sábado, 20 de diciembre de 2014

Oda a un escritor triste

Casi me juré no volver a escribir. Casi. No lo hice por aquella máxima que dice nunca digas nunca, tan típica como real. Aquí estoy, empuñando pluma y papel, dispuesto a hacer algo que no hago en mucho tiempo. Si, dos meses sin escribir pasan como un tortuoso camino que te lleva al abismo de los infiernos, en compañía de malas personas que ríen a tu costa. Durante el periplo me di cuenta de lo importante, de lo vital que es para mi el escribir. Porque soy un negado en todo (incluso esto), porque soy patético utilizando la boca en lugar de las manos, porque mientras menos escribo, más callo, y cuanto más callo, más daño me hago. No escribir es un acto a lo bonzo, un kamikaze sin esperanza que busca estrellarse lo más rápido posible, tratar de ser héroe, morir y ser recordado hasta el fin de los días. Escribir es todo lo contrario, es un acto solidario en que uno expresa algo que otros escuchan y opinan.

No escribo por mi. Nunca lo he hecho, nunca lo hago y nunca lo haré. Y si, es un desafío a la máxima de nunca digas nunca. No valgo tanto la pena como para dedicarme unas líneas. Una persona que no puede escribir con una sonrisa no merece un texto. Una persona que se deja arrastrar por un bucle de tristeza interior, que no lucha a contracorriente si no que se deja llevar y disfruta del viaje... Alguien así no merece unas líneas. Yo escribo por gente que vale la pena, por ella, la que juega con su cigarro mientras revisa sus mensajes. Unidos por el hilo rojo de su pelo, su media melena, su perfil que roza la más absoluta belleza. Me pide que diga algo y yo estoy sin habla. La veo vivir y eso es mi vida, verla mientras ella se aleja. Aprovechar ahora que la distancia es más corta porque pronto estaremos sentados uno frente al otro y yo ya no podré verla. Ya no podré sentirla, mi voz olvidará su nombre y mis ojos verán una sonrisa imperfecta. En remotas galaxias nos hallaremos, en realidades paralelas, en dimensiones distintas, en mundos mudos que no se reconocen. Ese espacio mío que habito yo con mi yo y mi tristeza.

En esa soledad mi ego escribe montones de hojas que se queman más tarde por no poder satisfacer sus ansias de grandeza. Todo está creado, todo está inventado, todo está escrito. No creo en el destino y sé que no debo esperar. Lo que tenga que venir... Igual no viene. La luna sonríe de las desdichas que sufro, a cada paso, a cada minutos, a cada segundo, a cada paso... Siempre en dirección opuesta a mi. ¿Qué seremos? Quizás meras sombras de una relación que existió un día y dejó de hacerlo de pronto por mi incapacidad de transmitir lo que tengo muy adentro. Vuelve a dejarme sin habla, vuelve a hacerme sonreír, vuelve a quitarme las ganas de escribir que no quiero ser triste, no quiero seguir en la prisión del bloc de espiral ni de un bolígrafo Bic que me lanza furtivas miradas cada vez que lo abandono. Dame motivos y dame esperanzas, mírame y agárrame la mano, no me dejes solo. Otra vez. Y si la vida da mil vueltas que dé mil y una para poder volver a encontrarte, y si las oportunidades vuelan que vuelen alto hasta que tengan que caer en mi regazo mientras leo a Delibes a la sombra de un ciprés alargado. Fugitivo del folio, guárdeme cerca de ti, en un abrazo o en una caricia que soy de los que no molestan, de los que se conforman con verse reflejado en tus ojos una noche de cruel invierno, esperando a que llegue la primavera y con ella, las mariposas que salen del cascarón del estómago para salir por la ventana de mi boca. 

No castigues más a mi orgullo sonriendo a otra gente. Sugiero un encuentro en el cielo, con platillos de neón y sillas de madera, bolsos de terciopelo y un pedazo de algodón de azúcar. No soy mejor por ser nadie, ni soy peor por dejar de serlo. Me levanto cada mañana con un nudo en la garganta y su imagen en el techo blanco de mi habitación mientras en otra habitación perteneciente a otro mundo ella se acurruca y se esconde bajo una fina sábana de seda. Violines cuando entro en el lavabo, camino despacio para recrearte lentamente, deseando que una luz cegadora me borre de la memoria todas y cada una de sus visiones, pidiendo que ojalá pueda olvidar su voz, que las calles borren sus huellas. Demacrado, desarmado y desalmado, así vivo el amor y el dolor. Dolor fruto del amor, me mira y me sonríe. Puñal y daga me atraviesan siempre en ese instante, deseando por medio segundo que ella pueda leerme la mente. Y en ese instante se levanta una breve brisa, yo olvido todo lo que siento, lo aparco y me limito a ladear la cabeza de vez en cuando. El reloj marca las horas (y no debería), apurando las últimas décimas me sale no decirle nada, no tocarla, no abrazarla y no quererla. Y mientras ella se despide, yo avanzo por el corredor de la muerte como un reo que anhela llegar al final de ese estrecho y maloliente pasillo, convencido de que nada es tan insoportable como vivir una vida triste.

domingo, 28 de septiembre de 2014

La última vez

Esta es la última vez que escribo. Estoy cansado de escribir. Me aburre, me frustra. Antes sentía la necesidad de expresarme, quería hacer oír mi voz a través de sueños escritos en la arena que las olas se llevaban lejos, muy lejos. Yo volvía a escribirlos una vez tras otra pero el rugido del mar siempre terminaba borrando hasta su último vestigio. No quiero escribir, no me aporta absolutamente nada, me hace perder el tiempo y tengo poco. El tiempo es oro. Ya le gustaría al oro ser tiempo igual que ya le gustaría ser al tesoro un amigo. Creo que todos los escritores lo son por alguna razón, creen que merecen serlo, quieren serlo, aspiran a serlo, les motiva serlo. Serlo y sentirlo dentro de sus entrañas, letras tatuadas en la piel, rimas escondidas en el alma, leyendas, mitos y prosa. No sé si se ha dado el caso de que un escritor se le quitan las ganas de serlo y tampoco sé muy bien que hay que hacer para dejar de serlo. Antes escribía, ahora ya no. Supongo que si en el presente no escribes dejas de ser escritor.

