lunes, 28 de enero de 2013

La chica del tren

  Esta es la historia de una chica que se quedó dormida en un vagón frío de un tren que unía la pequeña población de Canet de Mar con la ciudad de Barcelona. La chica vestía una camiseta verde oliva y unos pantalones negros que no conjuntaban en absoluto. Traía consigo un bolso grande pero no llevaba más carga. A pesar de estar en pleno diciembre no iba nada abrigada. Para colmo de todos los males, la calefacción se había estropeado y hacía mucho más frío dentro del transporte que la iba a llevar hasta la capital catalana que en el exterior. La chica se tumbó en tres asientos y cerró los ojos cuando el Sol empezaba a descender y el cielo a tornarse de un color naranja como el que aparece en El Grito de Munch.
  
  El tren arrancó y la chica se durmió. Soñaba. El qué no lo supimos nunca y no lo sabremos. Tampoco queremos hacerlo. El recorrido duró algo más de una hora en la cual la voz femenina del altavoz retumbaba en el vagón anunciando las estaciones que iban pasando; las puertas se abrían y cerraban con su particular sonido de alarma y un paisaje marítimo repetitivo se sucedía constantemente. Nada de eso alteró a nuestra chica. Tampoco lo hizo el joven de gabardina negra que se quitó los guantes y viendo a nuestra chica tiritar, se los puso a ella. En la siguiente parada aquel joven se apeó y subió una mujer con sus dos hijas que se sentaron enfrente y fue quizás ese sentimiento de protección maternal la que la llevó a quitarse su abrigo y a colocárselo por encima para taparla un poco. Más tarde entraron un grupo de chicas maquilladas, con los senos firmes y marcados y bolsos pequeños. La miraron como si fuera un bicho raro, se apartaron y rieron por lo bajo a la vez que un señor mayor recogía el bolso que se había ido deslizando por las sillas y había terminado en el suelo. Dos chicos subieron cuando ya se acercaban a su destino, la miraron, comentaron la posición y se alejaron de allí, como si estuviesen evitando problemas. Un hombre de unos cuarentas años se puso a tocar con el radiocasette sonando de fondo mientras cantaba letras de Víctor Jara a la vez que una estudiante encendía su iPod para que sonasen los primeros acordes de un melancólico Miles Davis. Una pareja joven y feliz entraba sonriendo y cogidos del brazo, y pudo ser que fruto de la alegría la novia le quitó el gorro al novio y se lo puso a la chica que seguía quieta. 

  Pasados unos minutos, llegaron a la estación de Barcelona - Sants que era su destino real, aunque nuestra chica siguió recostada, durmiendo, abandonada. Y del silencio nació la melodía que la iba a acompañar el resto del trayecto. No subiría nadie más, no pasarían más revisores ni se abrirían más puertas. Serían ella, su mentira, su sueño y Nirvana.

Foto de Beatriz Merino.