sábado, 25 de agosto de 2012

Confesión a la vieja usanza [II]: percepciones, cambios y puntos de vista

  Basándome en experiencias personales puedo afirmar que las cosas jamás vienen solas si no que traen consigo una consecuencia que puede ser más o menos relevante según la fuerza del choque que se produce entre ese simple suceso con la vida de una persona. Hay ocasiones en las cuales la colisión se traduce en un cambio de conducta, forma de pensar o personalidad. Las hay, por otro lado, que alteran parte de nuestra de concepción de nuestro mundo y nos hace replantearnos una serie de detalles ínfimos de los que jamás nos habíamos dado cuenta.
  
  Cuando hablamos de hechos englobamos una amplia gama de sucesos, buenos o malos, como un accidente de tráfico, conocer a alguien, mantener una conversación densa a las dos de la madrugada, leer un libro de un autor desconocido o descubrir un viejo álbum de fotos, que hacen a uno detenerse en el tiempo, respirar y mirar como cambia el mundo que hemos ido dibujando con nuestros ojos, incluso  el que se ve a través de una puerta normal y corriente.

  Cuesta, aún así, imaginar y definir el motivo por el cual nuestra realidad se ve trastornada por algo, en ocasiones, ajeno a nosotros. Complicado es situar el momento exacto en una línea cronológica ya que muchas veces no nos damos cuenta de los cambios que se van sucediendo hasta que se completan, es decir, mientras nuestro alrededor se ve sumido en un proceso de alteración nosotros seguimos dando vueltas alrededor de nuestra rutina como un tiovivo que gira a gran velocidad que solamente detiene su movimiento cuando el cambio queda totalmente completado, entonces es cuando un mero hecho, palabra, acción, presencia física cobra su real y justa importancia a nuestros ojos.

  Con todo ello, no estoy diciendo que no se pueda cambiar el mundo de uno mismo. Un sujeto puede llegar a un punto, por el motivo que sea, donde decida por si mismo tomar un rumbo distinto al que llevamos, ya sea un giro completo o un ligero desvío y alterar su mundo. Tal vez, en algunos casos, estas decisiones no solamente afectan al mundo del sujeto en cuestión sino que puede tener efectos colaterales y saltar a otros planetas que giran en una especie de sistema solar común. El problema reside especialmente en que numerosas veces, al no ser plenamente conscientes de los cambios de nuestro mundo y confundimos aspectos, así, incapaces de asimilar esta alteración tendemos a crear malentendidos entre un mundo y otro puesto que con cada cambio se necesita un proceso de readaptación entre los mundos afectados, pero mientras esto ocurre se pueden dar diferentes casos de culpabilidad dado que somos incapaces de entender todo el movimiento que ocurre.  Sobra decir que esto último se traduce en posibles errores que pueden ir en tantas direcciones haya como mundo e individuos se vean afectados por el hecho en cuestión, pues estamos tratando un vínculo recíproco que puede llegar a condicionar parte de nosotros.

  Hay que decir también que no todos los hechos pasan en un intervalo regular y periódico en el tiempo, no hay ninguna ley que dicte su uniformidad, por lo tanto podemos vivir experiencias cortas pero con un fuerte impacto, como si un gran meteorito chocara contra la Tierra dejando un cráter, o, por otro lado, puede ser que experimentemos un acto largo y pesado, como el final de un partido ajustado de baloncesto, y que termina siendo un detalle irrelevante.

  Pero esto... ¿Para qué es exactamente? Es simple y llanamente una visión que tengo acerca del mundo, del común y del de uno propio, así como las precisiones y puntos de vista que puede tener cada persona. Es un intento de explicar que cada pequeña acción, por insignificante que parezca puede tener una gran importancia en algún otro lugar y sin que seamos conscientes de que lo sucedido ha sido, en parte o por completo, culpa nuestra. Además, es importante para mi explicar todo este embrollo para que el lector entienda lo que supuso para mí conocer a Querida Diana, aunque eso es una historia muy larga y mejor la dejamos para otro día.                        

miércoles, 15 de agosto de 2012

Confesión a la vieja usanza [I]: la relación carnal de la realidad y el tiempo

  Si alguien me preguntara o me dijera que explicara mi rutina de verano todo se reduciría a la simplicidad de una tarea tediosa, pues me paso la mayor parte de mi tiempo sentado dentro de un pequeño cobertizo, leyendo y mirando el mundo que se abre ante mi desde una puerta normal, ni grande ni pequeña, ni alta ni estrecha, una puerta donde puedo ver una realidad parcial que sigue su curso a la diferentes velocidades según la hora, el tiempo y mi punto de vista. 

  No obstante, es curioso ser consciente de lo que te rodea con tanto detallismo. La primera vez que miré por esa pequeña obertura observé como todo tipo de vehículos iba pasando por la rotonda, como iban creando atascos y obligaba a la gente que habitaba dentro de estos a fijarse en el ambiente que les rodeaba. Más adelante, con el ejercicio rutinario de mirar a través de la puerta, me fijé en donde se posaban las miradas de dichas gentes. algunos miraban más allá, tal vez al parque, al teatro o al hotel que tenía detrás de mi, otros miraban a la caseta, otros tantos se fijaban en el cartel electrónico que me tapaba parte del cielo y de la acera de enfrente, un cartel luminoso tan grande como inútil. Supongo que, sin saberlo o siendo consciente, con más de uno crucé miradas sin saber muy bien que pensar. Con el paso de los días, miré más atentamente a esas pequeñas cosas que marcan las diferencias. Cuando el aburrimiento ataca, es fácil sucumbir a este tipo de tonterías. Básicamente, así es como me di cuenta de que el mundo podía vivirse dentro de un mismo punto de vista de muchas maneras, de cómo dentro del mismo contexto distintos entes vivían diferentes realidades. Vi que había un número importante de mujeres en la silla del copiloto, y muchas de estas, van con los pies a la altura y en paralelo al volante mientras que otro gran número lucía grandes gafas de sol. No sé en que momento decidí en mirar más allá de la carretera y no sé cuando descubrí a ese árbol frágil, pequeño y escuálido que tenía a dos pasos de mi puerta, igual que tampoco recuerdo el día en que miré a la acera del otro lado y descubrí a personas que iban y venían sin parar. Así, durante ocho largas horas, la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde. Así es como dedico mi tiempo a matar las horas, a la vez que las manecillas del reloj ejercen su función a la perfección y con total precisión.

  Tal vez, alguien ajeno a esta realidad no sabe bien de que hablo ni a que me refiero. Simplemente se trata de mirar a través de una rendija y pararse a reflexionar sobre aquello que rodea a cada individuo. Para hacerme entender de una manera más sencilla: es como ir al cine a ver una película. Estás sentado, delante de una acción que transcurre y de la cual tú no formas parte. La única diferencia entre el ejemplo y lo que trato de explicar es que esta acción pasa realmente cerca y es totalmente real a mis ojos. Y posiblemente, tú o cualquiera otra persona jamás se ha parado a pensar en ella, puesto que no es una verdad que existe en una realidad. 

  Buen final de verano.