Este es mi último relato, mi último texto. Antes escribía para dejar escritos sentimientos que nadie quería escuchar, pensamiento que no sabía explicar si no era con una pluma. No creo que a nadie le importase de verdad lo que yo escribía como dudo de que alguien le importe que este sea mi último texto pero a mi tampoco me importa. Yo escribo por mi, por mi y por nadie más. Claro que hay gente que me empujó a seguir escribiendo pero creo que más por mi que por ellos. Obviamente no busco la gratitud de la gente externa pero nunca es mal recibido un halago igual que tampoco se rechaza el abrazo de una madre o la sonrisa provocada por personas errantes que entran y salen de tu mundo. Escribir aburre cuando no tienes registros, cuando no tienes ideas, cuando no puedes escribir cuando quieres si no cuando lo necesitas. 
Es la última vez que lo hago. Escribir el dolor que siento, mis penas, mis alegrías, mis alergias, mis carreras contra el reloj en intento vano de sobrevivir a la vida. En mis últimos escritos hay más deleite personal que sentimiento. No escribía nada que no tuviese dentro de la cabeza, un mundo imaginario infinito, de altas cotas y de enfrentamientos entre mi ego y mi egocentrismo. La vida se escapa entre líneas una tierna mañana de octubre. Las palabras llegan a lugares donde nadie ni nada puede hacerlo y quizás sea esta la mejor lección que he aprendido durante estos años en que he ejercido de escritor. Nadie me va a quitar el triunfo de haberlo intentado. Quedarse en el camino creo que es normal en gente normal. Los normales somos mediocres, y los mediocres lo dejamos todo a medias, no cerramos nada y no intentamos nada. Los escritores normales mediocres encima tienen la gran capacidad de no cambiar la realidad por miedo a perder los motivos para escribir. Como escritor normal y mediocre he huido a una realidad alternativa porque quería seguir escribiendo sin tocar nada del mundo real. ¿Estoy enamorado? Bien, escribo sobre el daño que hace el verte y el no tenerte. ¿El tiempo pasa? Genial, escribo sobre su crueldad y de como nos quita, poco a poco, a nuestros seres más queridos. ¿Sucede algo bueno a nivel anímico? Mierda, no tengo como expresar el optimismo. 

Los escritores normales y mediocres siempre terminamos igual: cansados y aburridos de esquivar. Algunas duran meses, otros años, pero al final uno deja de escribir porque no quiere seguir perdiendo el tiempo. Este es mi último texto, mi último relato, mi última confesión. Una vez leí que el número tres es el número perfecto. El dos es demasiado simétrico, el uno es de soledad, el cero es de pesimistas y cuatro son multitud. El número tres, de forma inconsciente, resulta ser perfecto. El escritor normal y mediocre normalmente lo usa. Siempre escribe algo así como sentimientos que se lleva el viento, pensamientos que se reflejan en un espejo y la mirada severa de un padre. Tres, número para esconder carencias y hacer ver lo que no somos.

Si, esta es la última vez que escribo. La última vez antes de que mi yo me vuelva a reclamar delante de una mesa armado con papel y bolígrafo. Y mientras espero el momento, me voy a ir acomodando con café en mano, un libro de Kafka y una famosa melodía de Beethoven. Y en mi inconsciente seguirá pensando en lo mismo: tres, tres y tres. 

Fotografía Jacqueline du Pré de autor desconocido.

martes, 2 de septiembre de 2014

Recopilación de tristeza avariciosa

Soy un monólogo constante, un artista al micrófono sin público al cual dirigirse. Una película de serie B, una mentira tras otra entre miradas seductoras y principios que se venden al mejor postor. Vivo solo, aislado en la cabina térmica de mi habitación, rodeado de motas de polvo y unas sábanas amarillentas del sudor. Soy persona imposible de amar e imposible de odiar, vuelo raso entre la decepción y el fracaso que vomita en la taza del váter a cada salida del sol. Un sorbo de licor blanco para mirarme en el espejo y darme cuenta de que doy asco. Nauseas. Sonrío por compromiso y desde que te fuiste no he vuelto a ser el mismo. Navego por tu pelo hasta tu ombligo y danzo la palma de tu mano esperando el momento en que decidas cerrarla y morirme de golpe cual soldado en guerra. Mejor hacerlo rápido que agonizar por las calles vacías de tu cuerpo. Construiré mi cripta y que me entierren hasta que vuelva a olvidarme de ti. Las paredes llenas de escritos incompletos, en el aire versos que se escaparon de su tumba sin rumbo fijo, en el suelo las lágrimas del conde que perdió su condado porque la diosa fortuna no le ayudó con los dados. Atrapado en la mente que no para de vomitar ideas, letras dando tumbos hasta que yacen en una hoguera llena de la nada. Soy un pesimista que contagia ataques de risa o un escritor libre con el alma de vagabundo triste. Enfermo terminal de la nostalgia y la pena, soy feliz con mi tristeza y hasta amarme me da pereza. Seduzco a las musas con poesía profunda, versos rescatados del limbo de los escritos fallidos que se quedaron a medias tintas, escritores fallidos que nunca tuvieron talento aunque ellos creyeran que si. No soy un inventor de versos más bien un arquitecto de las palabras que las enlaza de forma aleatoria hasta dar con la frase que llegue a tu yo interior. La tinta de mi bolígrafo terminará tocando tu fibra. Francotirador en posición de lanzar vocablos para llamar tu atención, provocarte reacción y llamar así al amor. Cada vez comprendo más cosas y cada vez me siento más incomprendido Trabajo a sueldo y de noche que es cuando los llantos se vuelven más sumisos, no escondas tu cara tras esas gafapasta que tapan la cara y los gestos de expresión que son la inspiración para mis textos desmotivados sin motivos aparente. 

