lunes, 24 de diciembre de 2012

Liberación


  -¿Dónde irás pequeña mía, si nadie más que yo te va a proteger de los lobos que acechan tu sombra, del frío con el que amenaza el viento del norte, del invierno que congelará tus huellas en el barro, de la nieve que caerá para cubrir tu alma y tus palabras de blanco?

  -Me iré lejos de ti, para que los lobos acaben de devorar mi sombra, para sentir en mi piel y en mis huesos el frío viento del norte, para que mis huellas sean lo único que queden sepultadas por la nieve y nunca más puedas seguirme.
Cuadro de Giuseppe de Nittis, Effeto di Neve.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Una mirada a una plaza de Girona

   Sentado en las escaleras que dan acceso a la Catedral de Girona, con una mochila a la espalda y una botella medio llena o medio vacía según la perspectiva, miro los rostros de la gente que pasa por la calle enlosada con grandes piedras. Me fijo en cada una de las personas que van pasando a la vez que me pongo a pensar en la cantidad de gente que me debo haber cruzado a lo largo de mi vida. Debían ser como un millón aunque tenía la sensación constante de que en ocasiones me parecía un número elevado mientras que a otros momentos se me quedaba exiguo. Lo que era imposible que yo supiera era la cantidad de caras que habían desaparecido del mundo real, cuántas se habían vuelto a cruzar conmigo y de como habían cambiado éstas. Pensé en que tal vez, alguna de las personas que pasaban ahora ante mí habían coincidido conmigo en otro tiempo y espacio. Ahora pasan todo tipo de personas: trabajadores, madres, ancianos y niños corriendo, alguna moto de correo, parejas de jóvenes enamorados o grupos de estudiantes dibujando el paisaje. No me puedo imaginar la cantidad de gente interesante que habita el mundo, la de amores perdidos que se marchan sin conocerlos y las amistades que no existieron. Reflexiono sobre el contexto en el cuál estoy, en la realidad en que me muevo y en todas esas personas que acabo transformando en gente. 
  Me levanto en el momento justo en que el Sol se asoma entre las densas nubes del atardecer y me acaba cegando, y a su misma vez, oigo el repicar de las campanas, el ruido de una caja de botellas de vidrio cayendo con estrépito al suelo y el estruendo de mil pájaros levantando el vuelo desde alguna fachada cercana. Vuelvo a sentarme con calma. Y sentado en las escaleras que dan acceso a la Catedral de Girona, con una mochila a la espalda y una botella medio llena o medio vacía según la perspectiva [que es lo único que importa], escucho el ambiente que me rodea...




Foto de Mar Gironell Pol.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Por un cigarro de Irene


