese tenido miedo de que yo le hubiese leído los pensamientos o algo por el estilo. Sentía que en ese momento todas las miradas del supermercado se posaban en ella. El grupo seguía hablando, a veces muy serios, otras más alegres, insistiendo unos sobre los otros. El resto éramos espectadores de ese perfecto lienzo donde ella encarnaba a la Libertad que años atrás pintó Delacroix. Yo no sabía si formaba parte de todo aquello. Hubo un instante en que me pareció estar en sintonía con la chica que iba lanzándome ráfagas de miradas. Nunca se volvieron a cruzar nuestros ojos. Quizás habían pasado tres minutos, quizás tres años o quizás tres siglos pero me di cuenta de que el chico estaba tratando de pagarme y parecía que llevaba un rato intentándolo. Los miembros que formaban parte de la cola tampoco parecían haberse percatado de él. Recogí el dinero y les devolví el cambio. Entonces la pintura se transformó en película, ella salió impoluta y de forma majestuosa y así se perdió calle abajo. Yo seguí tratando clientes sin quitarme de la cabeza ese vestido blanco y verde que había sido tejido para la ocasión.

sábado, 30 de mayo de 2015

Confesiones de biblioteca (VII)

No todo el que escribe es escritor pero el escritor debe escribir para considerarse como tal.


Cuadro de Albert Anker

miércoles, 13 de mayo de 2015

El chico que creció de golpe

El chico que creció de golpe nunca sintió la soledad como algo suyo, ni siquiera la veía como algo real y posible. Andaba siempre entre distintas personas, nunca había sentido el dolor y viajaba con el corazón desnudo, con la sonrisa pura de un niño. Pese a que se hacía mayor el mantenía sus ilusiones y sus sueños intactos. No tenía miedo a nada, no se asustaba y seguía teniendo esa dulce ingenuidad de quien se sabe feliz. Una tarde de otoño, cuando caían las primeras hojas y se sacaban las bufandas, el chico que creció de golpe descubrió que era el dolor. De camino a su casa un par de jóvenes le atracó a plena luz del día. Apenas tenía un par de monedas y una bolsa de comida pero fue suficiente para experimentar algo de miedo. Cuando llegó a casa se miró al espejo y se dijo que iba a ser más precavido a partir de ahora. Con el corazón envuelto en paja, el chico que creció de golpe siguió paseando por su pueblo, más precavido pero con la misma sonrisa. Andaba cauto pero seguía conociendo personas y sitios, seguía enamorándose de paisajes y libros mientras miraba a derecha e izquierda. Una noche de invierno el chico que creció de golpe se encontró con sus padres llorando desconsolados en el salón. Desconcertado se preguntó a que venían tantos lloros. Apenas pudieron responder cuando su mundo se empezó a venir abajo poco a poco. Y él quieto, atado por unas enormes cadenas de hierro que le impedían salvar todo lo que quería. El destino sopló y voló la paja que recubría su corazón sincero. El chico que creció de golpe no pudo nunca despedirse de su hermano, ni en las numerosas pesadillas en las que él perseguía a aquella silueta que tantas veces le había defendido y tanto le había dado. Tardó en recomponerse. Ahora conocía al dolor, le había mirado a la cara y le había saludado. Incluso llegaron a tener roces de madrugadas. Sentía el miedo y aquella gente que le rodeaba en gran número fue disminuyendo. Se había vuelto más rudo, más triste, más agresivo. Había días en los que quería desaparecer de la faz de la tierra y no volver a sonreír jamás. Su corazón quedó cubierto por tablas de roble recién talado y entraba aquel que obtenía el permiso del chico que creció de golpe. Volvió la primavera, volvieron las flores, los brotes de las hojas, las golondrinas y el sol que cegaba. Llegó la alegría a las calles, las terrazas se llenaban de chicas con vestidos estampados y chicos que las devoraban con la mirada desde el bar de enfrente. Se veía a gente leyendo en los parques y el renacer del pueblo con sus fiestas. Era normal patear las calles estrechas para llegar a la feria, comprar manzanas caramelizadas y algodón de azúcar. En el ambiente de extrema felicidad que se vivía el chico que creció de golpe se sentía más arropado pese a que también notaba el peso de la soledad desde que su hermano partió. La relación con sus padres se había vuelto más fría y apenas podía contar con nadie. Se sentaba cerca de algún árbol mientras miraba la multitud de transeúntes disfrutar de la vida. Una mañana de esa primavera triste, el chico que creció de golpe supo que era estar completamente solo. Aquella mañana sus padres quemaron la casa con ellos en el interior. Miraba la escena estupefaciente, casi como si fuese mentira. Iban las llamas avanzando y el retrocediendo poco a poco hasta que le dio la espalda a su hogar y conseguir arrancar una carrera que iba a ser el largo camino de la huida que nunca debería haber sido como tal. Los vecinos lo miraban, sus antiguas compañías le señalaban con el dedo, no podía oírles pero sabía bien que se compadecían de él, de todas las desgracias seguidas que le tocó vivir, de como la alegría partió en barco y naufragó, de como la felicidad voló con alas de Ícaro y terminó estrellándose contra el suelo. Los pasos del pasado ya no pisaban tan fuerte, no iba a comerse el mundo, no miraba la la luna buscando su sonrisa. El destino volvió a soplar con fuerza y derrumbó esa casa de madera donde su corazón se había refugiado. Largo tiempo pasó de la última visita que recibió o  así lo sentía él. Construyó una casa de cemento para que su corazón pudiese llorar solo, sufrir y aprender a estar solo. Numerosas personas tocaron a su puerta pero nunca volvieron a saber de él. Y el chico que creció de golpe no dio símbolos de vida, sentado en su mansión esperando a la esperanza que nunca vino porque realmente nunca se fue. Lo que pasaba es que nunca antes la necesitó. 