Mejor solo que mal acompañado y no hay peor compañía que la de la soledad. Su trono yace ocupado y su corona reposa en la cabeza que algún desgraciado, desalmado o destinado a sufrir en silencio los males de este mundo. No. Tienen alma de cobarde y palabras de león que no ruge ni maúlla. Como persona un desastre, como escritor un sastre de la intangible hasta transformarlo en visible, como ente endémico que desata pandemias basadas en la ignorancia. Leíste demasiado, pensaste demasiado, hablaste demasiado y ahora eres el raro. Soy especial, muy especial, especial de día a noche, de enero a diciembre. Especial en mis actos, en mis adicciones, en mi juego, en mis apuestas, en mi forma de ser. Tan especial como todos. Tan especial que soy normal, como todos. No te gustan los locales de alterne donde miles presumen de ser diferentes, prefieras la calma y la tranquilidad al abismo de tu consciencia. La última mañana que me dejaste fue todo un drama, tumbado en la cama viendo tu espalda, jugando con tu pelo y con mis dedos dibujábamos nuestros trazos del futuro que se fueron como la mierda desaparece por el retrete. Corazones encerrados en un puño chocaban contra cerebros enfundados en cota de malla en duelo a muerte para decidir quien de los dos tenía la razón. Mis sentimientos se enganchaban a los tuyos y juntos recorrían cada rincón recóndito de tu piel, se metían en cada poro hasta transformarse en sudor y así, por fin, ser uno entre tanta materia. Suciedad interior, suciedad exterior, quería matarte y ahora quiero volver a enamorarte y volver a enamorarme. La crueldad del destino quiere seguir jugando al azar con cartas trucadas para ver quien será el príncipe de tu reino. Refugiado entre muros de piedra y hormigón construí una fortaleza para resistir al asedio que comandaban tu sonrisa y tu mirada pero para cuando terminé mi castillo tú ya eras la princesa y yo un rey destronado, arrastrándome por el suelo en busca de alguna moneda mientras me embriago con el olor de tu perfume. Pieza del puzzle que no encaja, el último de la doble fila, el primero en quemarse por volar demasiado cerca del sol, alcanzando sueños imposible, transformándolos en severas pesadillas, patético ser humano que intenta ser más que parecer pero perece en el intento vano de quererse a si mismo por encima de todo lo demás. Egocéntrico absoluto porque mi yo se enamoró de ti, de tus andares, de tus piernas, de tu pelo, de tu sonrisa y del reflejo del espejo que devuelves mientras te lavas los dientes. Te imagino, te sueño y te siento más viva que nunca, te abrazo, te beso y te quiero, luego me caigo, me despierto y veo que todo es mentira.

Si mi vida es un monólogo bienvenidos a ella, pues no es mala compañía la peor de ellas, que incluso tras estar tiempo viviendo en eterna soledad, hasta este se vuelve en buena compañera. Que nadie me diga que no tengo motivos para dedicarte una sonrisa. No busco llenar tus bolsillos con algo tan vacío como el dinero, invierto lo que puedo en vivir buenos momentos y en buena compañía. No lamento mis oportunidades perdidas. Tampoco lamento las oportunidades que no tuve. A nadie se las dieron, porque tanto damas como caballeros, buscaron en el sabor de la derrota el sentimiento de victoria.

Cuadro de Vicente Palmaroli, Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte.


viernes, 1 de agosto de 2014

Canon en Re Menor de Pachelbel

La carretera está plagada de gente, de agobiante multitud que camina en dirección a la playa para coger un buen sitio desde el cual poder ver los fuegos artificiales que van a iluminar el cielo en dos minutos exactos. Él baja la mirada y camina en dirección contraria. Sin rumbo, con música de Outlanidsh en los oídos, inexpresivo. Cruza alguna mirada con la gente que se pregunta hacia donde se dirige ese joven de paso regular y ritmo lento. Algunos comentan algo acerca él, otros le señalan directamente. Da lo mismo lo que piensen, él camina en dirección contraria al mundo por decisión propia. Quizás sea su error, quizás sea su acierto. Sea lo que sea, le va a pertenecer para siempre. Empieza la fiesta. Primer ruido de petardos y él gira la cabeza de forma momentánea. El ser humano siempre reacciona igual ¿Cuántas veces habrán visto esas personas unos fuegos artificiales? ¿Cuántos entenderán su arte? Y todo quedan embobados con la mirada fija al cielo esperando a la próxima explosión de luces y colores. Él vuelve a girar la cabeza y piensa en lo bonito que sería el mundo si la pólvora se utilizase solo para fiestas. 

Suena el Canon en Re Menor de Pachelbel desde un tercero. 

Ella se sienta un momento. Está lloviendo mucho. Llueve sobre mojado, llueve sobre ella. Las calles están desiertas de personas, el mejor paisaje posible para ella. Cansada de gente deambulando con prisas yendo a ningún lado. Se muere por dentro cada vez que ve la ciudad de color gris. El cielo está muy tapado. No parece una tarde de verano aunque si fue una mañana de ocho de agosto. Nunca lleva paraguas. Los pies están empapados. Mira sus zapatos y sabe que va a tener que tirarlos en cuánto llegue a casa. Su ropa transparente y cualquiera puede verle sus prendas interiores. No son las mejores que tiene pero tampoco le importa que alguien le mire las bragas. ¡Cómo si alguien no hubiese visto unas bragas ya! Quiere fumar pero es evidente que bajo el chaparrón no va a poder dar ni un calo. Bueno, no va a poder ni encenderlo para empezar. Mira al vació con pocas esperanzas. Se levanta con todo el peso del bolso mojado mientras gordas gotas caen sobre su cabeza y se deslizan por su pelo para llegar al suelo. Se quitas los zapatos y los calcetines y los deja sobre el banco de piedra. Arranca a caminar chapoteando por los charcos del camino. 