Irene estaba acurrucada en una manta, en el otro extremo del sofá con una taza de café caliente en las manos y con los ojos clavados en el televisor apagado, iluminada únicamente por la luz de una vela que había sobrado del último apagón. Hacía veinte minutos que había llegado, y hacía casi una hora que el temporal había dejado sin electricidad a todo el vecindario. Corría el 18 de noviembre y el frío era ya considerable. Miré en dirección a Irene, aunque apenas conseguía vislumbrar su figura entre las capas de oscuridad y manta que la hacían casi desaparecer. Apenas se había movido desde que llegó, tres minutos antes de que tocaran las nueve, así que yo intuía que ella seguía en el mismo sitio donde la vi con nitidez la última vez.
Llegó empapada y visiblemente fatigada. Su gabardina azul marino se había tornado en negra, las botas estaban llenas de agua, las medias mojadas y el pelo le caía hasta sus oscuros ojos. Llevaba la capucha puesta aunque no le sirvió de mucho: el cigarro que sujetaba con la mano izquierda había quedado totalmente inservible y las gotas de la lluvia aún recorrían sus mejillas. La tuve que iluminar con la vela poco a poco para adivinar quien era y de donde venía. Parecía que el diluvio la había pillado en medio de la calle y no había tenido tiempo para refugiarse.
Noté que se movía y eso me hizo volver al mundo real. Vi como alargaba su brazo para dejar la taza supuestamente vacía encima de la mesa, luego se acomodó en el sitio y se encogió dentro de la manta que e había prestado. Al lado de vela seguía el Ecce Homo y el cigarro mojado que había traído con ella. No cruzamos demasiadas palabras y tampoco había nada que decir. Estiró las piernas y llegó a tocarme con la punta de los dedos y luego volvió a meterse en su refugio de tela. Ni siquiera se disculpó, y si lo hizo no pude verlo porque ambos estábamos en una oscuridad que limitaba nuestro campo de visión.
Recordé que tras mirarla de arriba abajo la invité a entrar. Se metió en mi habitación y esperó a que volviera. Cogí una toalla que tenía en un armario del lavabo para que se secase y le facilité un pijama para que pudiera cambiarse. Se quitó la ropa mientras yo esperaba fuera de la estancia a oscuras. Pasados cinco minutos salió envuelta en la manta, tiritando y dándome la vela que iluminaba la escena. Cogí la luz que me ofrecía y me encaminé hacia la cocina. Allí abrí el gas, coloqué la cafetera y preparé un café para que Irene entrara en calor. En ese lapso de tiempo ella no dejó de tiritar. Seguía con el pelo mojado y parecía que se había encogido, tal vez porque el pijama le venía enorme [y yo me la imaginaba así] o porque nunca me había dado cuenta de lo pequeña que era en términos físicos.


Tocaron las nueve y media. Desde que nos sentamos en el sofá no habíamos hecho ademán de levantarnos. Nos habíamos movido levemente para activarnos o para coger algo, pero nunca habíamos tenido intenciones reales de abandonar nuestro asiento. La vela se consumió y la luz desapareció de la estancia. Irene alargó el brazo y alcanzó lo que luego vería como un punto naranja en una pared negra: su paquete de tabaco que debía guardar en el bolso. Noté como el humo entraba en mis fosas nasales y recordé aquel cigarro mojado e inservible con el que ella se había presentado en mi casa. Un relámpago nos iluminó una fracción de segundo y solo en ese momento vi a Irene en su totalidad. Estiré la mano y le cogí el cigarro de la boca. No sé que pensó pero yo, que había dejado de fumar hacía cinco años me  lo metí entre los labios y le di una calada.