miércoles, 29 de abril de 2015

La vuelta


  Tras deambular por la vida he vuelto al lugar que me corresponde, a casa, al sitio que me acoge siempre con cariño. He vuelto a abrir la libreta de rimas, de versos, de canciones, he vuelto a ponerme los cascos para escuchar a Nach, a Silvio, a Ismael y a ese sinfín de poetas y genios que me ayudan a inspirarme. Me he adentrado en multitud de retratos, de fotografías y de cuadros que expresan algo más que el vació que se esconde tras el horizonte que soñamos. He vuelto tras aprender a dosificar mi alegría y a llorar con cuentagotas. Me he perdido en tus ojos, en la constelación de tus pecas, cabalgando hacia la eternidad. Me he preguntado que es lo que necesitaba para regresar, para deshacer mis pasos y volver a sentarme en el escritorio y vaciar la sangre del bolígrafo encima de hojas en blanco. La respuesta era tan simple, tan sencilla, tan obvia que jamás la hubiese encontrado de no ser por un montón de recuerdos que se agolparon a la mente, de no ser por compartir experiencias con distintas personas en diferentes días de la semana. No era trazar el camino por la misma senda si no crear una distinta, un nuevo camino de retorno que me diese nuevas imágenes, que me diese nuevas vidas, nuevas sonrisas y nuevas decepciones. He tomado decisiones arriesgadas, me he prendado de la misma chica una vez y otra, he vuelto a oír canciones, me he perdido en cuentos de Matute y divagado mientras leía Platón. 