Alguien se sienta al piano y toca el Canon en Re Menor de Pachelbel. 

Se agarran de las manos y se miran a los ojos. No aguantan mucho rato, la vergüenza y el miedo les puede. Ella se recuesta sobre la puerta del coche. Es de madrugada, la cabeza le da vueltas pero puede ver la cara de su chico con claridad. Él le busca la mirada, juega son sus dedos por sus hombros y de vez en cuando le aparta el pelo de su cara. Ella le agarra la cintura. Están esperando a una estrella fugaz a la que poder pedirle un deseo. El de ambos es el mismo pero ninguno de los dos quiere ser el primero. Hace rato que no tienen conversación, se dedican a pensar en un lejano futuro cuando ellos estén juntos, desnudos en la cama mirando el techo blanco de sus habitaciones. Alguno habría pensado en como quedarían sus apellidos juntos. Pasa un rato, se miran y vuelven a apartar la mirada. Diría que hay tensión en el ambiente. Quieren ser una persona en dos cuerpos pero algo les impide. Él se empieza a cansar de la situación pero no hace nada para remediarla. Ella está incómoda con esas manos. Los lunares del cuello de la chica empiezan a coger formas repugnantes, la constelación de sus pecas evocan a imágenes asquerosas. A él le apesta el aliento y el desodorante empieza a dejar de hacer efecto. Su voz es ronca, antes era mucho más suave. Dudan. ¿Qué es esto? Se quieren pero no quieren quererse. Se miran por última vez antes de que él le dé la espalda y se marche por la boca negra del callejón que queda a la derecha. Ella se decepciona. De ambos salen lágrimas amargas que marchitan flores de plástico. 

Un poeta escribe escuchando el Canon en Re Menor de Pachelbel. 

Son un grupo de amigos. Más bien de hermanos. Unidos por una misma cosa, distintos entre ellos. Hay algunos que trabajan, algunos que estudian, otros que ni una cosa ni la otra. También piensan de forma distinta, tienen diferentes ideologías, diferentes religiones, diferentes objetivos. Pero ellos se reúnen como forma de vida, como rutina, como hábito. Se pasean por las calles como si fuesen suyas. Nunca buscan problemas, no buscan líos. Prefieren pasar desapercibidos a menos que la situación requiera lo contrario. Se ríen de ellos mismos con recuerdos varios, con locuras pasadas y personas pasajeras. La gente va y viene pero ellos caminan juntos. Jugaban juntos. Se conocen a ellos mismos, a sus familias, sus situaciones, su vida entera. Son la familia que ellos mismos han escogido. A veces cambian su destino o su punto de encuentro: cenas y cines. Han sentido la alegría de conocer a alguien nuevo, de acogerlo. Han sentido el dolor de ver a alguien partir para siempre, de perderse por el agujero del tiempo. Han sentido impotencia por perder algo que no van a poder recuperar. Comparten muchas cosas, no temen al futuro, se agarran al presente como única forma de vida, se emocionan y siguen asombrándose de las pequeñas cosas. De vez en cuando son sinceros y confiesan que se echan de menos. Miran a la vida y esquivan a la muerte jugando entre lirios y laureles mientras rezan y esperan que Dios no se olvide de que existe. 

Un músico amateur mata el Canon en Re Menor de Pachelbel.

miércoles, 9 de julio de 2014

Mañana por la mañana (un círculo interminable)

Es té blanco. Seguro. Siempre pide lo mismo y es té blanco. Podría ser negro pero todavía es por la mañana así que es blanco. Por la tarde suele variar a té negro, rojo y el segundo miércoles de cada mes pide un café con leche de soja. De frente pierde algo de belleza. No mucha, pero la justa y necesaria para no llamar la atención y para que muchos chicos y algunas chicas se la quiten de la cabeza y pasen de ella. Está leyendo una obra de García Márquez. No hace mucho, la semana pasada, terminó un recojo de cuentos de Matute. El primer libro que leyó era una obra de Katherine Neville bastante tocha. Le da sorbos cortos a su té blanco. No sé si por placer o por la temperatura del agua, el caso es que siempre tarda una barbaridad en terminárselo todo. Cuando se lo acabe cerrará el libro e irá al lavabo. Como siempre. De camino me pedirá alguna cosa para picar. Tardará lo suyo, es bastante indecisa con la comida. Igual pide algo dulce que algo salado, algo casero que algo prefabricado. Luego descubrirá que su tetera y su vaso ya está recogido y su pedido encima de la mesa tapado con una servilleta. Se sentará y volverá a sumergirse en su lectura como siempre hace. 

Me pregunto cuál será su nombre. Es una chica bastante guapa, no se maquilla, no se cuida demasiado tampoco. Al menos su aspecto físico. No viste demasiado bien, no mira por los detalles. Es complicado de explicar con palabras... Por ejemplo hoy. El cuello de la camisa no está bien ajustado, tiene uno de los puños bien abrochado pero en el otro ha juntado un botón con el agujero que no era, lleva el pantalón por encima del calcetín izquierdo, la coleta a medio atar... Descuidada quizás sería la palabra correcta. Tiene el pelo desordenado y no parece importarle. Nunca se ha pintado las uñas, ni los ojos, ni los labios, algo poco corriente para una chica de unos... ¿Veinticinco? 