Foto de autor desconocido

lunes, 12 de noviembre de 2012

Vida

  Vida que me da todo lo que tengo y me quita lo que más falta me hace, la que me embriaga con su perfume y el tacto de su piel, la misma que me hizo sonreír años atrás y ahora me hace llorar entre sábanas y almohadas de baja calidad.
  Vida, la que me hizo pasar tan buenos momentos, la que me permitió conocer a viajeros y transeúntes cruzando un paso de peatones, la que guarda sus emociones y sentimientos en un neceser, la que dibuja todos los pensamientos en la epidermis de cada ser que acaba infiltrándose en mi mundo.
  Vida, la que hace que rompa la cara por un balón naranja, la que me hace palpitar, la que acelera mi corazón antes de cada encuentro, la que me hace sentir cada línea del terreno como un abismo, la que me dejó noches en vela de puro nervio.
  Vida de la que me enamoré en cuánto la vi, la misma que llevaba esa falda a cuadros y la caja de un violín, la que me miró con cara seria y ojos negros, la que selló el pacto de sangre con un largo beso inesperado, aquella que me crucé en un tren camino a Badalona con la misma falda y la misma funda de violín, la que me hace dudar de mí mismo y me da confianza cuando me coge de la mano, la que se pierde entre las notas volátiles de un pentagrama.
  Vida, o dos, una para cada habitación, que se enfadan como niños entre ellos, la que me hacen sentir orgulloso de donde provengo y de quien soy, los que siempre estarán allí aunque yo les falle constantemente, los que me soportan siendo mi principal soporte, los que ayudan sin saberlo y no reclaman una mano cuando la necesitan.
  Vida que se me fue, lejos, a un lugar imaginario, una prueba de fe, a un estrella ardiendo, vigilando y cuidando en todo momento de todo aquello que dejó, el recuerdo grabado a fuego en la retina, todo lo que tenía, mi trastorno de amor y cariño que desapareció sin que hubiese aprendido a valorarlo.
  Vida, la de una espalda y unas piernas que por sí solas sustentan una familia, la de horas gastadas y perdidas por una vida digna, cafés y comidas, decepciones constantes y un apellido honorable, la que me hizo ser buena persona por delante de todo lo demás, que te obliga y te castiga, la que te ama como ninguna mujer va a amarte nunca.
  Vida, unida a una pista de color verde basura, con bancos y consolas, con risas y críticas, compañera de los mejores momentos y de tantas opiniones vertidas, la que te agarra si te caes en un lodazal profundo, la que te rompió la cara y la misma que te dio los valores para seguir creciendo, aquella que te obliga a superarte, la que te ayuda a crecer y a respetar, a no tener miedo de nada.
  Vida, metida en un bolsillo, perdida con la felicidad que nunca llega, la que te llena y te vacía, que la sientes en carne viva mientras se desvanece, la que se pierde a cada paso, la que se pregunta todo para responder a la nada, la misma que te ahoga y te emborracha, aquella que puede ser tu fiel compañera o tu homicida más cruel.
  Vida, la que gasto, la que veo ante mis ojos, la que se me escapa entre los dedos de mis manos, la que muere asesinada por unas agujas y unos números, la que avanza a cada replique de campana de una enorme catedral, la misma que canta y compone odas de tristeza.
  Vida, al norte y al sur, allí donde la gente es desconocida y apenas puedes reconocerles, donde no sabes quien existe y quien no, la del mundo paralelo, la que vive en otra dimensión, la que siempre vas a echar de menos aun sin saber los motivos.
  Vida, la que me hace sufrir a cada palabra que escribo, a la cual agradezco todo lo que he conseguido, la que me hace sentir bien conmigo mismo cada final de texto que recito, la que entra por mis orejas por un auricular, la visión fantástica que me otorga, la que me da el sabor dulce y amargo, la del regusto y sensaciones tristes, la de olores y voces inconfundibles.
  Vida, la que me hace imaginar en la posibilidad de un mundo mejor, la que me hace suspirar por una persona mejor, la que me hace hablar y pensar, la misma que me hace callar cuando debo, la de los errores y aciertos, la de bondad absoluta.
  Vida, una y única, indivisible donde vaya, incomparable a todas las otras cosas, lo más grande que hay, lo que menos se valora en esta tierra, donde el tiempo fluye inalterable, esencial para las casualidades y las coincidencias.
  Vida, a la que amo, a la que odio, por la que no siento nada, por todo el tedio regalado y por todos los instantes vivos o muertos.
  Vida, para lo bueno y para lo malo, eres vida.
  Vida.


Foto de Elías El Jaiedi Acharki.


domingo, 4 de noviembre de 2012

Ser lo que nunca quisiste ser

  Siempre estás igual. Sentada, quieta, sin que nadie pueda acercarse a ti. Un muro invisible que separa nuestros cuerpos como si fueras de otro planeta, como si vagarás eternamente por el espacio más oscuro, acompañada del flash de una cámara de fotos y una sonata de Beethoven, con esa mirada que despoja todo ser de su propio yo interior, desnudando a cualquiera que ose plantarte cara, leyendo los sentimientos que queda a flor de piel y los pensamientos que vagan por el limbo de las ideas. Piensas en blanco y a la vez lo ves todo negro, miras al pasado sin arrepentirte de nada y visualizas el futuro entre sonrisas traviesas y voces de silencio. Transmites calma y atormentas con tu presencia, das valor y acobardas pasos al frente, tomas impulso para saltar y llegar más lejos que los demás, perdiéndote en la espesura de la niebla densa que te acompaña allá adonde vas. Vuelas más alto que nadie sin mirar abajo y nunca esperas para llegar tarde. Eres el cúmulo de cosas que se acumula en un trastero desordenado y viejo, eres el amor vacío y las notas perdidas de una partitura quemada por los rayos del Sol. Abandonas a quien más quieres y encuentras lo que habías perdido por el camino. Quiebras promesas y juramentos para ver llorar a los fuertes, enseñas a morir antes de que la vida se escurra entre los dedos de las manos y te alzas imponente por encima de los demás seres vivos del planeta.

