Si la grandeza no invade el cuerpo del escritor cuando
coge la pluma y decide hacer lo único que sabe con absoluta certeza, nunca lo
hará. En ese papel en blanco deja algo más que palabras y allí, al fondo del
armario, amontonado y escondido tras las ropas de invierno encuentras todo lo
que significa agarrar un bolígrafo y llenar de historias un cuaderno a cuadros
de tapa dura. Tachones, colores, frases, palabras, ideas incompletas, versos
escondidos… Estados de ánimo. Ahí está al desnudo más bello posible para
alguien que jamás volverá a hacerlo, la magia de leer entre líneas y esperar
encontrar lo que nunca se perdió. Escondido en mentes, absurdas realidades se
solapan con ficciones reales… Ahí anda el humano sin ropas ni maquillajes,
navegando a la deriva en un periplo sin fin, yendo de un lado a otro recordando
relatos cortos de Márquez y breves versos de Neruda que siguen flotando en las
solapas de libros viejos y de páginas amarillas. Quisiera ser el escritor un
ser más sociable, más persona pero ¿cómo serlo tras leer a Bukowski? Se antoja
un antojo de embarazada la posibilidad de ser algo más que un ser físico. La
piel recubre las entrañas mientras las emociones corren en la intemperie
buscando un refugio de metal. Cuando el sin sentido cobra sentido entiende el
hombre que todo es un sin sentido. La lógica imperante se desvanece, las
rígidas leyes empleadas anteriormente se quiebran y los mismos escritores se
marchitan con agua de mayo si la inspiración no les visita. Que no es una
manera de decirlo simplemente, es el arte de decirlo con palabras precisas y
sin dar rodeos (o dando muchos) para terminar no diciendo nada. Tantos
pensamientos que mueren al cerrar los ojos, preocupaciones que no se marchan y
poetas que se pudren bajo tierra tras escribir los cantos más bellos del mundo.
Ahí, en el mismo sitio se encuentran Dumas, Verne, Lorca y Bécquer. Sin
posibilidad de volver a verlos atareados con una sonrisa y disfrutando de
aquello que les hizo grandes. Y sin quererlo, el escritor, fuera quien fuera, está
realizando lo mismo que ellos una vez hicieron, entrando en la misma categoría
que las figuras inmortales repletas de gusanos. Luces y sombras sueñan con
sonidos y ruidos venidos desde lejanos países, el nexo de unión de todos los
amantes de la literatura. Cuestión de gustos y de placeres, es el escritor una
marioneta de su propio yo, aquel que le impulsa a sentir el hedonismo más puro,
ya sea con papel o pantalla, con lápiz, teclado o delante de un micrófono. Es
un intento del hombre en conocerse un poco más, de seguir indagando por la
consciencia de uno mismo, de seguir sorprendiéndose de sus gustos y sus
aficiones, descubriendo esos pequeños detalles que acaban marcando la
diferencia entre lo bueno y lo mejor. Quizás no se necesite más que tiempo y el
paisaje adecuado… Montones de libros sin leer, un ordenador y el silencio
inexistente, pensamientos que abordan la mente cual barco pirata y corsarios
vestidos de letras que entran hasta el fondo de tu persona para obligarte a
pensar. Asalto de temores y dudas, difíciles de explicar y fáciles de esconder,
gente resolviendo problemas por si solas, personas que no tienen solución a sus
problemas… Mira el escritor tan bello paisaje con tan horrendos elementos que
lo forman, pues del caos más absoluto nace la belleza más pura aunque todo
depende de los ojos que la miren. Posiblemente tenga el hombre una actitud
predecible a los hechos, muchos dictados por los cánones culturales impuestos
desde hace siglos y siglos, dejando muy claro quien forma nuestro yo: todo es
yo. Aquel muchacho del tren, la chica de clase con la que no dirige palabra o la
mujer de sonrisa agradable que vende medicamentos. No darle vueltas al asunto
podría ser una posible solución o vía de escape… Pero ¿para qué? ¿Es acaso el
hombre una persona más alegre o está más contento sabiendo quién es y hacia
dónde se dirige? ¿No es acaso la incertidumbre parte del trato con la vida? Lo
que hay en la vida es lo que pertenece a cualquier ser humano, ni más ni menos,
aquello que comparte y experimenta. No sabe el escritor (ni bueno ni malo)
definirlo de ninguna manera. Igual que nadie puede dar una explicación factible
sobre las emociones y los sentimientos. Más bien, nadie puede decir cuando se
llega a ese punto porque nadie puede saber que mierdas es lo que estamos
experimentando en dichos momentos. ¿Cómo sabe un compañero que su mejor amigo
está enamorado? ¿Cómo reconoce este al amor? Si alguien formulase preguntas así
en voz alta le tacharían de loco quizás, de pesimista o de filósofo. Pensar no
está de moda, reflexionar mucho menos. Pero ahí está, todo ese mundo que rodea
al escritor, de banales acciones y palabras, de seres que odian mojarse y van a
la playa, personas que critican la MTV mientras bailan sus canciones en una
discoteca de mala muerte. Y si se toma el escritor un respiro verá que su faena
va mucho más allá: es el escritor además de artista un inventor de mundos, un
filólogo de emociones, un Rodin de carne, una mera estación en el oasis más
absoluto, capaz de hacer soñar a una cantidad ingente de personajes mientras
disfruta de la vida. ¿Y qué más puede hacer? Informar, expresar, sensibilizar,
ayudar… En la palabra erradica la fuerza del escritor pues en ella están las
almas de antiguos trovadores medievales, las de don Quijote y Sancho Panza
recorriendo una tierra creada por Tolkien y narrada por Dostoievski. Ahí está
la clave de la vida del escritor, retroalimentándose de sus propias obras y de
las ajenas, descubriendo estilos y moralejas escondidas. Lo que el escritor no
sabe es cuánta fuerza tiene la palabra que emplea. Lo único que sabe es que una
imagen no vale más que mil palabras y que estas siempre ganan en las guerras.