Cuando toquen las ocho es decir, de aquí a doce minutos, seguramente empezará a recoger sus cosas, lo meterá todo en su bolso que es bastante grande y feo, de un color marrón horrendo y que no conjunta nada con lo que lleva puesto normalmente. Se levantará casi con majestuosidad. Sorprenderá a los demás clientes del local si es que hay alguno porque nadie se había dado cuenta de que ella estaba ahí cuando entraron. Da igual la edad, da igual el sexo, da igual todo, aquí lo que importa es la persona y esa persona seguro que va a quedar hipnotizada en el momento en que se inicie la secuencia. Ella permanecerá alejada de aquellas miradas que la atraviesan, inconsciente de que todas se dirigen hacia ella y su figura. Irá a la barra por última vez, sacará su monedero negro y pagará al contado. Quizás hoy deje propina. Los lunes y los viernes siempre deja pero hoy es martes así que no puede saberse. Acabará saliendo perdiendo todo el estilo y el resto de los clientes, antes atraídos y embelesados por sus movimientos volverán a su rutina habitual. 

Y el narrador de esta historia inventada, imaginando y creando esa misma mujer una vez tras otra volverá a olvidarse de ella hasta que un día vuelva a aparecer en forma de musa profética. Una mujer que no existe en ningún otro mundo que no sea el suyo. Una mujer irreal, que no se puede abrazar, que no se puede besar, que no se puede amar. En el mar de la imaginación andará el escritor recordando que debe olvidar a esa mujer porque pocos placeres son comparables al de olvidar a esa musa casi perfecta para volver a recordarla.

viernes, 20 de junio de 2014

El filo del abismo

  Tocan las nueve de la noche. Mi padre está preparando la cena y yo estoy sentado en mi habitación, con los cascos puestos y manteniendo distintas charlas por las diferentes redes sociales que tengo abiertas. No hace mucho que vuelto de estar contigo. Hace tiempo que no te veía, casi pensaba que me evitabas por algún motivo. Supongo que la época de exámenes y la distancia no facilitan las cosas. Te voy echando un poco de menos. Hoy ha sido todo muy cordial, un hola qué tal, un abrazo fuerte, un beso en cada mejilla y el típico intercambio de sonrisas. Llevabas el pelo un poco más corto de lo habitual. No importa. Luego del saludo, lo mismo de siempre: paseo, café, la reflexión en la playa, otro café y la despedida. Abrazos, abrazos y recuerdos a tu familia. Si, también hace mucho tiempo que no sé nada de ellos. Antes me los encontraba caminando por el pueblo, ahora ya ni eso. Tú tampoco te dejas ver mucho y eso complica las cosas. A veces siento temor de volvernos a ver y pensar que quizás ya no sea lo mismo, que te has olvidado de como funcionaban nuestros engranajes. Puede ser que un día no te acuerdes de mi nombre. 

  Mi padre me llama. Iré a cenar y luego volveré a esto. Bueno no, en realidad iré a dormir, estoy cansado de escribir. 

  Tocan las doce. He intentado dormir y no he podido. Me he ido a la ducha e intentado relajarme más aún poniendo un CD de Beethoven. Noto que la calma invade hasta el último punto de mi cuerpo. Estoy en stand by y aún así sigo escribiendo. No me viene el sueño... Ha pasado una hora desde que me incorporé de la cama. Me calzo y salgo a la calle sin paraguas pese a que está lloviendo. Pongo la mano antes de salir con el cuerpo entero. Es lluvia fina. Camino sin un rumbo preestablecido mientras rescato algunos recuerdos atesorados. Es impresionante lo que uno puede llegar a guardar dentro de su cabeza: pienso en ti y en todos los lugares en los que te vi. A la vez me cuestiono cuando empezó esta afición por escribir. Ahora mismo estoy lleno de sentimientos y vacío de palabras. Y las palabras huecas no significan nada. Me pregunto si es la inspiración la que acude en tu ayuda o si eres tú quien debe salir a buscarla. Quizás la inspiración seas tú. Tal vez se esconda porque muchos la acosan. Yo escribo líneas sobre líneas sin albergar esperanza alguna sobre este texto, que será la mayor mierda del mundo. ¿Cuándo me alejé tanto de mi verdadero propósito? ¿Cuál es el motivo que me empujó a escribir? 

  Llego a casa y un montón de ideas se agolpan en mi cabeza. Mi libreta rebosa frases, fragmentos, palabras, expresiones... Las leo con cuidado, las anoto y todas me parecen flojas, malas, horrendas. Siento cierta impotencia. Dicen que el arte debes dejarlo fluir, no forzarlo y que así seguro que saldrá todo bien. También he oído eso de que va a épocas. Y una mierda, el escritor que se dedica a escribir lo es porque sabe hacer fluir su arte, no porque el arte le fluya sin razón alguna. Entre los pensamientos aparece tu silueta, tus curvas perfectas, tu melena atada en cola de caballo, tu sonrisa y tu boca cerrándose para morder la pata izquierda de tus gafas de pasta. Joder, yo con mi frustración y tú ahí, sonriendo, calmada, despreocupada como si nada pasara. Ponte en mi posición una vez y mira el mundo con mis ojos, a ver si así me entiendes. Quiero escribir y no puedo...