  Eres la pequeña criatura que se desliza entre las sábanas, que sale a flote con cada estrella que se vislumbra, la que abre ventanas y rompe barreras inexistentes. Eres el punto de unión de lo normal, lo diferente y lo especial, el centro de todo motor para entender cada cosa que nos rodea. Eres el nexo entre el todo y la nada, donde confluye todas las felicidades juntas, donde nacen y mueren todas las cosas. Y tú, que tanto acoges y tanto abrazas, te quedas vacía, seca y demasiado cansada como para levantarte y caminar, vuelves tu cama, entre mantas y sueños, abrazando a tu almohada y esperando a que el Sol se desperece de nuevo para empezar una vez más con tu bonita rutina.




Foto de Anabel RC


sábado, 25 de agosto de 2012

Confesión a la vieja usanza [II]: percepciones, cambios y puntos de vista

  Basándome en experiencias personales puedo afirmar que las cosas jamás vienen solas si no que traen consigo una consecuencia que puede ser más o menos relevante según la fuerza del choque que se produce entre ese simple suceso con la vida de una persona. Hay ocasiones en las cuales la colisión se traduce en un cambio de conducta, forma de pensar o personalidad. Las hay, por otro lado, que alteran parte de nuestra de concepción de nuestro mundo y nos hace replantearnos una serie de detalles ínfimos de los que jamás nos habíamos dado cuenta.
  
  Cuando hablamos de hechos englobamos una amplia gama de sucesos, buenos o malos, como un accidente de tráfico, conocer a alguien, mantener una conversación densa a las dos de la madrugada, leer un libro de un autor desconocido o descubrir un viejo álbum de fotos, que hacen a uno detenerse en el tiempo, respirar y mirar como cambia el mundo que hemos ido dibujando con nuestros ojos, incluso  el que se ve a través de una puerta normal y corriente.

  Cuesta, aún así, imaginar y definir el motivo por el cual nuestra realidad se ve trastornada por algo, en ocasiones, ajeno a nosotros. Complicado es situar el momento exacto en una línea cronológica ya que muchas veces no nos damos cuenta de los cambios que se van sucediendo hasta que se completan, es decir, mientras nuestro alrededor se ve sumido en un proceso de alteración nosotros seguimos dando vueltas alrededor de nuestra rutina como un tiovivo que gira a gran velocidad que solamente detiene su movimiento cuando el cambio queda totalmente completado, entonces es cuando un mero hecho, palabra, acción, presencia física cobra su real y justa importancia a nuestros ojos.

  Con todo ello, no estoy diciendo que no se pueda cambiar el mundo de uno mismo. Un sujeto puede llegar a un punto, por el motivo que sea, donde decida por si mismo tomar un rumbo distinto al que llevamos, ya sea un giro completo o un ligero desvío y alterar su mundo. Tal vez, en algunos casos, estas decisiones no solamente afectan al mundo del sujeto en cuestión sino que puede tener efectos colaterales y saltar a otros planetas que giran en una especie de sistema solar común. El problema reside especialmente en que numerosas veces, al no ser plenamente conscientes de los cambios de nuestro mundo y confundimos aspectos, así, incapaces de asimilar esta alteración tendemos a crear malentendidos entre un mundo y otro puesto que con cada cambio se necesita un proceso de readaptación entre los mundos afectados, pero mientras esto ocurre se pueden dar diferentes casos de culpabilidad dado que somos incapaces de entender todo el movimiento que ocurre.  Sobra decir que esto último se traduce en posibles errores que pueden ir en tantas direcciones haya como mundo e individuos se vean afectados por el hecho en cuestión, pues estamos tratando un vínculo recíproco que puede llegar a condicionar parte de nosotros.