  Estoy aquí, una versión más intensa, más agresiva y más crítica. Tengo el valor de presentarme tras meses de ausencia inesperada. Un caradura que desaparece que cuando más le necesitan sin dar explicaciones y vuelve esbozando una mueca. Durante el camino volví a saber que es el miedo, sentí el dolor en mis carnes y mis entrañas se han vuelto a retorcer con las memorias de personas a las que quiero. Con un funeral más a mis espaldas, con un saco de experiencias vividas, de tiempo que pasamos juntos sin siquiera saberlo. Iluminación acústica a pequeños momentos de la eternidad. Ya no me someto al tiempo, he quitado las pilas al reloj, he borrado los números y he quemado todos los calendarios que tenía a mano. Y aquí estoy de nuevo, tratando de escribir lo que he vivido en estos últimos días. La de cosas que me he encontrado a cada paso, de las cosas que se han ido perdiendo en la marea eterna del friso cronológico. Lamentando las oportunidades que perdí, nostálgico del presente que no existe, hundido entre papeles y libros. He vuelto a compartir lo que no es mío y a dar más de lo que recibo. He vuelto a abrazar por necesidad y a ser sincero por decreto. He vuelto a llorar en público sin miedo a lo que pensasen de mi. Y si, he vuelto a reír con mis hermanos de otras madres por los momentos vividos y por los que vamos a vivir. 

  He vuelto porque el pasado no me importa. El pasado ya no nos lo quita nadie querido amigo. No pienso en el futuro. No pienso en lo que me voy a perder cuando yo desaparezca porque suficiente tengo con no perderme nada mientras ando en este suelo. Paso de rozar el cielo, prefiero el calor de los míos que el calor que me da el sol. Prefiero bañarme en sentimientos puros que en agua de lluvia; soñar y ser el hombre araña saltando de tejado en tejado y asaltando a ladrones de estrellas, ser yo mismo sin ataduras y sin reemplazo. Prefiero echarte de menos ahora que hacerlo mañana. Y aspiro a quererme más hoy que ayer y menos que mañana porque sin amor es imposible amar. Y si todo esto sabe a poco no me queda más remedio que enviarles el nuevo mensaje: jodánse porque estoy de vuelta. 

domingo, 15 de febrero de 2015

Mi vida y mi muerte (y un violín ajeno a mi)

Hay veces que uno se ve atraído a una melodía, a una canción y lo hace de forma inconsciente hasta que se descubre escuchándola una vez tras otra. Quizás nos evoca recuerdos emotivos, quizás sentimientos reencontrados, quizás ambiciones o quizás la más absoluta nada. Cada vez estoy más seguro de que es imposible no llorar al son del violín mientras agudos y graves penetran en los oídos de las mentes más inquietas. Para ellas escribo, para ellas existo. Estaba mirando el techo anhelando ver el cielo a través de él, apagué la luz para contar estrellas pero ahí arriba no había nada. Ni una nube, ni la luna sonriente (o entristecida), ni una alma que consolar, ni una persona que debiera consolarme. A veces me planteo el hecho de ser yo. Yo contra mi yo, el ego me consume cada día mientras arrojo trozos de mi corazón dentro de una botella que lanzo al mar para ver si alguna musa soñada acude a la eterna llamada del poeta (o escritor, o lo que Dios quiera que sea) errante que solamente busca calmar su sed. Muero mientras las más famosas asesinas en serie de la historia siguen libres en este mundo. En este mundo, en el tuyo, en el mío y en el de todos. ¿Acaso no pertenecemos todos al mismo? ¿Acaso no todos los mundos creados por cada uno de los humanos que habitamos el planeta no terminan fluyendo hacia uno solo? Entonces, ¿para qué tanto ímpetu en ser diferentes? ¿Por qué buscamos la fama, el ansia de reconocimiento, el ser especiales, el ser mejores? Tal vez necesitemos ser el centro de atención, el ombligo de ese mundo tan grande. Pero solamente tal vez, los habrá que no deseen estar allí y prefieran pasar desapercibidos aunque nunca se sabrá si es esa su naturaleza real u otra manera de llamar la atención. Siempre se ha buscado ser el más importante de tus amigos y se debería buscar ser el más importante para ellos. 