  Entro en el lavabo otra vez. Miro el reloj digital que me dejé delante del espejo: las dos y veintitrés minutos. Ni idea de cuanto llevo absorto en mis pensamientos y no me importa. ¿Qué hago con todo lo que me rebota en la mente? Lo quiero tirar ya, vaciar la cabeza de tonterías, recordarte como lo hacía antes y empezar de forma correcta y ordenada. No es la primera vez que lo intento. ¿Cuándo te hiciste tan grande? ¿Cuándo me enamoré de ti? Me pides que camine a tu lado pero yo ya no puedo. Me he abandonado en la senda de la vida por querer meterme en la tuya. Estiro la mano, toco el horizonte pero tú ya estás más allá. A ratos te paras, te giras y me sonríes. Y yo me cago en la puta porque sé que no voy a llegar por mucho que corra. No es un tema de distancias, es un tema de realidades apartadas la una de la otra. Me caigo, corro, ruedo, choco, insulto al pasado y piso al futuro con tal de alcanzarte. El presente me supera, me supera, me supera. Y con todo esto, yo incapaz de escribir. Miro el horizonte sentado en una barandilla. Si no te puedo pillar por lo menos me voy a parar, a respirar y a ver como tu sombra se mueve al son de las Cuatro Estaciones mientras se aleja cada vez un poquito más de mi. Rezo para que la inspiración venga conmigo y me diga al oído que ha venido a salvarme de mi mismo. No va a ocurrir, pero yo sigo rezando como un condenado a muerte inocente de su crimen. 

  Me resigno. Me pongo de rodillas. Inspiro hondo, cierro los ojos y meto la cabeza en la taza del váter. Tiro de la cadena y, con los dedos cruzados, espero que el remolino que tanta mierda ha tragado en esa casa se lleve también toda la mierda que deambula por mi cabeza.  

martes, 6 de mayo de 2014

La araña, la mosca y la mariposa

  Esta es la historia de una araña pequeña, muy pequeña, casi inexistente. Era una araña de color marrón aunque apenas se sabía. Vivía entre dos ramas de un bosque y ahí tejía su telaraña día tras día. Aunque se esforzaba mucho, la araña era muy torpe y siempre se equivocaba en algo así que se pasaba la mayor parte del tiempo haciendo y deshaciendo su obra. A veces, cuando estaba a punto de terminar aparecía un niño y la arrancaba. Otras veces se ponía a llover y tenía que refugiarse para no ahogarse. Siempre que pasaba esto último observaba desesperanzada como el agua destrozaba cada uno de los hilos que tanto le había costado entrelazar. Para no morir de hambre se comía algunas hojas secas pero le apetecía cazar alguna mosca despistada y poder darse un buen festín. 

  Un día de verano y tras semanas de esfuerzo, la araña pequeña consiguió terminar una telaraña decente y válida. Miró su obra orgullosa y se posó encima de una hoja esperando a que una presa se viese enredada por la trampa. 

  El primer día nada sucedió. Tampoco lo esperaba, pero aquello no la iba a desanimar. Esperó y esperó. 

  El segundo día pasó un hombre cerca de la telaraña. A punto estuvo de destrozarla. La araña había sentido el pánico de una manera muy próxima. Tuvo suerte que desvió los pasos justo antes de chocar con su trampa mortal. Durante aquel día observó como ese hombre que se había parado cerca para tomar un respiro se dedicaba a hacer sus cosas. Bebía agua, se colocaba bien la gorra y abría una caja de plástico donde suponía la araña que guardaba su alimento. También vio como reaccionó ante la presencia de moscas y mosquitos, sobretodo de las primeras. La araña pequeña, al ver como las espantaba con la mano se dijo: 

  - No me extraña. Tienen las alas feas, hacen un ruido molesto y solamente comen mierdas. Tienen unos ojos brillantes horrendos y un color grisáceo que dan ganas de ponerse a llorar. ¿Quién las iba a querer? - Se quedó pensando un rato. - Nadie - se volvió a decir. 

  En aquel momento apareció una mariposa revoloteando cerca de aquel hombre. Este no hizo ademán de asustarla, mas al contrario, parecía invitarla a sentarse cerca a compartir ese momento. La araña pequeña, observando la escena se volvió a dirigir a si misma:

  - ¡Oh! Mira que bonita. Tiene unas alas amarillas preciosas, vuela sin hacer ruido. ¡Cuánta elegancia al moverse! - sintió cierta envidia. - Nada que ver con esas apestosas moscas, la mariposa merece nada más que la admiración de el resto de la fauna. ¡Cuánta belleza, qué colores, que alegría desprende!

  Al tercer día la araña pequeña se dirigió a su telaraña y, asombrada, vio que había capturado a dos presas. Sabiendo que era pequeña y que con una sería más que suficiente, decidió que perdonaría a una de ellas y a la otra se la comería para saciar su hambre. Escaló por los hilos y se dio cuenta que había atrapado a una mosca y una mariposa con alas amarilla. Dudó un instante y fue hacía la mariposa primero. Ésta le dijo con voz apenada:

- Araña, araña, ¿no irás a comerme, verdad? Mira que alas tan bonitas tengo, mira con que elegancia soy capaz de moverme. Mira como floto, como los animales me quieren cerca y me admiran. Nunca molesto, soy agradable a la vista y todos me quieren. Sálvame y cómete a la mosca que no hacen nada más que molestar. 

  La araña se quedó mirando a la mariposa. Era muy bella y ella lo sabía. Se giró y decidió comerse a la mosca. Fue hacia ella, pero el camino se le hizo eterno. No estaba tan lejos, solamente que la araña pequeña iba pensando por sus ideas y casi no se dio cuenta de a que velocidad estaba avanzando. Incluso cuando la tuvo de frente, la araña pequeña seguía sin abrir la boca. Ya sabía que se iba a comer a la mosca pero el cuerpo no le respondía. Atenta a esto, la mosca decidió reaccionar:

  - Araña, araña, ¿me vas a comer, verdad? Yo lo entiendo, es mejor salvar a la mariposa. Es una buena elección, ella es bonita, hermosa, es elegante y nunca molesta. Ojalá fuese como ella y pudiese dibujar en el aire como hace. Pero no, yo nací mosca, animal desagradable, solamente comemos mierda y molestamos a la gente. Araña, araña, si vas a comerme, cómeme, pero salva a la mariposa para que el resto de animales puedan disfrutar de la belleza de sus colores. 