  Hay que decir también que no todos los hechos pasan en un intervalo regular y periódico en el tiempo, no hay ninguna ley que dicte su uniformidad, por lo tanto podemos vivir experiencias cortas pero con un fuerte impacto, como si un gran meteorito chocara contra la Tierra dejando un cráter, o, por otro lado, puede ser que experimentemos un acto largo y pesado, como el final de un partido ajustado de baloncesto, y que termina siendo un detalle irrelevante.

  Pero esto... ¿Para qué es exactamente? Es simple y llanamente una visión que tengo acerca del mundo, del común y del de uno propio, así como las precisiones y puntos de vista que puede tener cada persona. Es un intento de explicar que cada pequeña acción, por insignificante que parezca puede tener una gran importancia en algún otro lugar y sin que seamos conscientes de que lo sucedido ha sido, en parte o por completo, culpa nuestra. Además, es importante para mi explicar todo este embrollo para que el lector entienda lo que supuso para mí conocer a Querida Diana, aunque eso es una historia muy larga y mejor la dejamos para otro día.                        

miércoles, 15 de agosto de 2012

Confesión a la vieja usanza [I]: la relación carnal de la realidad y el tiempo

  Si alguien me preguntara o me dijera que explicara mi rutina de verano todo se reduciría a la simplicidad de una tarea tediosa, pues me paso la mayor parte de mi tiempo sentado dentro de un pequeño cobertizo, leyendo y mirando el mundo que se abre ante mi desde una puerta normal, ni grande ni pequeña, ni alta ni estrecha, una puerta donde puedo ver una realidad parcial que sigue su curso a la diferentes velocidades según la hora, el tiempo y mi punto de vista. 

  No obstante, es curioso ser consciente de lo que te rodea con tanto detallismo. La primera vez que miré por esa pequeña obertura observé como todo tipo de vehículos iba pasando por la rotonda, como iban creando atascos y obligaba a la gente que habitaba dentro de estos a fijarse en el ambiente que les rodeaba. Más adelante, con el ejercicio rutinario de mirar a través de la puerta, me fijé en donde se posaban las miradas de dichas gentes. algunos miraban más allá, tal vez al parque, al teatro o al hotel que tenía detrás de mi, otros miraban a la caseta, otros tantos se fijaban en el cartel electrónico que me tapaba parte del cielo y de la acera de enfrente, un cartel luminoso tan grande como inútil. Supongo que, sin saberlo o siendo consciente, con más de uno crucé miradas sin saber muy bien que pensar. Con el paso de los días, miré más atentamente a esas pequeñas cosas que marcan las diferencias. Cuando el aburrimiento ataca, es fácil sucumbir a este tipo de tonterías. Básicamente, así es como me di cuenta de que el mundo podía vivirse dentro de un mismo punto de vista de muchas maneras, de cómo dentro del mismo contexto distintos entes vivían diferentes realidades. Vi que había un número importante de mujeres en la silla del copiloto, y muchas de estas, van con los pies a la altura y en paralelo al volante mientras que otro gran número lucía grandes gafas de sol. No sé en que momento decidí en mirar más allá de la carretera y no sé cuando descubrí a ese árbol frágil, pequeño y escuálido que tenía a dos pasos de mi puerta, igual que tampoco recuerdo el día en que miré a la acera del otro lado y descubrí a personas que iban y venían sin parar. Así, durante ocho largas horas, la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde. Así es como dedico mi tiempo a matar las horas, a la vez que las manecillas del reloj ejercen su función a la perfección y con total precisión.