No entiendo a que viene tanta pena y tanta lástima. Gente que se compadece por no tener, por no poseer. Gente sentada mirando a los ojos de aquellos que pasan por el camino pidiendo limosna. El tiempo pone cada uno en su lugar ciertamente, al final todos muertas, amarillentos, rígidos, ojos cerrados y enterrados. Y en mil años ni huesos, ni cenizas, burda existencia sobre este mundo. Sin rumbo, sin sueños. ¿Cómo iba a soñar en mi mundo? No existe la felicidad, no existe la libertad, no existes tú. Y aquí estoy, tratando de invertir los papeles de esta película, tratando de matar al tiempo mientras el tiempo me mata a mi. Los hay ahí afuera que van pidiendo oportunidades y se excusan en condicionales de y si que jamás existieron. Un puedo y no quiero constante define a estos perdedores que no quieren sonrisas si son sinceras, que prefieren los falsos abrazos a las puñaladas verdaderas. La falsedad entraña ilusión, mentira, la verdad es experiencia. Todos tenemos lo que nos merecemos. Y todos terminaremos muertos. Nuestras vidas terminan diluyéndose como azúcar en café. Quien teme a la muerte debe saber que no debería preocuparse tanto: es inevitable. Quien se asuste por la incertidumbre de no saber que hay detrás de ella (si es que hay algo) debe saber que no somos pocos los que compartimos ese temor. Ese temor que esconde horizontes a los cuales no queremos ni llegar. Una vez muerto caerás en el olvido eterno, nadie volverá a saber de ti. Tal vez aguantes una o dos generaciones y después se acabó, nadie te recordará, nadie te visitará y terminarán construyendo una calle, una plaza, un bloque de edificios o un taller de automóviles encima de tu deteriorada tumba. Lo peor de todo es que todo lo que hayas sido en vida no va a importar. Cuando mueras vas a perder tus recuerdos y tu identidad, vas a quedarte sin historia propia a la cual abrazar y pasarás a ser un don nadie a quien nadie quiere. 

La muerte no deja de ser algo deprimente. Ya en cuadros y en series te a dibujan y pintan como un ser triste, vestido con capucha negra y segando vidas a diestro y siniestro. Ineludible, cuando viene a buscarte mejor vete con ella sin rechistar que tu tiempo se ha terminado y sonríe porque llorar ya lloraste al nacer y tienes que equilibrar la balanza. En cambio a la vida nadie la dibuja. Tal vez cada uno tiene su propia idea de como es su vida. La mía me la imagino como una puta de carretera, follando con desconocidos por cuatro duros y una caja de cigarros. Sin futuro, sin sueños, sin sonrisa, sin sentimientos. Sabiendo que más temprano que tarde terminará abandonada en una cuneta y acabará muriendo de hambre o de frío sin que sus familiares más cercanos lo sepan. Nadie se debe acordar de ella. Ahora es una chica más o menos joven, más o menos guapa dependiendo del momento. Se pasa el día entrando y saliendo de coches ajenos mientras se la tiran en el asiento de detrás. Ella pone cara de aburrimiento y gime haciendo ver que siente placer. Pero hace tiempo que dejó de sentir. Ahí está mi vida, paseando por la Nacional II, siendo el fracaso en persona. Su mirada transmite decepción y sus gestos cansancios. No espera un cliente, espera a alguien que se la lleve lejos de allí. O espera a alguien que le arranque los ojos para no volver a ver ese mismo paisaje que lleva viendo los últimos quince años y que tanta mierda le trae a su cabeza.

 Y a todo esto, el maldito violín de inicios sigue sonando entre graves y agudos. Nadie se va a acordar de este texto de aquí unos años. En un siglo nadie se acordará de que yo existí. La muerte sigue esperando y será puntual a su cita. Espero que se trajee como mínimo y se ponga un buen perfume porque el camino se nos va a hacer muy largo. Y mientras caminemos, charlando sobre anécdotas que sentí en mis propias carnes, tanto que parecían reales, mi vida seguirá follando con desconocidos hasta que las tetas se le caigan y nadie quiera pagar a esa vieja amargada por tener sexo. Y así, con una caja de cigarros vacía y una de condones sin estrenar termina huyendo a un paraje mejor, cambiando de paisaje porque el viaje de la vida no es una carrera contrarreloj si no un paseo con el reloj. Procuren disfrutar de su vida y de si mismos tanto como yo lo estoy haciendo (aunque pueda parecer que no).