  Y la araña, sin decir nada, dio media vuelta, empezó a caminar hacia la mariposa y se la comió empezando por esas alas tan bellas y alegres que tenía. 

sábado, 26 de abril de 2014

Tiempo muerto

  Treinta y nueve minutos con cuarenta y tres segundos llevas de pie. Suena una bocina fuerte, se tensa el ambiente, se muere el tiempo. Te encaminas hacia el banco, lento, concentrado. El marcador te enseña lo que hay y lo que queda: un empate y diecisiete segundos para que todo llegue a su final. O no. Te falta el aire y necesitas agua. Coge asiento, mira la pizarra, estira la mano y pide una botella a algún compañero. Se te nubla la vista a veces, la mente se te queda en el blanco. El olor del rotulador te llega a las fosas nasales y te marea. Gritos, bombos, trompetas y toda clase de griteríos a tu espalda. Cuelga una pancarta. No recuerdas ni lo que pone, no recuerdas ni quien hay en pista. El entrenador grita. Necesitáis concentración, necesitáis morir en la última acción, necesitáis ganar. Te acuerdas: "coño, tengo sed". La botella está en tu mano "¿Desde cuándo está ahí?". La miras mientras inspiras, expiras, inspiras, expiras, inspiras... Acompasa tu respiración al ritmo correcto. Mira la pizarra, presta atención a las indicaciones. ¿Dónde estás? Hay un doble bloqueo con continuación y luego una especie de pick'n'roll. ¿Quién coño los juega? ¿Eres tú? Busca tu inicial en el campo de plástico. A ver, a ver... Míralo, ahí está. Eres el que pone el balón en juego. El compañero de al lado te rodea con el brazo, otro te da un golpe o una caricia en la cabeza. Bebe agua, estruja la botella con fuerza, coge el tapón, ciérrala y lánzala detrás del banquillo. El entrenador vuelve a gritar, "estad atentos, intensidad, hay que morir". Ya lo sabes, no hace falta que te lo digan, tú siempre vas a morir, juegas duro, vas sin miedo y lo peleas todo. Otra bocina suena. Han pasado muchas cosas, se ha hablado mucho y tu cabeza ha ido dando tumbos. Vuelve el griterío en las gradas, el bullicio, los ánimos, los insultos y los cánticos. El árbitro se acerca con el balón y te lo va a dar en cualquier momento. Recuerda, estar concentrado, tienes cinco segundos para revivir el balón, de poner en marcha el tiempo. Y después de eso, diecisiete segundos que se pueden hacer eternos, que pueden hacerse muy cortos. Diecisiete segundos para determinar algo tan simple y tan importante (a la vez) como quien va a salir ganador y quien no. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Puentes y escaleras

  Y vivir siendo esclavo de tu sonrisa que perdura en las mareas del tiempo eterno, aburrimiento, esperar en las escaleras del metro viendo a infelices y a abuelas con bolsas del Mercadona, respirar el aire sucio de las ciudades, observar llantos y caras de amargura, salir, vivir, follar, lamentarse de las oportunidades perdidas, sentir el viento en la cara mientras conduces un ciclomotor por un camino de arena y piedras, cruzarse con personas odiosas, conocer a gente maravillosa, marcar el territorio por la calle poniendo cara de mala uva, reír y contagiar esos ataques de risa, apartarte del camino, descansar sobre la tumba de un ser querido, rememorar, creer en perder la fe, teñirse el pelo de rosa chicle, pintar la luna de gris claro, iluminar el rostro de un felino vagando entre bolsas de basura y residuos de esperanza, ilusionarse, amarse, vengarse, morir como amantes a toda velocidad, meterse en la vida de alguien ajeno, desconocer lo conocido, viajar por la vía aorta, ver la salida del sol y la de la luna, apretujarse en el asiento trasero de un coche, hacerse mayor, jugar con las emociones, mirar el horizonte y alargar el brazo para cogerlo, besar a tu mayor enemigo, abrazar al regalo más preciado que jamás te hayan dado, andar en cursiva, en negrita y subrayado, ponerle banda sonora y un título a tu vida, leer sentimientos escritos en el viento, reflejarse en uno mismo, ser el destino, tratar de convertirlo, llegar tarde, olvidar  recordar que hay que olvidar lo que sucedió en la última cena, volar sin alas y sin rumbo, viajar al más allá con billete de vuelta, ir al paraíso, tirar a canasta, compartir tus metas y tus sueños, divertirse, saber que si no se gana no es divertido (claro), obviar las cuestiones más rebuscadas, explicar porque nunca se dan las explicaciones, esforzarse para ser mejor, renunciar a la derrota, desaprender a perder, deshacer las huellas de tu camino, borrar tu futuro, vivir en el pasado, pasar, pesar, pisar con fuerza, sentirse vivo es la prueba que te motiva a seguir estando vivo, imaginar que podrías haber llegado a ser, quedarse en el camino, recordar lo grande que eres, lo pequeño que es el mundo, acechar a las sombras y asustar a las pesadillas, ilusionarse con nada, enamorarse, escucharse, aprenderse y sentirse, enseñar de lo alto que puedes saltar, taladrar el mundo con tus ideas, compartir conocimientos, poner fecha de caducidad a una relación abierta, dar marcha atrás para chocar con el que venga, partir al lejano oeste, valorar los momentos que valen la pena, valorar las personas, valorar las experiencias, ahogar las alegrías en un vaso de leche, dormirse en el regazo de una madre, acariciar el paisaje, regalar el odio y liberarse de los miedos, leer las manos, reescribir el presente, bajar del cielo y subir a un tercero. 