  Tal vez, alguien ajeno a esta realidad no sabe bien de que hablo ni a que me refiero. Simplemente se trata de mirar a través de una rendija y pararse a reflexionar sobre aquello que rodea a cada individuo. Para hacerme entender de una manera más sencilla: es como ir al cine a ver una película. Estás sentado, delante de una acción que transcurre y de la cual tú no formas parte. La única diferencia entre el ejemplo y lo que trato de explicar es que esta acción pasa realmente cerca y es totalmente real a mis ojos. Y posiblemente, tú o cualquiera otra persona jamás se ha parado a pensar en ella, puesto que no es una verdad que existe en una realidad. 

  Buen final de verano.
  

domingo, 8 de julio de 2012

La línea del genio y el loco: Westbrook - Durant

Cuesta imaginar como dos personalidades tan chocantes, tan distintas y tan casi opuestas pueden atarse con el hilo de la genialidad. Es difícil entender como una pareja así se ve destinada al triunfo individual y quien sabe si a la victoria colectiva. Los aficionados al baloncesto igual no se fijan en estas pequeñas cosas, pero cuando dos genios coinciden en una pista, en un mismo equipo, solamente se puede hablar de placer visual, porque uno consigue ver como un simple balón de baloncesto, el color de una camiseta, el nombre de una ciudad o las voces de un público entregado son capaces de unir a dos personajes tan iguales como diferentes. 

Sin duda alguna, uno no consigue establecer otro vínculo entre Kevin Durant y Russell Westbrook. Ninguno que no sea el baloncesto. Durant personifica la calma, el genio tranquilo, el asesino silencioso. El 35 de los Thunders destaca por la facilidad pasmosa de anotar por encima de casi todos sus rivales, con multitud de recursos. Aún así, no salta a la vista. Es regular pero su juego erradica en hacer las cosas demasiado fácil. Inexpresivo, tanto de cara como de cuerpo, Durant es el genio impasible que azota a las defensas rivales cada vez que le flotan, que le dejan un espacio para encarar, pero no encarna la figura resaltona, no busca destacar por encima de los demás puesto que es consciente de que él es superior. Cada vez que salta a la cancha se viste de héroe en la sombra y uno acaba cansado y aburrido de ver como anota una posesión tras otra con suma facilidad. 

En el otro lado del espejo tenemos a Westbrook. El base eléctrico es el otro genio. Un genio que bordea los límites de la locura. Él es el objetivo de todas las críticas. Y parece gustarle. Russell es como el niño de 10 años que levanta siempre la mano para responder a la maestra, él quiere los focos, quiere que se le vea, quiere ser protagonista. El único protagonista. Westbrook reclama lo que es suyo, un trono que le pertenece y por ello siempre que el balón empieza a rodar, le discute el liderazgo a su amigo y compañero de equipo. A veces, uno tiene la rara sensación de que el base de los Thunder exige tanta atención que cuando se la prestan, se pone nervioso. Nada más que una ilusión porque él ejerce, al contrario que Durant, de mano ejecutora visible, un verdugo sin máscara dispuesto a ganar cueste lo que cueste.

¿Cómo iban si no a coincidir en algo Durant y Westbrook? El baloncesto ha unido a estos dos seres. Uno siempre en el entredicho, otro afianzado e indiscutible. Uno con el rostro apático, otro expresivo con todo el cuerpo. El baloncesto unió a estos dos seres bajo la misma bandera, tan distintos como iguales, tan unidos como separados, con los mismos objetivos, tanto individuales como colectivos. Parece como si todo el mundo se hubiese rendido a la superioridad y liderazgo de Durantula. Todo el mundo excepto Westbrook. Y así, el baloncesto [que otro deporte si no], acaba uniendo a un animal de sangre fría y otro de sangre caliente para crear un equipo de sangre tibia.

jueves, 5 de abril de 2012

Caminar en la realidad

  A veces, uno desea que el tiempo se pare de golpe para poder pensar y enfrentarse a todo aquello que le rodea, pero debemos conformarnos con sentarnos en cualquier rincón, mirando el cielo ahora tapado por nubes negras, o contando granos de arena que tirar al mar mientras suena aquel grupo que te enamoró el primer día que lo oíste acompañado del rugir del Mediterráneo. Días como hoy, me hacen pensar en quien soy, en quien realmente me he convertido, en que ha pasado con aquellos sueños de niño de cinco años... Los pensamientos dan vueltas de campana hasta hacernos vomitar con alguna respuesta que nos satisfaga. Es en estas noches de medio soledad estando solo en el comedor y medio acompañado por el ruido de mis hermanos y conversaciones virtuales en las cuales puedo reflexionar sin temor a equivocarme porque entiendo, que el error no es más que un maestro que te enseña a ser cada día mejor. Y aún hay más. Uno entiende que se va haciendo mayor con el tiempo, que pasa, ya sea rápido o lento, y que nadie lo va a poder parar, y dentro de ese lapso, largo para muchos, corto para la eternidad, en los cuales uno debe decidir que quiere hacer, en como usar tan preciado tesoro. Hoy le decía a una amiga, y más que amiga, hermana, que vivo de risas y sonrisas que intento causar a cada una de las personas con las cuales me cruzo en mi día a día. Es mi manera de vivir mi presente, de hacer más llevadera las cargas que soportamos todos. Y en esas estamos, intentando hacer de mi realidad algo bonito mientras dure, devolviendo a la gente que me acompaña todo aquello que me han dado, aprendiendo en cada paso que doy a la vez que enseñando, porque una vez te quedas quieto, te das cuenta de que tienes que seguir en movimiento, para no perder aquello que ganaste, para mejorar como persona cada día y para estar, cada vez más cerca de nuestro objetivo final. Sonreír es gratis, y hacer sonreír a los demás pues... También.

domingo, 25 de marzo de 2012

Pequeña gran superpotencia

  He buscado alguna motivación para seguir escribiendo, para mejorar y dar un salto de calidad, como aquél que dice, e ir un poco más allá. Por algún motivo u otro, nunca he acabado de terminar satisfecho con lo que hago, pero hoy me he propuesto a cambiar esa dinámica. La verdad, siempre que he buscado a la inspiración, nunca he sabido en qué forma encontrarla, la cual cosa, te lleva a la confusión, y de la confusión al olvido, con lo que yo, me olvidé de buscarla directamente. Tantos esfuerzos valen la pena, así que tras buscar la inspiración donde no existe, sin quererlo ni beberlo, me la encontré entre semana, sentada entre la gente, con la mirada de quien sabe que soñar es de ilusos. Así me miró a los ojos, como siempre había hecho, con la medio sonrisa del que sabe que va a defraudar sin intentarlo, del que no va a poder fallar porque no le dieron la opción para hacerlo. Allí estaba, entrando en mi cabeza y enamorandome con cada grito que hacía. ¿Qué decirle a alguien cuando no te quedan palabras? La pregunta rondó mi cabeza, mientras conemplábamos el espectáculo al cual habíamos asistido. Cuesta creer que pueda existir tales puntos de frustración, que un cuerpo pueda albergar tantas ganas, tantas decepciones y tantas esperanzas a la vez, y, que a la vez, los muestre tan pocas veces al público. Uno no puede llegar a pensar lo que le sucede a la inspiración, cuando sin motivo alguno, la mantienen prisionera del sitio donde no quiere estar, cuando no dejan que demuestre todo su poder y aquello que puede llegar a hacer. Y aún así, sigue confiando, semana tras semana y mes tras mes, como el reo que espera la condicional, a que algún día, la liberen de las cadenas, ni que sean cinco minutos, y entonces demostrarse a si misma toda su valía.



A Ainoa, que creció 
sin darme yo cuenta.