martes, 1 de abril de 2014

Día dos de abril

  A Mireia

  Siento miedo y vértigo siempre que decido ponerme a escribir. Me gustaría que no fuese así, pero es. Lo es porque no sé que va a salir de estas líneas. Desconozco el resultado del conjunto de palabras que escribo ahora mismo, no tengo ni idea de como va a quedar, si va a gustar, si no va a ser un tema repetitivo, si va a ser mejor que el anterior... Me da vértigo el que un día pierda las ganas de escribir, o peor aún, que escriba algo tan bueno que ni yo mismo sea capaz de superar. No quiero nunca tocar techo si ello implica que no voy a ser capaz de romperlo. Por otro lado, me da miedo que escriba algo ridículo, penoso y que no esté a la altura. Pánico absoluto a transmitir algo que no quiero o dar a entender cosas que ni yo mismo sería capaz de explicar. Navego entre mis dudas cuando cojo un papel y me pongo a hacer una de las cosas que más me gustan. Reconozco que le he dado vueltas al coco pensando en porque me siento así. Ojalá pudiese mirar hacia atrás y ver las huellas que he ido dejando para retroceder y no elegir la misma senda que me lleva hasta este punto. Pero no se puede volver al pasado. 

  Hay ocasiones en las que me bloqueo y no sé muy bien sobre que escribir. Esta es una de ellas. Es quizás la novena o décima vez que intento empezar este texto. O más bien dicho, la novena o décima vez que trato de llevar este montón de letras a un final feliz. Lo he intentado en un café, en la biblioteca, en mi casa, al aire libre... No resulta nada sencillo. Quizás ha sido una semana entera tratando de encajar palabras, formulando frases, componiendo versos para que salga un buen escrito. Siete días navegando entre el miedo y el vértigo que me produce el papel y el bolígrafo, sin poder dar pasos atrás y tratando de entender los motivos por los cuales sigo pasando por tales situaciones. Es entonces cuando giro la cabeza y me quedo mirando la senda que he ido trazando y de como tus huellas van apareciendo, cada vez más hondas hasta hundirlas en mi piel. Y sin querer, me sacas una sonrisa porque sé que tú estás conmigo, y si estás conmigo nada de lo haga puede salirme mal. 

jueves, 27 de febrero de 2014

Carta desde Varsovia

  En el hipotético caso de que la vida me arrastrase por el mundo y tuviese que trazar una nueva senda para rehacerla, esperaría sentado a que mis pasos fuesen en la dirección que yo deseo y donde el corazón me lleve. Me ayudaría el viento y mi mirada marcaría, una vez más, las frías y vacías calles de Varsovia. Me sentí pleno andando entre sus casas, tiendas y sus gentes, carentes de felicidad y, aún así, sonriendo como si nada hubiese pasado. 

  Es evidente que Polonia no es un país más. No solamente por su historia más reciente (cosa que tienen todos los países) si no por lo que tiene dentro de ella y que solamente guarda para aquellos que buscan algo más que pura diversión. La tristeza de Varsovia que emana por cada una de sus piedras solamente es comparable a su belleza. No es complicado explicar como Chopin fue capaz de componer todos esos magníficos nocturnos siempre en su amada patria. Lo verdaderamente complicado sería como no hacerlo tras haber pisado suelo polaco. Cada rincón de la capital susurraba versos desesperados y exhalaba el último aliento del hombre. Camina la gente por sus calles principales en busca de refugio y de calor humano para tratar de evadirse de su propia realidad. Varsovia es el niño pequeño que aún trata de salir a descubrir el mundo exterior, que aún está intentando ponerse a la altura de sus semejantes sin perder sus verdaderos valores. 

  Nostalgia apresada en un nombre y vestida con vestidos de satén, Varsovia es una ciudad que debería vivir siempre de noche, siempre en invierno, siempre alineada al resto del mundo pero sola y desamparada. El escenario moldeado a su gusto. Tendría (como no), sus vías de escape en forma de cadenas alimenticias (o eso dicen) americanas, pero no valdrían tanto la pena como sus tradiciones. Si hay algo que siempre será de Polonia es ella misma. Por ella pasaron miles de millones de ideas y sensaciones pero nunca cambió. Se mantuvo fiel al niño pequeño que siempre tuvo claro que quería ser de mayor. Varsovia merece cada uno de los sentimientos tristes y penosos que alberga en su interior, así como la imagen de melancolía y el frío y el vacío que la acurrucan cada noche antes de escapar de su mundo. De cualquier otra forma, Varsovia dejaría de ser dura, de ser cruel y de ser ella misma. En definitiva, dejaría de ser especial para volverse vulgar.


Fotografía propia, Tumba del soldado desconocido.


viernes, 3 de enero de 2014

Si ella se va

Borra cualquier buen recuerdo que tengas sobre ella. Huye de las fotos en las que aparezcáis juntos y enamorados. Tira a la basura cualquiera de sus regalos, quema toda la poesía que creaste a su lado, no vuelvas a pisar el café que frecuentabais y quiebra la fe que tenías en ella. No te creas ninguna de sus palabras, ni su despedida ni su perdón. Excusas y mentiras para no hacerte daño, para que oigas algo bonito por última vez. Pero ella no sabe que el daño ya está hecho. No rebusques en tus recuerdos un pasado y no te quieras convencer de que no te va a olvidar. En cuanto esté en la cama de otro lo hará, y le contará las mismas mentiras que te contó a ti. No te muestres agradecido. No quieras entenderla, haz que se lamente de cada uno de los días que compartió contigo, que llore sin parar y que arda por dentro. Que la conciencia le explote cuando esté contigo. Dile la verdad, sin esconder nada, antes de que desaparezca en el horizonte. No mires vuestras posesiones porque no teníais nada. Déjala morir en brazos de otro que pretenda amarla. Olvídala, abandónala perdida fuera de tu mundo. Cierra las puertas y no vuelvas a pensar en ella. Que se vaya con tu odio, dure lo que dure.


(Inspirado en Instrucciones para salvar el Odio de Ismael Serrano).